Tengo resaca electoral. Sigo aturdida de tantos comerciales de política, eventos de campaña y dimes y diretes en un año de contiendas sin precedente. El silencio me sienta bien, casi siempre; solo hay unos momentos de paz en los que empiezan a hervir los demonios internos de las suposiciones de lo que vendrá en los próximos cuatro años, y pongo música para acallar los pensamientos. No quiero adelantarme. Quiero saborear todo lo que siento, tan contradictorio e incómodo como resulta ser.
Siento a Estados Unidos muy distinto desde hace dos semanas. Me convertí en ciudadana y por primera vez me di permiso de creérmela, de saber que con todas las de la ley por fin esta patria también es mía. Ya no es un lugar de paso que se había convertido en una residencia permanente, es mi hogar al Norte del muro y es la tierra en la que crío a mis hijos… mis hijos, ¡ah! Qué ganas tengo de construirles un país que los merezca.
No puedo dejar de pensar en el camino que me llevaron a ondear la bandera de las barras y las estrellas en una ceremonia de juramentación y me doy cuenta de que en esos 18 años no tuve más opción que ser resiliente. Esa fuerza y valentía la traemos los migrantes en el ADN. Y luego reflexiono en los muchos privilegios que hoy tengo y que millones más no lograrán alcanzar, ahora menos que nunca.
Donald Trump se convertirá en presidente otra vez en enero de 2025. El magnate republicano advirtió que sus políticas de migración serán aún más duras que en su administración anterior y está siendo congruente: se rodea de aliados que están listos para “arriar a indocumentados” fuera del país, a la fuerza, a la mala. Y eso me causa un desasosiego difícil de explicar con palabras, pero lo siento desde el estómago hasta el nudo de la garganta. Ojalá que todo eso se quede como una mera promesa de campaña rota… como ese muro que intentó construir sobre el ya existente.
Pero no es él, a quien siempre he comparado con un huracán, quien me provoca una ansiedad difícil de explicar, sino quienes forman parte de su gabinete. Los que han sido anunciados van muy de la mano de esas ideas que están muy lejos de promover la unidad y la sanación que este país necesita. Trump ha sido candidato por 12 años y ya se la sabe; los otros tendrán solo cuatro para engolosinarse de un poder relativo que les da sentirse y saberse MAGA.
Aun así, decido apostarle a este país que me abrió las puertas hace casi dos décadas. Vale la pena y hago un pacto conmigo misma para ser resiliente a pesar de los ataques a la prensa, las noticias falsas y las medidas antiinmigrantes que se puedan venir, porque también tengo que ser congruente: hay que reclamar las narrativas y replantearnos cómo encontramos esa flor que rompe tierras y pavimentos en este desierto. Y sé que de todo esto, al final, puede salir algo bonito. Yo empiezo en casa, ¿y tú?
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