/ viernes 15 de noviembre de 2024

Casos y cosas de la experiencia / Indefensión

“Se necesita valor para crecer y convertirte en quien realmente eres”. (E. E. Cummings)

Lo peor que viví durante muchos años fue el silencio. Sentí morir cuando tuve una experiencia horrorosa, aunada a la total desprotección y falta de cuidado de mi madre. Mi padre nunca estuvo cerca de mí, debido a su trabajo fuera de la ciudad. Recuerdo la violación con tal claridad como si la viviera en este momento. Evitaba toparme con mi agresor, ese desgraciado que me llenó de temor y desconfianza. Con solo recordar lo que me hizo, revivo ese estremecimiento, la indefensión y desesperación por ser incapaz de defenderme o gritar para pedir auxilio. La oscuridad me absorbía, sentía su cercanía, respiración agitada y sus manos recorriendo mi pequeño cuerpo.

Esa primera vez se acercó diciendo que me acompañaría para que no tuviese miedo a la oscuridad, y me protegería siempre. Fue todo lo contrario, abusó de mi confianza y destruyó mi mundo interno; desde entonces no puedo confiar en nadie. He guardado esta experiencia durante algunos años, no la había compartido con nadie porque sabía que no me creerían. Esta persona era amigo de mis hermanos, y su familia muy querida por todos en el barrio. Recuerdo que cuando abusó de mí me dijo: “No se lo digas a nadie, este será nuestro secreto, si dices algo le pasará algo a tu papá”.

Viví todos estos años con miedo y opresión en el pecho, tuve problemas en la escuela, como ausencias y malas calificaciones. Mi comportamiento sexual fue inapropiado, y pretendía saber más de lo que debiera acerca de esto. He tenido pesadillas, despierto agitado y gritando. Sobreprotejo a mis hermanos, y asumí una responsabilidad que aún me pesa.

No olvido esta experiencia, me despierta inquietudes, en ocasiones pensé en hacerme daño. También me resisto a que me toquen, es algo que no puedo controlar. Cuando me planteaba decirle a mi madre temblaba de terror por lo que pudiese pasarle a mi papá. Me volví una persona arrisca, desconfiada, en ocasiones respondía agresivamente ante los adultos con cierto parecido a mi agresor. Desde esa noche horrorosa han pasado muchas cosas que me han lastimado, por ejemplo, me relaciono con personas “tóxicas” que no respetan mis límites.

No estoy de acuerdo con frases como “el tiempo lo cura todo”. El paso de los años no ha eliminado ese dolor; más bien he aprendido a vivir con él, pues está enquistado en mi alma, es un recuerdo continuo y persistente. Me sorprende cuando menos lo espero; hay momentos en que me falta la respiración, y siento un sofoco en el pecho. Todo esto ha afectado mi capacidad para relacionarme con otras personas.

Por ello busqué ayuda, quiero tener paz en mi vida, cosa que no fue fácil. La sesión anterior no me atreví a contarle lo sucedido, hoy decidí hacerlo porque usted me inspira confianza, y sé que no me va a juzgar ni castigar. Sé que será difícil sacar este dolor, y estoy aquí para salir adelante. Seguiré luchando contra mis inseguridades y miedos, solo lo lograré trabajando en ello. Aprenderé a amarme con esta cicatriz en mi cuerpo, y también a ayudar a otros para ayudarme.

He escuchado varias historias parecidas, ya que este abuso no respeta condición social ni género. Es un flagelo social que destroza la vida de muchos seres y familias. Esta persona tiene múltiples heridas, que han marcado su cuerpo, rodeado de pesadillas y miedos. Sin embargo, llegará el momento de su sanación. Esto implica un trabajo cuidadoso, como se teje esa manta que brinda calor, ternura y mucho amor.

Recuerdo ahora la obra El perdón, de G. Jampolky. Es difícil llegar a este momento de liberación del dolor, y perdonar al agresor. “Perdonar es liberar a un prisionero y descubrir… que el prisionero eras tú”, Lewis B. Smedes.

Este suceso representa la historia de dolor de muchos que vagan por el mundo, sin contar con la oportunidad de ser escuchados y apoyados.

Por un mundo de esperanza y paz. Buen fin de semana. Año 2024

Correo electrónico: ignacio.lovio@gmail.com

“Se necesita valor para crecer y convertirte en quien realmente eres”. (E. E. Cummings)

Lo peor que viví durante muchos años fue el silencio. Sentí morir cuando tuve una experiencia horrorosa, aunada a la total desprotección y falta de cuidado de mi madre. Mi padre nunca estuvo cerca de mí, debido a su trabajo fuera de la ciudad. Recuerdo la violación con tal claridad como si la viviera en este momento. Evitaba toparme con mi agresor, ese desgraciado que me llenó de temor y desconfianza. Con solo recordar lo que me hizo, revivo ese estremecimiento, la indefensión y desesperación por ser incapaz de defenderme o gritar para pedir auxilio. La oscuridad me absorbía, sentía su cercanía, respiración agitada y sus manos recorriendo mi pequeño cuerpo.

Esa primera vez se acercó diciendo que me acompañaría para que no tuviese miedo a la oscuridad, y me protegería siempre. Fue todo lo contrario, abusó de mi confianza y destruyó mi mundo interno; desde entonces no puedo confiar en nadie. He guardado esta experiencia durante algunos años, no la había compartido con nadie porque sabía que no me creerían. Esta persona era amigo de mis hermanos, y su familia muy querida por todos en el barrio. Recuerdo que cuando abusó de mí me dijo: “No se lo digas a nadie, este será nuestro secreto, si dices algo le pasará algo a tu papá”.

Viví todos estos años con miedo y opresión en el pecho, tuve problemas en la escuela, como ausencias y malas calificaciones. Mi comportamiento sexual fue inapropiado, y pretendía saber más de lo que debiera acerca de esto. He tenido pesadillas, despierto agitado y gritando. Sobreprotejo a mis hermanos, y asumí una responsabilidad que aún me pesa.

No olvido esta experiencia, me despierta inquietudes, en ocasiones pensé en hacerme daño. También me resisto a que me toquen, es algo que no puedo controlar. Cuando me planteaba decirle a mi madre temblaba de terror por lo que pudiese pasarle a mi papá. Me volví una persona arrisca, desconfiada, en ocasiones respondía agresivamente ante los adultos con cierto parecido a mi agresor. Desde esa noche horrorosa han pasado muchas cosas que me han lastimado, por ejemplo, me relaciono con personas “tóxicas” que no respetan mis límites.

No estoy de acuerdo con frases como “el tiempo lo cura todo”. El paso de los años no ha eliminado ese dolor; más bien he aprendido a vivir con él, pues está enquistado en mi alma, es un recuerdo continuo y persistente. Me sorprende cuando menos lo espero; hay momentos en que me falta la respiración, y siento un sofoco en el pecho. Todo esto ha afectado mi capacidad para relacionarme con otras personas.

Por ello busqué ayuda, quiero tener paz en mi vida, cosa que no fue fácil. La sesión anterior no me atreví a contarle lo sucedido, hoy decidí hacerlo porque usted me inspira confianza, y sé que no me va a juzgar ni castigar. Sé que será difícil sacar este dolor, y estoy aquí para salir adelante. Seguiré luchando contra mis inseguridades y miedos, solo lo lograré trabajando en ello. Aprenderé a amarme con esta cicatriz en mi cuerpo, y también a ayudar a otros para ayudarme.

He escuchado varias historias parecidas, ya que este abuso no respeta condición social ni género. Es un flagelo social que destroza la vida de muchos seres y familias. Esta persona tiene múltiples heridas, que han marcado su cuerpo, rodeado de pesadillas y miedos. Sin embargo, llegará el momento de su sanación. Esto implica un trabajo cuidadoso, como se teje esa manta que brinda calor, ternura y mucho amor.

Recuerdo ahora la obra El perdón, de G. Jampolky. Es difícil llegar a este momento de liberación del dolor, y perdonar al agresor. “Perdonar es liberar a un prisionero y descubrir… que el prisionero eras tú”, Lewis B. Smedes.

Este suceso representa la historia de dolor de muchos que vagan por el mundo, sin contar con la oportunidad de ser escuchados y apoyados.

Por un mundo de esperanza y paz. Buen fin de semana. Año 2024

Correo electrónico: ignacio.lovio@gmail.com