Hace unas semanas me invitaron a dar una charla a estudiantes de la licenciatura en criminología sobre cómo la biología molecular puede ayudar a resolver crímenes, un tema que al principio me pareció un poco alejado de mi trabajo, dado que me he desempeñado como investigador especializado en la bioquímica, biología molecular y transcriptómica de plantas y diatomeas.
Si bien mi especialidad son estos fascinantes organismos desde un enfoque molecular, al ir investigando sobre el tema me di cuenta de que son más que meros objetos de investigación para el desarrollo de ciencia básica y aplicaciones, a su vez pueden ser testigos silenciosos, a menudo pasados por alto, pero cruciales en las investigaciones criminales.
Esta inesperada intersección de biología molecular, las plantas, las diatomeas y criminología reveló toda una nueva dimensión en la búsqueda de la justicia. La ciencia forense se ha centrado tradicionalmente en pruebas físicas como huellas dactilares, manchas de sangre o fibras, no obstante, a medida que las escenas del crimen se vuelven más complejas, los investigadores recurren a las pistas naturales que dejan tras de sí organismos como plantas y diatomeas.
Las diatomeas, en particular, han pasado a ser fundamentales para resolver casos de ahogamiento; estas diminutas algas unicelulares están presentes en casi todos los medios acuáticos y cuando alguien se ahoga, el agua que contiene diatomeas entra en los pulmones y puede extenderse por todo el cuerpo, llegando a órganos vitales como los riñones y la médula ósea.
Este rastro biológico ofrece a los expertos forenses una forma de determinar si una persona realmente se ahogó y puede ayudar a identificar la masa de agua concreta implicada en el incidente. Las herramientas de biología molecular como el código de barras de ADN y la PCR han transformado el análisis de las pruebas de diatomeas; con el código de barras de ADN es posible identificar especies específicas de diatomeas basándose en secuencias únicas de ADN, que luego pueden compararse con muestras tomadas en el lugar del crimen y así confirmar si un cadáver ha sido trasladado después de muerto o ahogado en el lugar donde fue descubierto.
La precisión de estas técnicas permite a los científicos forenses analizar incluso los restos más pequeños de ADN de diatomeas, lo que las hace elementos valiosos para resolver casos en los que podrían faltar pruebas convencionales.
Las plantas también ofrecen pistas esenciales en las investigaciones criminales; el campo de la botánica forense se ha ampliado y el material vegetal (ya sean semillas, polen o fragmentos de hojas) puede proporcionar pruebas fundamentales ya que tanto la víctima como el sospechoso pueden entrar en contacto con determinadas especies vegetales y fragmentos de ellas pueden transferirse a la ropa, el calzado o incluso el pelo.
En los casos en que las especies de plantas son geográficamente únicas, pueden servir de vínculo entre una persona y la escena del crimen. Las técnicas moleculares modernas, como el análisis de microsatélites, que distingue entre distintas especies o poblaciones de plantas, han permitido rastrear material vegetal hasta su origen con notable precisión ayudando así a los investigadores a reconstruir la escena de un crimen de formas antes inimaginables.
Los avances de la biología molecular y el análisis de muestras menos convencionales como plantas y diatomeas, han permitido esclarecer escenas criminales, proporcionando información vital que los métodos forenses tradicionales podrían pasar por alto.
En función de lo anterior, nos lleva a reflexionar que si bien tanto plantas como diatomeas son percibidas frecuentemente como detalles de fondo en nuestro entorno, pueden aportar las respuestas que necesitamos a la hora de resolver crímenes. Asimismo, nos recuerdan que incluso en los lugares más inesperados hay pistas esperando a ser descubiertas y que, a través de la lente de la biología molecular, podemos sacar a la luz la verdad.
Excelente fin de semana.