El día que Claudia Sheinbaum se convirtió en la primera presidenta de México casi me da un infarto. No tiene que ver con ella, su partido o sus políticas, sino con las conversaciones difíciles que tuvimos en WhatsApp con nuestra comunidad de paisanos entre Arizona y Sonora. Cuando hablamos de política, los ánimos se calientan, ¡mucho! Usamos memes y emojis para decir lo que no sabemos cómo expresar; nos escudamos en el sentido del humor para suavizar una postura o malinterpretamos las palabras que no sabemos con qué tono vienen, si hay algo de sarcasmo o de gracia, si es con intención, una invitación o una afrenta. Dialogar -de a buenas- en WhatsApp es un arte.
Moderar un grupo polarizado también es un acto de amor, es tender un puente y descubrir la voluntad de aprender en medio de una tormenta que arrasa. Cuando esa comunidad está contrariada, es una prueba de fuego entre el respeto y la libertad de expresión, o la paciencia y las frustraciones. Mantener la cabeza fría cuando el corazón está desbocado es de lo más difícil que he hecho y confieso que ha valido la pena, a pesar de ese nudo en el estómago que me obliga a replantearme quién me tiene haciendo esto.
Las conversaciones difíciles son como un músculo que tenemos que ejercitar, pero que en cuanto lo movemos nos deja adoloridos. Para evitar la molestia, lo más fácil sería la censura, dejar de hacerlo, ignorarlo todo y dejar que las diferencias fluyan, pero entonces nos convertiríamos en otro agujero negro de noticias; además, nunca me han gustado los atajos. Para crecer, hay que andar. Para madurar, hay que dialogar. Para construir, hay que escuchar. Para fortalecer, hay que perseverar.
El pensar diferente no significa que nos declaremos la guerra; no somos enemigos, sino humanos. En realidad, esos contrastes son los que nos obligan a enfrentarnos con nuestros demonios. El desafío también es lo que pasa cuando nos cuestionamos a nosotros mismos y nuestros privilegios. Todas las opiniones tienen una historia de fondo, ¿cuál es la que expone en palabras? Algunas deberían ser amplificadas y otras simplemente dejarse morir sin eco.
¿Qué pasa también cuando nuestras identidades se mezclan? Porque ya no solo somos mexicanos, sino que también migrantes o chicanos, fronterizos y, a veces, disidentes y contestatarios. ¿Cuál es la identidad que se impone cuando tenemos tantas? ¿Cuál es el común denominador cuando nos jalan los extremos?
La empatía, la escucha activa y el guardar las espadas de la opinión son parte del antídoto contra la polarización. La vida no se trata de colgarse medallas al cuello y ganar a cuesta de todo… deberíamos gastárnosla en crear puentes de entendimiento. Hay que diferir con respeto.
Maritza L. Félix es una periodista, productora y escritora independiente galardonada con múltiples premios por sus trabajos de investigación periodística. Es la fundadora de Conecta Arizona, la productora del podcast Cruzando Líneas y la coproductora y copresentadora de Comadres al Aire. Es becaria Senior programa JSK Community Impact de Stanford, The Carter Center, EWA, Fi2W, Listening Post Collective, Poynter y el programa de liderazgo e innovación en periodismo de CUNY, entre otros.
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