/ viernes 30 de agosto de 2024

Casos y Cosas de la Experiencia / Nostalgia

Hay un cierto placer en este encuentro con la nostalgia.

Con cierta premura por verte, saludarte y tejer los recuerdos que nos vinculan, te llamé para encontrarnos y abrazarnos con harto cariño. La mañana estaba nublada, el café acompañó fielmente el canto de nuestro diálogo-escucha. De nuevo fuimos sorprendidos por esas vivencias del alma, por la nostalgia de espacios andados allá y entonces, que cobraron vida en nuestra deliciosa charla, que nos conecta con el alma, con los aciertos y los momentos que nos han forjado desde hace tantos años. Observaba tu rostro suave, tierno y dibujado con sumo cuidado por el paso del tiempo. Revisamos temas que llenaron nuestros ojos de un brillo especial, son recuerdos que nos agitan el alma. Es hermoso recorrer el tiempo y sus vivencias, llenar de alegría el corazón, y volver a nutrir cada recuerdo con la dulzura de esa persona querida; amiga Celina, celebro tu ser y estar en mi vida.

Al escribir esta columna me acompañó la música de chelo, y siguió la nostalgia cuando apareció la imagen del abuelo José Ignacio; hombre tierno, comprometido con su familia y trabajo. Fue autodidacta, bebió del néctar de la literatura, política y religión, entre otros temas. Cuando murió, la abuela me obsequió algunos de sus objetos: pipas, un poco de tabaco velvet, una copia de la encíclica Pacem in terris, del papa Juan XXIII.

Tanto mi abuelo como este papa son un referente importante para mí, por su pasión por el estudio, el cambio y el contacto con la gente. Fueron hombres sencillos, cálidos, cercanos a la gente, echados para adelante, amantes del cambio, de la paz y la concordia, respetuosos de sus creencias, responsables de su comportamiento y congruencia, y por ello admirables. Esto se refleja en la encíclica mencionada cuando señala: “La paz en la tierra, suprema aspiración de toda la humanidad a través de la historia, es indudable que no puede establecerse ni consolidarse si no se respeta fielmente el orden establecido por Dios”.

Este 28 de agosto reconocemos a los abuelos y honramos sus aportes a nuestra vida. Algunos son venerados por sus hijos y nietos, otros permanecen solos en una casa hogar, en algún recinto acompañados de soledad y tristeza, y en la espera de la inevitable muerte. Hay abuelos que aún trabajan en supermercados, en la calle y en los parques, para llevar el sustento a su familia. Observo con detenimiento sus pasos al andar, los rostros marcados por el paso inexorable del tiempo, su cuerpo encorvado por la carga de los años. Recuerdo ahora parte de la canción El abuelo, de Alberto Cortez: “El abuelo un día subió a la carreta de subir la vida. Empuñó el arado, abonó la tierra y el tiempo corría…”

La nostalgia me inundó el cuerpo y lo colmó de recuerdos tiernos del abuelo, agradecí cada momento compartido, la música que lo deleitaba, el toque suave de su mano sobre mi brazo cuando viajaba por el sonido de las diversas melodías. Aquel radio que vive en mis recuerdos, su sombrero colgado del perchero, su loción suave y sonrisa tierna me acompañan. Cada vez que le recuerdo agradezco a la vida ser parte de él y de su alma infinita.

Mi abuelo partió un día de noviembre, y dejó un legado, que agradezco; tomó el camino hacia el origen de la vida, la fuente. Se fue a las estrellas para continuar enviándole luz a mi camino, que era preciso recorrer en su compañía. Don Nacho vivió su momento, aprendió lecciones, y le dejó recuerdos a la familia.

Celebro tu vida y presencia desde donde te encuentres, porque sé que estás vivo y presente en mi vida. Era muy pequeño para comprender tu muerte, entonces no supe cuál fue tu misión en la vida, pero luego me percaté que era generar conciencia del valor de la libertad, y por ello celebro saber que eras bueno, sencillo, humilde y gentil; una luz en el camino. Tu nombre está grabado en mi corazón y en otros más. Gracias, gracias, gracias a ti y a otros abuelos que me recuerdan el amor infinito por los hijos y nietos.

Mi abuelo se fue despacio, en silencio y sin despedirse porque así lo eligió. Sin embargo, su amor siempre está presente en mí. Gracias por tus regalos en vida, plenos de amor.

Hasta el próximo encuentro.

Por un mundo de esperanza y paz. Buen fin de semana. Año 2024 Correo electrónico: ignacio.lovio@gmail.com

Hay un cierto placer en este encuentro con la nostalgia.

Con cierta premura por verte, saludarte y tejer los recuerdos que nos vinculan, te llamé para encontrarnos y abrazarnos con harto cariño. La mañana estaba nublada, el café acompañó fielmente el canto de nuestro diálogo-escucha. De nuevo fuimos sorprendidos por esas vivencias del alma, por la nostalgia de espacios andados allá y entonces, que cobraron vida en nuestra deliciosa charla, que nos conecta con el alma, con los aciertos y los momentos que nos han forjado desde hace tantos años. Observaba tu rostro suave, tierno y dibujado con sumo cuidado por el paso del tiempo. Revisamos temas que llenaron nuestros ojos de un brillo especial, son recuerdos que nos agitan el alma. Es hermoso recorrer el tiempo y sus vivencias, llenar de alegría el corazón, y volver a nutrir cada recuerdo con la dulzura de esa persona querida; amiga Celina, celebro tu ser y estar en mi vida.

Al escribir esta columna me acompañó la música de chelo, y siguió la nostalgia cuando apareció la imagen del abuelo José Ignacio; hombre tierno, comprometido con su familia y trabajo. Fue autodidacta, bebió del néctar de la literatura, política y religión, entre otros temas. Cuando murió, la abuela me obsequió algunos de sus objetos: pipas, un poco de tabaco velvet, una copia de la encíclica Pacem in terris, del papa Juan XXIII.

Tanto mi abuelo como este papa son un referente importante para mí, por su pasión por el estudio, el cambio y el contacto con la gente. Fueron hombres sencillos, cálidos, cercanos a la gente, echados para adelante, amantes del cambio, de la paz y la concordia, respetuosos de sus creencias, responsables de su comportamiento y congruencia, y por ello admirables. Esto se refleja en la encíclica mencionada cuando señala: “La paz en la tierra, suprema aspiración de toda la humanidad a través de la historia, es indudable que no puede establecerse ni consolidarse si no se respeta fielmente el orden establecido por Dios”.

Este 28 de agosto reconocemos a los abuelos y honramos sus aportes a nuestra vida. Algunos son venerados por sus hijos y nietos, otros permanecen solos en una casa hogar, en algún recinto acompañados de soledad y tristeza, y en la espera de la inevitable muerte. Hay abuelos que aún trabajan en supermercados, en la calle y en los parques, para llevar el sustento a su familia. Observo con detenimiento sus pasos al andar, los rostros marcados por el paso inexorable del tiempo, su cuerpo encorvado por la carga de los años. Recuerdo ahora parte de la canción El abuelo, de Alberto Cortez: “El abuelo un día subió a la carreta de subir la vida. Empuñó el arado, abonó la tierra y el tiempo corría…”

La nostalgia me inundó el cuerpo y lo colmó de recuerdos tiernos del abuelo, agradecí cada momento compartido, la música que lo deleitaba, el toque suave de su mano sobre mi brazo cuando viajaba por el sonido de las diversas melodías. Aquel radio que vive en mis recuerdos, su sombrero colgado del perchero, su loción suave y sonrisa tierna me acompañan. Cada vez que le recuerdo agradezco a la vida ser parte de él y de su alma infinita.

Mi abuelo partió un día de noviembre, y dejó un legado, que agradezco; tomó el camino hacia el origen de la vida, la fuente. Se fue a las estrellas para continuar enviándole luz a mi camino, que era preciso recorrer en su compañía. Don Nacho vivió su momento, aprendió lecciones, y le dejó recuerdos a la familia.

Celebro tu vida y presencia desde donde te encuentres, porque sé que estás vivo y presente en mi vida. Era muy pequeño para comprender tu muerte, entonces no supe cuál fue tu misión en la vida, pero luego me percaté que era generar conciencia del valor de la libertad, y por ello celebro saber que eras bueno, sencillo, humilde y gentil; una luz en el camino. Tu nombre está grabado en mi corazón y en otros más. Gracias, gracias, gracias a ti y a otros abuelos que me recuerdan el amor infinito por los hijos y nietos.

Mi abuelo se fue despacio, en silencio y sin despedirse porque así lo eligió. Sin embargo, su amor siempre está presente en mí. Gracias por tus regalos en vida, plenos de amor.

Hasta el próximo encuentro.

Por un mundo de esperanza y paz. Buen fin de semana. Año 2024 Correo electrónico: ignacio.lovio@gmail.com