En la constante evolución de la gestión y manipulación de los recursos naturales, uno de los avances más interesantes es la siembra de nubes, una técnica que ha ido progresando a través de décadas cuyo objetivo es combatir la sequía, sobre todo en regiones áridas como Sonora.
En términos sencillos, la siembra de nubes es una estrategia que pretende inducir la probabilidad de precipitaciones y consiste en la introducción de compuestos químicos en las nubes para que estos actúen como núcleos en torno a los cuales pueda aglutinarse la humedad de la atmósfera y pueda llover; los agentes más utilizados son el yoduro de plata, el yoduro de potasio y el cloruro de sodio principalmente.
Cuando estos ‘agentes sembradores’ se dispersan en una nube, normalmente a través de aviones, favorecen la formación de cristales de hielo en las nubes frías o de gotas de agua en las nubes más cálidas.
En las nubes frías, la introducción de núcleos formadores de hielo favorece la agregación de vapor de agua alrededor de estas partículas, lo que acaba provocando el crecimiento de cristales de hielo, los cuales al crecer considerablemente, se vuelven lo suficientemente pesados como para caer en forma de precipitación, fundiéndose en gotas de lluvia si el aire bajo la nube es lo suficientemente cálido.
El concepto de siembra de nubes fue acuñado en 1946 por el Dr. Vincent Schaefer, quien descubrió que la introducción de hielo seco en nubes ‘sobreenfriadas’ (nubes en las que se puede encontrar agua en estado líquido por debajo de la temperatura de congelación; esto se debe a la ausencia de partículas en suspensión a las que el agua pueda unirse y congelarse) podía inducir nevadas.
Al inducir artificialmente las precipitaciones, la siembra de nubes tiene el potencial de alterar los ecosistemas, sobre todo en zonas donde la disponibilidad de agua es un factor limitante.
El aumento de las precipitaciones puede favorecer el crecimiento de las plantas, reponer las reservas de aguas subterráneas y sostener la agricultura, todo lo cual tiene efectos en cascada sobre la biodiversidad local. Sin embargo, la introducción de sustancias químicas como el yoduro de plata plantea interrogantes sobre su posible impacto ambiental, incluida la contaminación del suelo y el agua y sus efectos posteriores en la vida vegetal y animal.
Aunque los niveles de estos compuestos químicos empleados en la siembra de nubes son bajos y es improbable que planteen riesgos significativos, los efectos ecológicos a largo plazo siguen siendo un tema de investigación. Con lo que respecta a Sonora, ante el desafiante escenario de la sequía que impera en la región, se ha recurrido a la siembra de nubes como posible solución para contrarrestar sus efectos negativos.
La siembra de nubes en Sonora se realiza durante los meses de verano, aprovechando la temporada de monzones (vientos estacionales que cambian de dirección, provocando cambios climatológicos significativos, como fuertes lluvias o condiciones secas; se dan en regiones tropicales y subtropicales, con estaciones cálidas y secas provocadas por las diferencias de temperatura entre la tierra y el mar) para aumentar las precipitaciones mediante la dispersión de yoduro de plata en las nubes, con el fin de mejorar la disponibilidad de agua para la agricultura, el consumo y los ecosistemas locales.
Aunque puede ser una herramienta eficaz para combatir la escasez de agua, la práctica de siembra de nubes es controvertida debido a la incertidumbre sobre su efectividad, los elevados costos y los posibles impactos éticos y medioambientales, así como la redistribución de lluvias y la contaminación. No obstante, a medida que el cambio climático agrava la escasez de agua, la siembra de nubes podría ganar relevancia, pero es necesario un análisis exhaustivo de sus beneficios y riesgos para tomar decisiones informadas sobre su uso.
Buen fin de semana.