/ domingo 1 de septiembre de 2024

El Colegio de Sonora / Una democracia deliberativa

En la clase que dirijo con estudiantes de licenciatura pregunté sobre el significado de la democracia. A la mayoría les costó trabajo definirla, pero la primera y más popular idea fue la de un gobierno que toma decisiones considerando la voluntad de la mayoría (el llamado ‘principio de mayoría’). Aunque este es uno de los principios más representativos de la democracia, no es su única característica.

Más adelante, en la misma clase, comenzamos a analizar las características que debería tener la democracia. Leímos a Enrique Suárez-Íñiguez (2005) y trabajamos con su premisa de que la democracia no es algo definitivo, ni una panacea o algo que se limita a procesos electorales, sino una forma de gobierno que se construye día a día y que consta de varios elementos.

Además, sumamos las ideas del filósofo Karl Popper, quien señala que la democracia no se basa solo en el principio de mayoría, y que los métodos para el control democrático (como el sufragio universal y el gobierno representativo) son solo salvaguardias institucionales para mantener la forma de gobierno democrática. Es decir: ni la democracia se resume a un proceso electoral, ni todo proceso electoral es democrático, pero es importante para mantener viva a la democracia que se consulten las decisiones y se transparenten las razones.

La democracia se encamina más a la idea de un buen gobierno, donde los resultados de las políticas se traduzcan en el beneficio de la población (a corto, mediano y largo plazo, al mayor número de beneficiarios y con respeto de las reglas). Limitar la democracia al proceso electoral es ignorar 3 o 6 años de acciones, y es justo en estas acciones donde la ciudadanía percibe la eficiencia de los gobiernos.

La democracia no debe reducirse al haber ganado una elección y, mucho menos, a algo que se posea en entero: “Tenemos democracia, ganamos elecciones por una mayoría contundente y, por lo tanto, podemos hacer lo que queramos”, es una idea que, en la historia de México, ha aparecido con fuerza en varias ocasiones y el tiempo se ha encargado de demostrar el peligro que encierra.

La democracia está más presente en la deliberación pública que en las urnas. En la antigua Grecia (donde surge la democracia como forma de gobierno), los ciudadanos se reunían en el Ágora (una plaza pública) para discutir los asuntos trascendentales para la vida pública del país y, posteriormente, decidir. Es la construcción de acuerdos mediante la negociación y el argumento veraz lo que sostienen a la democracia.

Para sostener la dinámica democrática, de nosotros -la ciudadanía- se exige la participación fundamentada (lo que implica involucrarnos en la discusión pública y una formación sobre los temas a tratar); de las autoridades, el respeto irrestricto de las libertades de participar, expresar y, sobre todo, disentir. Debería importarnos más el debate público que el día de la elección, porque un gobierno democrático será aquél en el que la población tenga el poder de intervenir, expresar y discutir sus asuntos públicos, más allá de su voto.

Manuel Alejandro Encinas Islas. Egresado de la XVIII promoción de la Maestría en Ciencias Sociales.

En la clase que dirijo con estudiantes de licenciatura pregunté sobre el significado de la democracia. A la mayoría les costó trabajo definirla, pero la primera y más popular idea fue la de un gobierno que toma decisiones considerando la voluntad de la mayoría (el llamado ‘principio de mayoría’). Aunque este es uno de los principios más representativos de la democracia, no es su única característica.

Más adelante, en la misma clase, comenzamos a analizar las características que debería tener la democracia. Leímos a Enrique Suárez-Íñiguez (2005) y trabajamos con su premisa de que la democracia no es algo definitivo, ni una panacea o algo que se limita a procesos electorales, sino una forma de gobierno que se construye día a día y que consta de varios elementos.

Además, sumamos las ideas del filósofo Karl Popper, quien señala que la democracia no se basa solo en el principio de mayoría, y que los métodos para el control democrático (como el sufragio universal y el gobierno representativo) son solo salvaguardias institucionales para mantener la forma de gobierno democrática. Es decir: ni la democracia se resume a un proceso electoral, ni todo proceso electoral es democrático, pero es importante para mantener viva a la democracia que se consulten las decisiones y se transparenten las razones.

La democracia se encamina más a la idea de un buen gobierno, donde los resultados de las políticas se traduzcan en el beneficio de la población (a corto, mediano y largo plazo, al mayor número de beneficiarios y con respeto de las reglas). Limitar la democracia al proceso electoral es ignorar 3 o 6 años de acciones, y es justo en estas acciones donde la ciudadanía percibe la eficiencia de los gobiernos.

La democracia no debe reducirse al haber ganado una elección y, mucho menos, a algo que se posea en entero: “Tenemos democracia, ganamos elecciones por una mayoría contundente y, por lo tanto, podemos hacer lo que queramos”, es una idea que, en la historia de México, ha aparecido con fuerza en varias ocasiones y el tiempo se ha encargado de demostrar el peligro que encierra.

La democracia está más presente en la deliberación pública que en las urnas. En la antigua Grecia (donde surge la democracia como forma de gobierno), los ciudadanos se reunían en el Ágora (una plaza pública) para discutir los asuntos trascendentales para la vida pública del país y, posteriormente, decidir. Es la construcción de acuerdos mediante la negociación y el argumento veraz lo que sostienen a la democracia.

Para sostener la dinámica democrática, de nosotros -la ciudadanía- se exige la participación fundamentada (lo que implica involucrarnos en la discusión pública y una formación sobre los temas a tratar); de las autoridades, el respeto irrestricto de las libertades de participar, expresar y, sobre todo, disentir. Debería importarnos más el debate público que el día de la elección, porque un gobierno democrático será aquél en el que la población tenga el poder de intervenir, expresar y discutir sus asuntos públicos, más allá de su voto.

Manuel Alejandro Encinas Islas. Egresado de la XVIII promoción de la Maestría en Ciencias Sociales.