/ domingo 6 de octubre de 2024

Domingo de Reflexión / Domingo XXVII del Tiempo Ordinario

“Por eso, lo que Dios unió, que no lo separe el hombre

Génesis 2,18-24

Hebreos 2,8-11

Marcos 10,2-16

Las lecturas bíblicas de este domingo nos ofrecen un interesante tema de reflexión presentado en un doble aspecto: El matrimonio en el plan de Dios y el divorcio en el plan del hombre.

El libro del Génesis describe algunas características fundamentales del matrimonio tal como Dios lo diseñó desde el principio: se trata, en primer lugar, de una pareja de seres humanos iguales y, a la vez, diferentes; iguales porque tienen la misma naturaleza, son seres humanos, Dios los ha creado, tienen el mismo origen; la mujer es formada de la costilla del varón, son del mismo barro, digámoslo de esta manera; Adán llega a exclamar: “Ésta sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne… Será llamada mujer, porque ha sido formada del hombre”.

El nombre en hebreo de “mujer” es, en la práctica, casi igual que el nombre de “hombre”, es la misma raíz lingüística. Esto nos hace concluir que, tanto el hombre como la mujer, poseen la misma dignidad a los ojos de Dios, su Creador. El varón no es más que la mujer; ambos proceden de Dios, y en Dios tienen una igual grandeza y dignidad. Sin embargo, ambos son diferentes; Jesús responde a la pregunta que le hacen sobre la posibilidad de que el hombre se divorcie de su esposa, diciendo: “desde el principio, al crearlos, Dios los hizo hombre y mujer”, es decir, seres diferentes, que se complementan el uno y el otro.

Dejar a su padre y a su madre como lo expresa el libro del Génesis y el evangelio de san Marcos: “por eso dejará el hombre a su padre y a su madre…”, significa la fundación de una nueva familia a partir del desprendimiento que, tanto el hombre como la mujer, hacen de sus familias de origen. “Y se unirá a su mujer y serán los dos una sola cosa”, son dos afirmaciones que manifiestan la comunión estrecha e íntima de los dos seres que se convierten en un solo ser por el amor. Esto, sin duda, no es otra cosa que la indisolubilidad del matrimonio en el plan de Dios. En efecto, el amor crea un vínculo tan fuerte y permanente que el ser humano no es capaz de romper: “Por eso, lo que Dios unió, que no lo separe el hombre”, expresa Jesús en el evangelio.

¿Qué decir, pues, del divorcio? El divorcio es una realidad con la que nos enfrentamos muy frecuentemente en nuestro tiempo. Sin embargo, hay que decirlo, no tiene origen en Dios, sino más bien en los seres humanos que fallan en dos momentos cruciales: antes de contraer matrimonio y/o después de haber contraído matrimonio. Hay parejas que, por diferentes razones, no debieron haberse casado: por inmadureces, por la edad, por la rapidez con que lo hicieron, por el poco tiempo de noviazgo, por las presiones externas, por su poca preparación humana y cristiana, por sus falsas motivaciones, etc.

Pero también es cierto que, ya casados, los cónyuges no cuidan, no protegen su vida matrimonial: no hay oración, no hay vida sacramental, no se escucha la palabra de Dios, no hay amor de donación, se vive el matrimonio con criterios meramente humanos y materiales, con egoísmos, sin capacidad de sacrificio y abnegación, con poca comunicación y fidelidad a la palabra dada. El desenlace es inevitable: divorcio.

La Iglesia, sin embargo, mira con benevolencia y amor, a quienes por diversas circunstancias han llegado a la separación y/o al divorcio. Para ellos(as), el acceso a la palabra de Dios, a la oración, a las obras de caridad y de compromiso social, la participación en la santa Misa y otras acciones meritorias, serán ocasión para mantener una buena relación con Dios nuestro Señor; quizá el acceso a algunos sacramentos sea complicado (es obvio), pero de todas maneras la Iglesia les ofrece acompañamiento y atención.

Concluimos la reflexión elevando a Dios una súplica fervorosa: Haz, Señor, que cada pareja de esposos contemple en cada eucaristía tu inmenso amor por todos los seres humanos, a fin de que, a ejemplo tuyo, estén siempre dispuestos a sacrificar sus intereses particulares y a entregar la vida el uno por el otro. Amén.

¡Que tengan un excelente domingo!

+ Ruy Rendón Leal

Arzobispo de Hermosillo

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