Uno de ellos pedía dinero, el otro también, pero a cambio de limpiarte el carro mientras los que llegaban hacían su compra en esa tienda de conveniencia.
El primero se colocaba en la puerta y como si esta fuera de cuotas, estiraba la mano y requería lo que de los otros fuera su santa voluntad.
Una a una de las monedas engordaban la bolsa de sus pantalones trozados y ahí permanecía algunas horas junto a su esquelética figura y esos tatuajes indescifrables que un día fueron esculpidos en su torso desnudo.
El que aseaba carros andaba igual, a menos en su vestir, pero con camiseta tira huesos y un short que parecía haberlo confeccionado a punta de mordidas, poquito antes de salir de casa.
Ambos pues, tenían su forma muy peculiar de allegarse unos centavos y, al manos en esas horas, era así cómo se ganaban la vida" ,que traducido de manera muy breve significa obtener los ingresos necesarios para mantener nuestra propia existencia y, en su caso, la de la familia.
Advierto que el verbo "Ganarse" significa obtener algo a través de esfuerzos o méritos y es aquí en donde inician los queveres.
Son innumerables los estudios que se han realizado al respecto y uno de estos tiene que ver con el asunto de la mendicidad. Al respecto , la autora Nancy Sofía Guadalupe Rivera Torres señala que “En la actualidad en pleno siglo XXI después de todo los procesos por los que ha pasado nuestro país y las reformas que se han incrementado para seguir con el crecimiento de este, existen muchos problemas gravísimos que tal vez ni en 100 años más se puedan solucionar, me refiero al problema de la mendicidad en el país y es que en cualquier parte de nuestro país nos encontramos con este problema deriva”.
Ella también dice, lamentándose, que muchas de las personas que se dedican a pedir limosnas en las calles lo toman ya como un oficio considerándolo como un trabajo más y que ya no son es cierto tipo de población sino que esta se compone de que niños, jóvenes, ancianos, personas con discapacidades, indígenas, vagabundos y personas adultas que se encuentran sin ningún problema de salud que les impida conseguir un empleo formal.
Con estos datos más de uno pudiera considerar que entre estos grupos no todos están ahí porque no hubo más opción o que su condición de pobreza es tal que desesperadamente salieron a la calle y en la primera esquina o banqueta que vieron comenzaron a pedir apoyo, sino que entre los muchos que son, también hay dos que tres perezosos que están enviciados de la teoría del mínimo esfuerzo para continuar en este mundo, y que ya encontraron en este ejercicio callejero su modus vivendi
Aun así me resisto a creer que, pese a esa comodidad, no tengan que realizar alguna actividad que ponga a prueba sus virtudes, su destreza, su intelecto, su fuerza misma, por más elemental que parezca el acto de mendigar pero que les valga tan siquiera un chorrito de sudor en la frente o un calambre por haber caminado dos metros hacia esa doña que les daba un billete de a veinte o que en la noche les pegue una dolencia en la espalda por estar parado toda la mañana pidiendo dinero.
Esta creencia suena como si yo estuviera justificando a los huevones o huevonas, palabra esta que puede ser para los oídos castos un tanto groserita pero que no existe otra más idónea para que entendamos en México de lo que nos quiere decir la investigadora, pero de manera más elegante.
Yo más bien quiero darle el beneficio de la duda o garantizarle su derecho de audiencia para que puedan defenderse y nos digan , con evidencias de por medio, que eso de recibir, gratuitamente el sustento, nomás estirando la mano exige su grado de complejidad.
Antes de llevar el tema a otras dimensiones en las cuales malinterpreten este exportable debate, hago una pausa y regreso con esos compitas que estaban haciendo lo suyo en el lugar que les digo.
Uno y otro no eran suizos ni venían de los países bajos ni parecían neerlandeses. Con mucho orgullo eran de los estados unidos mexicanos, de la misma ciudad norteña y si me apuran, del mismo barrio.
No lo digo con menosprecio, al contrario, no quiero ser como algunos gobiernos que a la hora de observar un problema, lo primero que hacen es deslindarse o volverlo ajeno o acusar al pasado o decir que lo que ocurre no es más que la influencia del extranjero o que los involucrados provienen de otras regiones y no son de aquí.
Ellos pudieron ser vecinos e ir a la misma primaria, jugaron en la misma calle y le dieron vuelo a la hilacha durante su adolescencia hasta dejar la secun o la prepa trunca porque agarraron onda gacha, le pusieron a las que dan parriba o pabajo, se juntaron con lo más selecto del barrio en eso de llevarse los estéreos hasta con el carro prendido, bajaban a cuanto parroquiano veían y tarde que temprano , ya estaban marcando en la grande en un ir venir, saliendo y entrando como si los centros de readaptación social, fueran de permanencia voluntaria.
Todo eso pudieran ser, pero en gran medida es el fruto del Estado Mexicano ha formado.
Sin embargo, entre uno y otro, los distingue el poquito grado de conciencia que uno tienen en cuanto que si la idea es conseguir ingresos, esto será mediante un empleo por más informal o improvisado que este sea, en tanto el otro considera que nada hay que dar a cambio de ese dinero que le acercan a su mano y peor aún, puede asumir una actitud de reproche o de insulto si alguien no lo hace.
Frente a esto, al menos a mí me nace la curiosidad de saber cuál de estos dos hombres no tan joven representa o es el modelo de ciudadanos que nos representa o es el prototipo que nos puede enorgullecer y presumirlo al mundo.
Ya no estoy hablando de ellos, únicamente, hablo de toda una población mexicana en edad productiva en donde unos lograron una profesión o un oficio y de ahí, bien o mal, poco o mucho, se ganan la vida, en tanto que otros puede que estén en la cúspide económica, en pobreza extrema, en el mejor de los puestos o encargos públicos o en un trabajo con una antigüedad que aspira a la pensión y sin embargo es poco lo que han dado para estar donde están y peor tantito, pueden ser admirados o significar para la mayoría un idolatrado al que hay que seguir , así sea igualito al muchacho que estiraba la mano en esa tienda de convivencia y nos imponía un diezmo casi como una obligación.
Luego me dicen, porque ahorita voy al super.