ARIZONA.- ¿Quién les dijo que les abriríamos las puertas?, decía un mensaje en Twitter. Debajo de las letras estaba una caricatura de un agente fronterizo lazando a un haitiano. El dibujo era tan doloroso como las fotografías que muestran el lado cruel de Texas, donde cientos de migrantes se han convertido en un payaso de rodeo de las autoridades. Los comentarios de la publicación fueron lo peor: Racismo, discriminación y mucho odio. ¡Qué fácil es opinar lejos de la frontera!
No toda la línea divisoria de México y Estados Unidos se vive igual. Lo que sucede en Texas es el reflejo de muchas crisis que impulsan el fenómeno migratorio. En Arizona, el panorama es distinto. No hay largas filas en los puertos de entrada; no hay campamento en las garitas ni miles de haitianos en la calle esperando ser procesados por inmigración. Acá hay mucho silencio, el ruido lo hacen los políticos. Aquí está la Guardia Nacional; en Texas, los agentes montados que lazan y aprehenden a migrantes en el río. El más fuerte contra el más débil.
En Arizona hay muchas otras crisis que se ignoran: la economía de las ciudades fronterizas en agonía, la pandemia, el abandono de los pueblos indígenas, entre otros. Sí, la migración es parte de las preocupaciones, pero el enfoque de la población está en la recuperación tras la pandemia y no en una supuesta “invasión de criminales”, como lo ha mencionado el gobernador Ducey en reiteradas ocasiones en los medios.
El Gobernador de Arizona argumenta que la migración es un asunto de seguridad nacional y culpa a los migrantes de una supuesta alza en la tasa de criminalidad en las comunidades locales incluso aquellas en entidades alejadas de la frontera. Generaliza, señala, responsabiliza, reacciona y condena. Pero la realidad no lo respalda. Gobierna un Estado viendo al otro. No, Del Río no está en Arizona. No. La politiquería tampoco está ayudando.
Sin embargo, Ducey y otros 26 mandatarios estatales republicanos de la Unión Americana solicitaron una reunión con el presidente Biden para discutir el fenómeno migratorio que se vive en la región de Del Río en Texas. Le dieron un plazo de dos semanas para recibirlos en la Casa Blanca. Quieren evitar que crucen más. Exigen que se blinde la frontera. No hay nada de humano en sus peticiones.
Los gobernadores quieren deshacerse de los migrantes en el territorio estadounidense. Que se vayan, a donde sea, menos a sus estados. Los haitianos aún no cruzan y ya los culpan de ser parte de los cárteles de la droga, de tráfico sexual y otros delitos violentos que no han cometido. Estos funcionarios electos no se dan cuenta de que la verdadera crisis es una humana: ¿por qué llegaron?
Migran por necesidad. En 2010, Haití sufrió uno de los sismos más devastadores de su historia. Este año, su presidente fue asesinado y volvió a temblar. Viven en una inestabilidad peligrosa que los obliga a marcharse de la violencia y de la pobreza. Migran, porque si se quedan morirán de hambre. Sin embargo, aunque están en su derecho de migrar y solicitar protección temporal en un lugar seguro, los gobernadores los quieren lejos, allá en un lugar “que no incomoden”.
Y eso ha pasado y no es nada nuevo. Nos molesta la miseria ajena. Nos duelen los reflejos sociales. Es una realidad que la frontera, más en tiempos pandémicos, se abre solo para unos pocos. La humanidad no compagina con la política. No, la compasión no es un estandarte de campaña.
Y mientras caravanas siguen llegando a la frontera con migrantes de distintos lugares del mundo. El Gobierno de Estados Unidos sí reacciona, pero con la deportación masiva de haitianos. Algunos serán trasladados a su tierra natal y otros regresarán a México. Y así terminará, como casi siempre, un tercero pagando por los caprichos de una nación menos humana pero mucho más poderosa. Y el ciclo se repite y se repite y después nos preguntamos por qué.