/ domingo 17 de noviembre de 2024

El Colegio de Sonora / Niñez Migrante de circuito

Un niño, niña o joven migrante se refiere, a grandes rasgos, a una persona menor de dieciocho años cumplidos que se desplaza de su lugar de origen a otro país o región. Puede desplazarse acompañado de adultos o de manera independiente.

Se trata de un fenómeno que incluye diversas circunstancias, como la búsqueda de mejores oportunidades económicas, reunificación familiar, o de manera más actual, desplazamiento por conflictos, extrema violencia o desastres naturales.

La condición de niño, niña o joven migrante implica un sinfín de riesgos y vulnerabilidades, ya que a menudo enfrentan desafíos relacionados con la protección de sus derechos, el acceso a servicios básicos como educación y salud, y la posibilidad de ser víctimas de explotación o abuso.

Por si fuera poco, también influye la situación legal en el sentido de la legislación de cada país y de la situación migratoria (si cuenta o no con documentación para ingresar al país).

El fenómeno migratorio de niños, niñas y jóvenes en la frontera norte de México es una manifestación más de la desigualdad social, de la violencia y las esperanzas frustradas que caracterizan nuestra realidad. Los niños, niñas y jóvenes migrantes son, en muchos sentidos, el reflejo de una sociedad que empuja a los más vulnerables a buscar alternativas donde la vida parece más prometedora, pero sólo en apariencia.

Cuando el destino es Estados Unidos, sin importar el país de origen, en algún momento llegan a la frontera norte de México. El espacio fronterizo del norte de México es un espacio de transformaciones, donde estos actores, en su mayoría provenientes de ambientes precarizados, cruzan un paisaje de desolación y riesgo. Su travesía está marcada por el miedo, pero también por una inquebrantable esperanza de encontrar un futuro mejor.

Solos o acompañados, enfrentan un sistema migratorio que a menudo es hostil e indiferente. Las políticas de control fronterizo, las detenciones y el estigma social complican aún más su situación. Sin embargo, también son agentes de su propio destino, con sueños que desafían las circunstancias que los rodean.

Escuchar a una persona migrante, es escuchar una historia de resistencia en búsqueda de una vida digna. Escuchar la historia de niños, niñas y jóvenes, nos confronta con la urgencia de repensar nuestra humanidad y la forma en que tratamos a quienes buscan refugio y oportunidades.

Entre todos los posibles peligros que ponen en riesgo la integridad de niños, niñas y jóvenes al momento de desplazarse, existe un elemento que los expone a tomar decisiones que implican vida o muerte. Cuando un niño, niña o joven que viaja en busca de mejores oportunidades llega a la frontera norte de México, puede ser considerado como migrante de tránsito debido a que únicamente transita a través del espacio. Es decir, llega y cruza, se sigue moviendo hacia el lugar de destino.

Ahora bien, cuando un niño, niña o joven permanece en la frontera norte, ya sea porque nació y vive ahí, o bien, ha sido devuelto a la frontera norte de México y vive ahí, no por decisión personal, sino por necesidad de sobrevivencia, a estos niños, niñas y jóvenes se les conoce como migrantes de circuito. Como migrantes de circuito, se asume la frontera no solo como un límite geográfico, sino como un espacio de desencuentros, donde la pobreza y la falta de oportunidades se entrelazan con la violencia.

Niños, niñas y jóvenes migrantes de circuito son particularmente vulnerables a este contexto. Por ejemplo, a menudo, el reclutamiento del crimen organizado comienza con una seducción con promesas de dinero fácil, de pertenencia a un grupo que les ofrece algo que la sociedad no les brinda.

Las organizaciones criminales se aprovechan de la situación de precariedad y, a través de persuasión, generan una imagen de poder y respeto que resulta muy atractiva para aquellos que están marginados. Migrantes de circuito se encuentran en un cruce de caminos que parece no tener salida.

Las organizaciones criminales, silenciosas, se presentan como una opción seductora para alguien que no tiene nada qué perder. Ofrecen espejismos de poder, dinero y respeto. Se acercan con promesas, mostrando un brillo que deslumbra en medio de la penumbra.

Al final, los niños, niñas y jóvenes de circuito deberán tomar una decisión que implica dos opciones: 1) caer en la opción seductora del crimen organizado cruzando paquetes a través del desierto, encabezando el recorrido de cruce de personas por caminos que solo ellos conocen, vigilar como halcones los movimientos de la policía o contrarios, o bien, 2) seguir en la desesperación visible de la mendicidad confrontando visual y moralmente a los transeúntes de la frontera norte en busca de unas monedas para sobrevivir.

Esta reflexión es un llamado a estar atentos como sociedad en el sentido de ver y trabajar por un sistema escolar que no sea únicamente de instrucción académica, sino que sea un sistema educativo integral que permita imaginar a los niños, niñas y jóvenes una vida diferente, convertir a las escuelas en refugios de autonomía.

Como sociedad, también debemos estar atentos en fomentar una cultura que valore el esfuerzo colectivo y desmantele los espejismos de riqueza instantánea.

Si los niños, niñas o jóvenes no encuentran un sentido en la vida que se les ofrece, si todo les parece banal y sin propósito, el crimen gana la batalla de la seducción.

orivera90@uabc.edu.mx

Oscar Bernardo Rivera García, egresado de la IV promoción de doctorado en ciencias sociales, de la línea Globalización y Territorios, 2012-2015 de El Colegio de Sonora.