El olor del café por las mañanas es una de mis adicciones; otra es el aroma del periódico recién impreso. En el primero remojo el pan; en el segundo, las letras en tinta. Antes me pasaba el desayuno hojeando historias; hoy puedo repasar los titulares antes de la primera mordida al pan tostado. Los periódicos están cada vez más escuetos. Son pocos los que siguen y la gran mayoría agonizan. Somos unos cuantos los que los mantenemos en respiración artificial, hasta que la crisis obliga a cerrarlos.
De 2004 a 2022, más de 2 mil 500 publicaciones locales y semanales desaparecieron o se fusionaron en Estados Unidos. En Arizona, hace poco más de un mes cerró otro de los pocos periódicos en español: La Estrella de Tucson. Cuando un medio comunitario muere, perdemos todos. La pandemia los llevó al extremo; la indiferencia les dio el jaque mate.
Los medios de comunicación comunitarios e independientes nos hemos convertido en pequeñas luciérnagas de la democracia cuando se apagan las luces de las grandes corporaciones que dejan de invertir en el periodismo local. Somos pequeños reflejos de esperanza en desiertos noticiosos que se hacen cada vez más áridos frente a la sed de información en español. Somos un puente que le planta cara a los muchos muros.
No somos un espejismo, somos un oasis en peligro de extinción.
Lo sé, porque cuando el mundo se iba al carajo con una pandemia, emprendí. Lo hice por las ganas de contar historias y escribir momentos que no se debían olvidar; construí algo basado en el diálogo, cuyo valor no es proporcional aún a un presupuesto estructurado… nos quedarían debiendo. Lo sé porque me convertí en una fundadora con mucho de periodista y un saldo rojo de empresaria. Lo entiendo mejor que nadie porque construí una mesa grande propia para cerrar las brechas ajenas. Y ha sido lo mejor, pero más difícil que he hecho en mi vida.
Mientras recorro este camino me veo en pocos espejos. No hay tantas latinas, con acento, migrantes, luchonas y huérfanas de complejos en este andar. En las posiciones de liderazgo hay muy pocas que se parecen a mí; en los puestos de poder, casi nadie me representa. Y ese es uno de los principales problemas. La toma de decisiones recae siempre en los hombros del privilegio. Ahí también se asientan los fondos y los presupuestos.
Dos periódicos se cierran, en promedio, por semana en Estados Unidos, según la Universidad Northwestern. Los periodistas brincan de los barcos antes de que se hundan. De 75 mil que había en 2006, ya quedamos poco menos de 31 mil, y hay más de 70 millones de personas sin acceso a noticias locales en sus comunidades, no tienen publicaciones que los representen ni medios que amplifiquen sus necesidades. Están a la deriva. Pero somos unos cuantos los que nos aferramos, porque vale la vida y la pena, lo vale la democracia.
Los que seguimos con los pies parados en nuestras comunidades, en nuestros desiertos, lo hacemos contra todo. Florecemos igual. Luchamos, desde nuestras trincheras, contra un sistema que nos quiere aplastar. Pero nos plantamos. No estamos solos; el barrio nos respalda… ojalá algún día también lo hagan ellos, los otros, los que invierten, señalan y distribuyen, esos a los que no les conviene que las luciérnagas nos convirtamos en algo más que estrellas.