Pasaron dos años, es increíble, el tiempo no se detiene, sin importar enfermedades, tragedias, alegrías, el tiempo avanza sin remedio, han pasado dos años del miedo, de la falta de vacunas, de los que se enfermaban y el miedo a morir era inevitable, dos años han pasado de que a todos nos robaron la libertad, un virus maldito, nos maldijo y nos encerró en casa.
Mi pequeño Patricio con apenas dos años, creció dos años más encerrado, Max que ya conocía el mundo pudo con sus recuerdos y con sus recursos encerrarse en casa.
Pero eso se terminó, este lunes pasado, salimos de nuevo, felices, contentos, como si volteáramos la página, como si el pasado estuviera lejos y sólo importara el momento y el futuro y en ese lunes el futuro era llegar a tiempo el primer día de escuela, el primero de la vida de Patricio, el noveno en la vida de Max.
Salimos de nuevo, al tráfico, a la emoción, al nervio, a levantarnos de madrugada, mochilas, uniformes, loncheras, una noche antes revisar todo, volveremos a las tareas, a los festivales, a las piñatas, a las juntas.
Hemos vuelto, dos años después hemos vuelto, dos años después las calles de Hermosillo, de Sonora y de México se desbordan con millones de niños, acompañados de sus padres, de sus familiares.
Niños y niñas que vuelven por fin, a plenitud, a encontrarse con sus iguales, con sus compañeros, con sus maestras, con sus amigos, con su camino de años para ser mejores que nosotros mismos.
Hemos vuelto, dejamos el encierro, frente tenemos un virus que se queda con nosotros y otros más que están apareciendo y aparecerán.
Recordemos con aprecio a los que no están celebrando esta vuelta a la vida con nosotros, recordemos con cariño a los que no lo lograron, aprendamos de ellos y honremos su memoria y su recuerdo.
Hemos vuelto y en las casas, en muchas casas aparece como un fantasma, como un monstruo, por unas horas el gran silencio, ante la ausencia de esos pequeños bajitos que tanto amamos y desde el lunes pasado están felices jugando y aprendiendo en la escuela.