/ lunes 24 de diciembre de 2018

Mensaje de Navidad 2018

“El Santo, que va a nacer de ti, será llamado Hijo de Dios”

Muy queridos hermanos y hermanas:

Con estas bellas palabras (Cf. Lc 1,35), el ángel Gabriel le comunica a la Santísima Virgen María que, Jesús, el fruto bendito de su vientre, a quien nosotros recibimos con alegría en esta Navidad, es el Santo de Dios (Cf. Jn 6,69), quien viene a este mundo para redimirnos del mal, hacernos hijos adoptivos de Dios y santificarnos.

Al celebrar la Solemnidad del Nacimiento del Hijo de Dios, vuelven a resonar en mi corazón las palabras del Señor en la Escritura: “Sean santos, porque yo, el Señor su Dios, soy santo” (Lev 19,2); “Sean perfectos como es perfecto su Padre celestial” (Mt 5,48).

El Papa Francisco en su bella Exhortación Apostólica Gaudete et Exsultate nos hace, al respecto, un ferviente llamamiento a la santidad en el mundo actual. Santidad, que podemos encarnarla en los diferentes contextos que vivimos hoy en día, con sus riesgos, desafíos y oportunidades.

Ya el Concilio Vaticano II en la Constitución Dogmática Lumen Gentium, nos decía hace poco más de 50 años: “Todos los fieles, cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre” (L.G. 11).

Yo les propongo, hermanos y hermanas, que, en estas fiestas de Navidad, reformulemos en nuestro corazón este llamado a vivir la santidad, como nos lo pide el Señor y como lo necesita, hoy en día, nuestra Iglesia. En efecto, la Iglesia, formada por hombres y mujeres creyentes, llamada a servir y a ofrecer a toda la humanidad el Bien de los bienes, no debe pasar por alto esta gran vocación y debe buscar en su propio ámbito la SANTIDAD de sus miembros.

Sí, hermanos, aspiremos a la santidad, a ser excelentes padres o madres de familia; hijos o hermanos; niños, jóvenes o adultos; estudiantes o trabajadores, laicos, consagrados o sacerdotes, cada uno de nosotros según nuestro estado de vida o condición. Ser santos en nuestro ser y quehacer, en nuestra identidad y en nuestra misión, por amor al Señor y por amor a nuestro prójimo.

Les propongo un camino de santidad muy sencillo y, a la vez, muy práctico:

Tengamos en cuenta los personajes bíblicos de este tiempo de Navidad. Ellos, cada uno a su manera, con sus palabras, acciones y actitudes, son un ejemplo y un modelo de santidad para nosotros: Jesús, José y María, los Pastores de Belén, Simeón y Ana, los Reyes magos, entre otros. Acerquémonos a ellos con sencillez y aprendamos de sus virtudes.

Dispongámonos, pues, para que cada día del tiempo de Navidad el Señor Jesús fortalezca nuestros corazones en la santidad y nos haga irreprochables delante de Dios, nuestro Padre (Cf. 1 Tes 3,13). Porque a cada uno de nosotros el Señor nos eligió “para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor” (Ef 1,4).

Que en esta Navidad nos esforcemos por crecer en santidad, ante Dios y ante los hombres, procurando involucrar a los miembros de nuestras comunidades, a nuestros familiares y amigos en esta maravillosa dinámica, recordando esas hermosas palabras del Salmo 93: “La santidad es el adorno de tu casa, oh Dios, por días sin término”.

Con mis mejores deseos para todos. ¡FELIZ NAVIDAD!

Mons. Ruy Rendón Leal

Arzobispo de Hermosillo

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