Las redes sociales han impactado significativamente la interacción humana, incluyendo el cómo formamos y mantenemos relaciones. Asimismo, aspectos fundamentales de la conexión humana, como la atracción y el apego, se han visto altamente influenciados por la nueva era digital.
Tradicionalmente, la proximidad física y las señales faciales han desempeñado un papel dominante a la hora de desencadenar sentimientos de interés romántico. El centro de recompensa del cerebro, impulsado por la dopamina y la norepinefrina, se activa cuando encontramos a alguien que coincide con nuestras preferencias subconscientes de aptitud genética, a menudo juzgadas por atributos físicos; de ahí que las redes sociales y las aplicaciones de citas han magnificado e incentivado a los usuarios a juzgar a sus posibles parejas basándose principalmente en su apariencia.
Por otra parte, de la misma manera que sentimos emoción cuando interactuamos cara a cara con otra persona, la retroalimentación vía redes sociales en forma de “me gusta”, comentarios o “reacciones” incrementa los niveles de dopamina; estas ‘microdosis’ de validación alimentan un bucle que hace que la búsqueda de la atracción tenga más que ver con recompensas a corto plazo que con una conexión significativa.
Ahora bien, si bien es cierto que la atracción inicia las relaciones, el apego es lo que las mantiene. Biológicamente, el apego se rige por la oxitocina y la vasopresina, hormonas liberadas durante momentos íntimos como el contacto físico, la actividad sexual o las experiencias emocionales compartidas; estas sustancias fomentan sentimientos de confianza, seguridad y vinculación a largo plazo. Sin embargo, las redes sociales alteran la profundidad de estos vínculos de varias maneras.
La disponibilidad constante de alternativas potenciales (un sinfín de perfiles por los que navegar) puede socavar el compromiso, reforzando el “miedo a perderse algo” (FOMO, por sus siglas en inglés), por el que las personas dudan en invertir plenamente en una relación debido a la posibilidad de que alguien ‘mejor’ esté a un clic de distancia.
Además, las interacciones digitales carecen de la intimidad física que refuerza el apego y estimula la oxitocina; los mensajes de texto, los “me gusta” y los comentarios pueden mantenernos conectados, pero no proporcionan la seguridad emocional profunda que ofrecen las interacciones en persona.
Asimismo, las redes sociales también han normalizado comportamientos que cuestionan el apego tradicional, como el ghosting, el breadcrumbing y el orbiting; estas acciones, que implican una comunicación repentina o incoherente, pueden alterar el sentido biológico de estabilidad que necesitamos para formar vínculos seguros.
La ambigüedad de estos comportamientos desencadena ansiedad en el cerebro, sobre todo en la amígdala, la región responsable de respuestas emocionales como el miedo y la inseguridad; cuando las personas se quedan sin un cierre o claridad, se hace difícil construir confianza y resistencia emocional en futuras relaciones.
Aunque las redes sociales ofrecen una plataforma de conexión, la facilidad y superficialidad de las interacciones pueden mermar los procesos biológicos necesarios para mantener relaciones significativas.
El subidón de dopamina de la atracción instantánea y la evitación del compromiso a largo plazo impulsada por el FOMO crean un panorama en el que las relaciones son más transaccionales y menos duraderas. Sin embargo, no todo es negativo; las redes sociales también permiten a la gente encontrar comunidades afines, sobre todo a quienes les cuesta socializar en persona.
Es por ello que la comprensión de las implicaciones biológicas de este cambio digital puede ayudarnos a surcar por las relaciones con más atención, buscando el equilibrio entre las interacciones en línea y las conexiones profundas en el mundo real que nuestro cerebro anhela.
Buen fin de semana.