/ martes 8 de octubre de 2024

Columna invitada / A la memoria de la maestra Ifigenia Martínez, mujer de convicciones. En paz descanse.

Tan desafortunada como ignorante la expresión emitida hace unos días por el actor Rafael Inclán, quien, en referencia a la llegada de Claudia Sheinbaum a la presidencia de la República, dijo que “vamos a tener una ama de casa por seis años”.

El comediante parece desconocer el avance progresivo de las mujeres tanto en la vida pública como la vida privada; por ejemplo, la reivindicación del trabajo del hogar y de cuidados no remunerado, el cual hoy es reconocido como una actividad económica que representa uno de cada cuatro pesos del producto interno bruto nacional.

La respuesta de la presidenta de la República fue contundente en su conferencia matutina del 4 de octubre: “Soy presidenta, abuela, mamá y ama de casa. Y con orgullo”.

Ante la reproducción de los discursos sexistas, machistas y misóginos, no pocas veces las mujeres hemos tenido que sobreexplicar las razones del porqué llegamos a una posición de poder; como si el liderazgo nos fuera ajeno y nuestro papel estuviera en permanecer avasalladas bajo el yugo masculino.

Tuvieron que pasar dos siglos desde que México surgió como una nación independiente, para que una mujer se convirtiera en jefa de Estado y jefa de Gobierno. ¡Dos siglos! Y siete décadas después de que fue reconocido el derecho de las mujeres a votar.

El hecho de que una mujer dirija los destinos de nuestra nación por primera vez en la historia de México, representa un logro en sí mismo para todas. Logro que no solo responde a quienes todavía cuestionan por qué ocupamos posiciones de poder, si en su imaginación debemos ser amas de casa. También es un logro que le habla a las propias mujeres, a nuestras ancestras, a las que hoy luchan y a las nuevas generaciones.

Es un logro de la maestra Ifigenia Martínez, economista y mujer de izquierda que entregó la banda presidencial a la primera presidenta de México; cuya lucha incansable por la democracia, la justicia y la libertad quedará en la memoria de quienes creemos que la política puede ser un instrumento de transformación social.

El discurso de que “con Claudia Sheinbaum llegamos todas” ha sido un mensaje que simbólicamente empodera y motiva a todas las mujeres, a seguir luchando por nuestras convicciones y nuestros sueños. Pero también a quienes ocupamos espacios de representación política -y parafraseando a la gran Michelle Bachelet- nos compromete a cambiar la vida de las mujeres y la política.

Hace unos días presenté una iniciativa de reforma constitucional en el Senado de la República, centrada en tres propuestas: el reconocimiento de la igualdad sustantiva entre mujeres y hombres; la planeación del desarrollo nacional con perspectiva de género, así como la prohibición de propaganda electoral que constituya violencia política por razones de género.

Así como las mujeres hemos participado históricamente en las labores de cuidados y del hogar, las cuales, no obstante, deben ser organizadas equitativamente; también el amor sin violencia, el conocimiento, la dignidad, el acceso a las universidades, la palabra escrita y la palabra hablada, el poder político y la historia nos pertenecen.

¡Es tiempo de mujeres!

Tan desafortunada como ignorante la expresión emitida hace unos días por el actor Rafael Inclán, quien, en referencia a la llegada de Claudia Sheinbaum a la presidencia de la República, dijo que “vamos a tener una ama de casa por seis años”.

El comediante parece desconocer el avance progresivo de las mujeres tanto en la vida pública como la vida privada; por ejemplo, la reivindicación del trabajo del hogar y de cuidados no remunerado, el cual hoy es reconocido como una actividad económica que representa uno de cada cuatro pesos del producto interno bruto nacional.

La respuesta de la presidenta de la República fue contundente en su conferencia matutina del 4 de octubre: “Soy presidenta, abuela, mamá y ama de casa. Y con orgullo”.

Ante la reproducción de los discursos sexistas, machistas y misóginos, no pocas veces las mujeres hemos tenido que sobreexplicar las razones del porqué llegamos a una posición de poder; como si el liderazgo nos fuera ajeno y nuestro papel estuviera en permanecer avasalladas bajo el yugo masculino.

Tuvieron que pasar dos siglos desde que México surgió como una nación independiente, para que una mujer se convirtiera en jefa de Estado y jefa de Gobierno. ¡Dos siglos! Y siete décadas después de que fue reconocido el derecho de las mujeres a votar.

El hecho de que una mujer dirija los destinos de nuestra nación por primera vez en la historia de México, representa un logro en sí mismo para todas. Logro que no solo responde a quienes todavía cuestionan por qué ocupamos posiciones de poder, si en su imaginación debemos ser amas de casa. También es un logro que le habla a las propias mujeres, a nuestras ancestras, a las que hoy luchan y a las nuevas generaciones.

Es un logro de la maestra Ifigenia Martínez, economista y mujer de izquierda que entregó la banda presidencial a la primera presidenta de México; cuya lucha incansable por la democracia, la justicia y la libertad quedará en la memoria de quienes creemos que la política puede ser un instrumento de transformación social.

El discurso de que “con Claudia Sheinbaum llegamos todas” ha sido un mensaje que simbólicamente empodera y motiva a todas las mujeres, a seguir luchando por nuestras convicciones y nuestros sueños. Pero también a quienes ocupamos espacios de representación política -y parafraseando a la gran Michelle Bachelet- nos compromete a cambiar la vida de las mujeres y la política.

Hace unos días presenté una iniciativa de reforma constitucional en el Senado de la República, centrada en tres propuestas: el reconocimiento de la igualdad sustantiva entre mujeres y hombres; la planeación del desarrollo nacional con perspectiva de género, así como la prohibición de propaganda electoral que constituya violencia política por razones de género.

Así como las mujeres hemos participado históricamente en las labores de cuidados y del hogar, las cuales, no obstante, deben ser organizadas equitativamente; también el amor sin violencia, el conocimiento, la dignidad, el acceso a las universidades, la palabra escrita y la palabra hablada, el poder político y la historia nos pertenecen.

¡Es tiempo de mujeres!

ÚLTIMASCOLUMNAS