Bienvenidos, cada familia tiene su historia, y aquí los aceptamos a todos con sus múltiples experiencias.
Todo inició con una mirada que cautivó mi atención. Me dediqué a observarla y reconocer cada detalle, curva de su cuerpo y el lugar donde la encontré, después de recorrer algunos kilómetros. El espacio era justo, lo que había a su alrededor combinaba con su fina figura e imagen atractiva. En ese momento el sol iluminaba cada rincón, y reflejaba con claridad su hermosa silueta.
Sentado en la mesa, bebía lentamente el café servido en mi tasa preferida, volví a mirarla; admiré su vestido laminado y transparente. Ella ofrecía solícita su servicio a cada persona que se le acercaba. En ese instante reparé en sus cualidades: reservada, ardiente, en ocasiones tierna y peligrosa a la vez. También detuve la vista en sus curvas suaves, por donde pueden resbalar tantas cosas si no se tiene cuidado al acercarse a ella.
Regresé a mi tarea, tomé la pluma para escribir algunas ideas del trabajo que debía concluir a la brevedad. Aunque me concentré en el escrito que precisaba terminar, de vez en cuando la miraba de reojo. En definitiva me atrajo, a pesar de que la había visto antes, ahora me deslumbró. Todo mi entusiasmo se eclipsó en esta ocasión, al ver lo que contenía en sí misma. Pero era preciso que atendiera mis prioridades, y me concentrara en el proyecto en el que estaba.
Tomé un descanso, pasé a su lado y percibí el olor que regalaba en ese momento. Caminé un poco en el patio, observé los colores de los árboles producto del otoño, y sus hojas que tapizaban el suelo. El aire fresco me acariciaba y los gatos corrían por el jardín escondiéndose detrás de las plantas, que ya recibían el calor de los últimos rayos de sol.
La tarde pardeaba, el sillón preferido aun me aguardaba para descansar, y así recrear en mi mente varias ideas que pronto se traducirían en una historia. De vez en cuando posaba la vista sobre la copa de los árboles y sus hojas, aunque ya muchas yacían en el piso. Cuando estaba atento a esos detalles, se acercó cauteloso Tobías. Me mantuve quieto esperando que se aproximara para saludarlo, acariciar su cuerpo y sentirlo acomodarse en mi regazo. Ese felino casero se apoderó de mi atención. Lo escuché ronronear y estirarse suavemente, posar sus ojos en los míos a la distancia. Contemplé cómo su cuerpo se ajustaba al lugar donde se acomodó.
Pasaron unos minutos, pensé en moverme con cuidado, pues ese juguetón estaba estirado cuan largo es en mis piernas. La luz del sol se apagaba, y las luces de la casa se encendieron, era un llamado para regresar a mi proyecto. Entonces ingresé de nuevo a la cocina, y al pasar a su lado pude apreciar otra de sus características. Es digna de un concurso de belleza, aunque diferente del de una modelo con medidas de noventa-sesenta-noventa.
Me acerqué a ella y encendí la hornilla, para calentar el café que volvería a llenar mi taza, y serviría como estímulo para continuar escribiendo. Le agradecí en silencio todo lo que hace para ofrecer lo mejor de sí, y ayuda a transformar. Cada elemento que la contiene despierta mis recuerdos de otras ocasiones en que he estado cerca, y valoro su quehacer. Dedico esta loa a la hermosa estufa, empotrada en la cocina de una casa que me resulta maravillosa. Ahora comparto esta experiencia con mi pareja, que ha aprendido a reconocerla y valorarla por todo lo que su dueña nos regala a través de ella: manjares sencillos y llenos de amor, ternura y cuidado. Gracias por tu hospitalidad, Luz Elba.
Concluyo con esta frase de Ralph Waldo Emerson: “La buena hospitalidad es sencilla; consiste en un poco de fuego, algo de comida, y mucha quietud”.
Por un mundo de esperanza y paz. Buen fin de semana. Año 2024
Correo electrónico: ignacio.lovio@gmail.com