Por Griselda Márquez Higuera*
Es probable que pensar en la palabra bienestar nos conduzca a una concepción de un estado de satisfacción constante, en salud mental y física, o quizá de estar tranquilo con uno mismo. A nivel político, en México hemos visto y escuchado esta palabra frecuentemente y desde el inicio de la presente administración federal es posible que nos hayamos preguntado por qué un término tan común abandera gran parte de los proyectos sociales, económicos, laborales y de seguridad en nuestro país.
Desde el punto de vista científico, dicho vocablo es medible tanto en términos objetivos como subjetivos. Dentro de los primeros, podemos encontrar todas aquellas condiciones económicas, laborales, de salud, de seguridad pública, entre otras; mientras que los subjetivos tienen que ver con el grado de satisfacción con la vida, sentimiento de realización en lo personal, profesional, familiar, etcétera.
Para considerar que se está en una condición de bienestar, hay una constante en lo que la mayoría de los contextos sociales concuerdan: el tener las necesidades básicas cubiertas. Es decir, mientras las necesidades materiales, físicas y sociales nos permitan desarrollarnos de manera favorable, se considerará que nos encontramos en un estado de bienestar.
Una segunda condición de estimación es lo que, en lo personal, valoramos dentro del ambiente en el que nos desenvolvemos –esto sería la parte subjetiva–. En este sentido, para considerar que hay bienestar o calidad de vida a nivel individual, grupal y como sociedad, los actores políticos debieran tomar en cuenta que se requiere favorecer la riqueza material, la salud, trabajo u otra forma de actividad productiva, así como el bienestar emocional, las relaciones sociales y familiares, la seguridad y, finalmente, la integración con la comunidad.
Si pasamos al concepto de bienestar objetivo, encontraremos que en éste también se contempla la vivienda, el nivel educativo, el servicio médico, las actividades de tiempo libre, y las relaciones familiares y sociales. En cambio, Ana Banda Castro y Miguel Morales, quienes investigan el empoderamiento psicológico, nos dicen que el bienestar subjetivo se manifiesta cuando uno como persona se reconoce y a la vez se posiciona de esa condición al aceptarse y/o sentirse aceptado dentro de su ámbito profesional o laboral.
Por otro lado, una condición objetiva para considerar que hay bienestar, por ejemplo, en el ámbito de la salud, es el tipo de atención que reciben los enfermos y a la vez la prevención de enfermedades que se realiza a través de los medios educativos.
Una buena noticia con respecto a los estudios del bienestar, es que existen algunos predictores que impactan positivamente en el ámbito subjetivo y que a la vez dependen de las diferentes culturas, esto es, son diferentes los predictores en culturas individualistas y colectivistas. Por ejemplo, en una cultura individualista se valora más la autoestima, los estados de ánimo, la independencia y la autonomía; por otro lado, una cultura colectivista promueve la interdependencia entre nosotros y con el grupo o grupos con los que convivimos. Otro indicador es la resiliencia, que es la capacidad de una persona para adaptarse a distintos acontecimientos agradables o desagradables de la vida, pues de ésta depende en buena medida su estado de ánimo a lo largo de sus experiencias.
Entre las situaciones más difíciles de enfrentar, Cummins, estudioso del concepto de calidad de vida, destaca el tener una condición de desempleo y discapacidad severa, sin embargo, la condición de bienestar se ve fortalecida por la autodeterminación, los recursos, el propósito en la vida, y un sentido de pertenencia.
Para Alfonso Urzúa y Alejandra Caqueo-Urízar, ambos catedráticos en universidades chilenas, la calidad de vida subjetiva es entonces: “el grado individual de satisfacción con la vida, de acuerdo a estándares internos o referentes”. Podemos entonces darnos cuenta que tener calidad o satisfacción con la vida dependerá en gran parte de nosotros mismos, de nuestros recursos internos y lo que tomemos como referente para fortalecernos, sin olvidar que también influirá nuestra cultura, el periodo social por el que estemos pasando y los grupos en los que estemos inmersos, como lo confirma Rubén Ardila, un psicólogo colombiano experto en la materia.
En términos educativos, el gobierno federal ha impulsado su política de bienestar a través del nuevo modelo de la escuela mexicana, que si bien es cierto está en pleno comienzo con sus respectivos tropiezos, es un modelo que según sus principios, espera contribuir individual y colectivamente en el bienestar de todos, con el apoyo corresponsable de los distintos actores que intervienen en el trayecto educativo de los mexicanos, un esfuerzo del que vale la pena participar.
*Doctora en Educación por la Nova Southeastern University y miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Actualmente es profesora en la Escuela Normal Rural Gral. Plutarco Elías Calles (ENR). Correo electrónico: enr.gmarquez@creson.edu.mx