En diversos grupos sociales, ya sean religiosos, culturales o deportivos, puede desarrollarse una dinámica interesante y a veces preocupante: El desarrollo de una estructura de poder desequilibrada en la que los miembros del grupo forman vínculos intensos con su líder, creando una jerarquía que conduce a la competencia, la dependencia emocional e incluso la racionalización de comportamientos negativos.
¿Qué impulsa o induce esta dinámica? Los seres humanos se sienten naturalmente atraídos por quienes exhiben cualidades de liderazgo, ya sea por carisma, habilidad o conocimientos, no obstante, independientemente de la cualidad, la atracción por la figura del líder no es sólo psicológica, sino que está profundamente arraigada en nuestra biología.
Los sistemas de recompensa del cerebro, impulsados por neurotransmisores como la dopamina, responden a la validación, la aprobación y la atención que prestan los líderes. Los líderes suelen recompensar la lealtad y el cumplimiento con elogios o afecto, activando las vías de recompensa del cerebro a través de la dopamina, lo que genera un ciclo en el que los seguidores buscan repetir las acciones que agradan al líder.
Otra sustancia química liberada en esta interacción es la oxitocina, la cual también refuerza los vínculos sociales y la confianza, aumentando la lealtad y el deseo de complacer al líder. Sin embargo, estos mismos lazos emocionales dificultan que los seguidores reconozcan la manipulación ejercida por el líder y su abuso de la lealtad brindada para satisfacer sus necesidades personales y se pasen por alto sus comportamientos negativos.
Cuando los líderes muestran comportamientos groseros o abusivos, los seguidores suelen justificar estas acciones mediante lo que se conoce como “disonancia cognitiva”, fenómeno que se produce cuando las creencias de los seguidores y las acciones del líder entran en conflicto; para “aliviar” el malestar de admirar a un líder que actúa negativamente, los seguidores racionalizan esas conductas, considerándolas bromas o correcciones necesarias con el fin de inconscientemente proteger su inversión emocional en el líder y mantener su estatus dentro del grupo.
Otro mecanismo característico en estos entornos es la tendencia humana a formar grupos internos y externos; el líder suele crear un círculo de seguidores “preferidos”, recompensando a quienes demuestran mayor lealtad y fomenta la competencia entre los miembros por ser parte de este grupo y el temor a la exclusión para así reforzar la dependencia hacia su figura. Por el contrario, aquellos que no cumplen las expectativas pueden ser aislados o castigados socialmente y dado que los humanos buscan aceptación social y evitan el rechazo, el dolor emocional de la exclusión motiva aún más la conformidad y la competencia por la aprobación del líder.
Otro dato interesante de esta dinámica es la susceptibilidad que los seguidores potenciales tengan a este tipo de manipulación la cual dependerá de las etapas de vida, necesidades emocionales, sentido de utilidad y necesidad de conexiones profundas. Los líderes que comprenden lo anterior se aprovechan de ello, compartiendo sus problemas y/o necesidades (materiales y/o emocionales) para que los seguidores se las satisfagan.
Los comportamientos observados en estos grupos, como la admiración por la autoridad, la competencia por la atención y la racionalización de conductas negativas, son similares a los que se ven en las sectas. Si bien, la intensidad puede variar, los mecanismos biológicos y psicológicos son los mismos.
Estas dinámicas pueden convertir entornos sanos en espacios donde la manipulación prospera y los seguidores pierden de vista sus límites y necesidades al intentar complacer al líder. De ahí que es importante la comprensión de esta interacción entre biología y psicología para detectar cuando la admiración se convierte en dependencia malsana y proteger nuestro bienestar.
Buen fin de semana.