Desde hace más de dos años empecé a tener mayor curiosidad por las bibliotecas personales y familiares. El interés surgió cuando pensé que tenía más posibilidad de encontrar libros antiguos en estos recintos que en las bibliotecas públicas o universitarias. No hay duda que un libro tiene una vida más larga en manos de un lector o de una familia lectora.
Comencé a buscar estos espacios y a platicar con sus propietarios. Aunque no he podido conocer todas las bibliotecas de las personas que he entrevistado, escuchando la manera en que las fueron formando, describiendo sus libros más valiosos y confesando lo que les gustaría que pasara en un futuro con sus ejemplares, siento que las recorrí durante la charla.
En cambio las bibliotecas que sí he podido visitar en persona la experiencia ha sido significativa. Me queda claro que los libros no son solo radiografías del propietario sino también de sus familias, de sus ancestros y del territorio en donde se encuentran. Las firmas que contienen, los sellos de las librerías en donde fueron adquiridos, los exlibris de antiguos dueños y hasta el polvo que conservan, describen una gran variedad de temas que se pueden estudiar.
Recuerdo una biblioteca en donde había libros en diferentes idiomas y después supe que la dueña había viajado por varios países. También otra biblioteca en donde el exceso de títulos sobre marxismo describía la ideología del antiguo propietario. En otra encontré un diario escrito por un bisabuelo del dueño. En una descubrí un pequeño cuaderno donde alguien escribió la crónica de un viaje por Europa y en otra vi más de cincuenta novelas románticas adquiridas a principios del siglo XX.
Encontrar un libro con anotaciones del abuelo o de la abuela, es un descubrimiento que te emociona como si hubieras hallado sus fotografías de joven. Se atesoran por igual aquellos libros en donde se incluyen datos de nuestros ancestros así como aquellos que hablan de las tradiciones y costumbres de las regiones en donde nacieron nuestros abuelos. Una biblioteca familiar es un álbum de fotos.
La pasión por coleccionar libros, el lazo emocional que se forma con ciertos ejemplares y los recuerdos al leer por primera vez a los autores favoritos, hace que una biblioteca diga más de nosotros que nuestras propias arrugas. Revelan los gustos pasajeros, las aficiones de juventud y hasta los errores que hemos cometido. Una biblioteca es una memoria colectiva, viva, cambiante y tan contradictoria como nosotros mismos.
Si a nuestra biblioteca personal se suman algunos libros del papá, la mamá, tíos o abuelos, esos ejemplares antiguos se volverán apreciados por las futuras generaciones que encontrarán en ellos sus raíces. Incluso en sus lecturas pueden explicar el origen de algunas conductas, buenas y malas, que se heredan de generación en generación.
Con el paso del tiempo una biblioteca familiar se convierte en un espacio de reunión, de búsqueda, de interrogantes y de explicaciones. Se vuelve un lugar de aprendizaje, de entretenimiento y de refugio. Cualquiera que sea el número de ejemplares, una biblioteca en casa es el lugar más seguro porque nunca te defrauda.
Si nuestros ancestros no fueron lectores o no tuvimos la oportunidad de heredar sus lecturas, podemos empezar ese nicho lector, en forma de cápsula de tiempo, con la intención de poder hablar con las futuras generaciones y permitir que nos conozcan más. Tal vez el abuelo de joven se convierta en un excelente compañero de lectura. Heredar una biblioteca es conceder la clave para conocer tanto el universo como nuestro propio mundo interior.