Por Milton Aragón
En el libro El gran teatro del mundo, Philipp Blom (Anagrama, 2023), relata una conversación con un amigo ecólogo que le dice: “esto es una guerra”. Explicando que es una guerra, por la forma en que se conquista y ocupan los territorios por medio de la destrucción y la explotación de lo que contienen. Visto desde los sistemas ecológicos y las relaciones interespecíficas que mantienen su estabilidad dinámica, justo es lo que hacemos como humanidad con la Naturaleza. Lo cual no es nuevo, pues como menciona James C. Scott en Contra el Estado (Trotta, 2022), desde que los homínidos aprendimos a controlar el fuego como herramienta para transformar el mundo natural, se moldeó el paisaje, predominando especies adaptadas al fuego. Lo que sí es nuevo, es la forma de explotación basada en el consumo y no la supervivencia.
Si consultamos la página Our World in Data, encontraremos ejemplos de esta forma de explotación basada en el consumo, que ha venido creciendo aceleradamente desde la revolución industrial. Vinculada con un imaginario del progreso sustentado en indicadores de desarrollo económico y no, en la búsqueda de la igualdad y el bienestar como virtud última del ser feliz de manera colectiva y no individual, como marca el imperativo actual. Justo aquí es donde Blom, o filósofos como Eric Sadin y Byung-Chul Han, ponen el dedo en el síntoma de nuestra época: la pérdida de un relato que nos permita resignificar la forma de vida contemporánea por una que no se base en el consumo, el desarrollo y el individualismo.
Pero las soluciones hacia temas críticos que ponen riesgo a la humanidad, como es el cambio climático, con todos sus factores asociados como son las enfermedades y las sequias, siguen siendo tecnoutopías que construyen relatos narcisistas y excluyentes, como son el transhumanismo, o ingenuos y bienintencionados, quisiera pensar, como son las energías limpias que conllevan zonas de sacrificio de donde extraen los minerales raros con los cuales se producen. Qué decir de aquellos relatos que reducen la culpa a los individuos y buscan pequeñas soluciones como las bolsas reutilizables o los popotes. Al final los tres ejemplos solo son otra forma de consumo que sigue sustentando en esa explotación basada en el consumo.
El amigo de Blom, al final reflexiona sobre esa guerra: “Nadie nos detiene porque aún no han nacido los que deberían defenderlo. Libramos una guerra contra el futuro”. Y es justo en el sentido del futuro donde se encuentra el nudo borromeo de la crisis y su dificultad de desanudarlo. Porque el futuro presenta dos fuertes cargas simbólicas como catástrofe o progreso. Pero el primero perdió fuerza, porque basaba su sentido en la religión y el segundo en la ciencia. Por ello nadie nos detiene, porque lo que hace es producto de la racionalidad, necesitamos los gritos de un loco para entender que vamos desnudos como humanidad directo al desfiladero, mientras nos sigamos centrando en la individualidad del consumo y no pensemos en los otros como comunidad.