/ martes 23 de julio de 2024

Vidas y libros | La biblioteca ideal

Se ha repetido hasta el cansancio que, para Borges y para muchos, el paraíso es una biblioteca. El solo hecho de estar en un lugar en donde se encuentren todos nuestros libros favoritos, autoras y autores predilectos y títulos por leer, es motivo de vivir algo idílico o irreal.

El lugar común de una biblioteca ideal es imaginarla como un espacio repleto de libros, de estantes viejos y alargados en donde es preciso una escalera para acceder a los tomos que están lejos de nuestra vista.

Algunos la imaginarán como una biblioteca mediana pero con libros difíciles de conseguir, una veintena de libros incunables o con especímenes editoriales poco comunes; aquellos tirajes cortos, con dedicatorias especiales o incluso libros prohibidos.

Sin embargo, tal vez la biblioteca ideal es tener solo los libros necesarios, aquella docena que te llevarías a una isla desierta o los tres títulos que has leído una y otra vez; una biblioteca pequeña en número de libros pero vasta e inmensa en significado.

Desde hace varios años me ha perseguido la idea de las bibliotecas familiares. Es decir, no una biblioteca individual hecha por una sola persona, sino pensada desde lo familiar: cubriendo los intereses de todos los miembros de la familia y su historia.

No hay nada más egoísta que levantar una biblioteca para una sola persona. Miles de ideas, historias, personajes, diálogos, sentimientos y reflexiones limitadas a una persona finita.

Es por eso que, cuando pienso en una biblioteca ideal, evoco la biblioteca familiar. Un espacio hecho a través del tiempo por distintas manos, que seguramente perdurará en la misma familia porque cuenta la historia de esa estirpe y es una radiografía social de ese pequeño núcleo que en algún tiempo convivió bajo un mismo techo.

Mi biblioteca ideal es donde pueda reunir no solo los libros de mi esposa e hijo, sino el material de Interés de mis papás, los temas que le apasionan a mi hermano y los que me recuerdan a mis abuelos, sobrina y familia extendida. Aquellos títulos que cuenten la historia de los lugares en donde hemos vivido para dejar testimonio a la siguiente generación.

Me gusta pensar en una biblioteca como un coro de voces que hablarán por décadas sobre nosotros a través de los libros; un acervo que nos seguirá enseñando sin importar las revoluciones que sucedan y los cambios políticos y sociales; un punto de reunión para el cúmulo de intereses y de pasiones que una vez tuvimos y compartimos.

Nuestra biblioteca es el lugar en donde se refleja lo que hemos sido y lo que seremos. Más que un espejo, la biblioteca es el reflejo de lo que somos.

La biblioteca ideal es aquella en donde nos podamos ver reflejados dentro de una colectividad.

Se ha repetido hasta el cansancio que, para Borges y para muchos, el paraíso es una biblioteca. El solo hecho de estar en un lugar en donde se encuentren todos nuestros libros favoritos, autoras y autores predilectos y títulos por leer, es motivo de vivir algo idílico o irreal.

El lugar común de una biblioteca ideal es imaginarla como un espacio repleto de libros, de estantes viejos y alargados en donde es preciso una escalera para acceder a los tomos que están lejos de nuestra vista.

Algunos la imaginarán como una biblioteca mediana pero con libros difíciles de conseguir, una veintena de libros incunables o con especímenes editoriales poco comunes; aquellos tirajes cortos, con dedicatorias especiales o incluso libros prohibidos.

Sin embargo, tal vez la biblioteca ideal es tener solo los libros necesarios, aquella docena que te llevarías a una isla desierta o los tres títulos que has leído una y otra vez; una biblioteca pequeña en número de libros pero vasta e inmensa en significado.

Desde hace varios años me ha perseguido la idea de las bibliotecas familiares. Es decir, no una biblioteca individual hecha por una sola persona, sino pensada desde lo familiar: cubriendo los intereses de todos los miembros de la familia y su historia.

No hay nada más egoísta que levantar una biblioteca para una sola persona. Miles de ideas, historias, personajes, diálogos, sentimientos y reflexiones limitadas a una persona finita.

Es por eso que, cuando pienso en una biblioteca ideal, evoco la biblioteca familiar. Un espacio hecho a través del tiempo por distintas manos, que seguramente perdurará en la misma familia porque cuenta la historia de esa estirpe y es una radiografía social de ese pequeño núcleo que en algún tiempo convivió bajo un mismo techo.

Mi biblioteca ideal es donde pueda reunir no solo los libros de mi esposa e hijo, sino el material de Interés de mis papás, los temas que le apasionan a mi hermano y los que me recuerdan a mis abuelos, sobrina y familia extendida. Aquellos títulos que cuenten la historia de los lugares en donde hemos vivido para dejar testimonio a la siguiente generación.

Me gusta pensar en una biblioteca como un coro de voces que hablarán por décadas sobre nosotros a través de los libros; un acervo que nos seguirá enseñando sin importar las revoluciones que sucedan y los cambios políticos y sociales; un punto de reunión para el cúmulo de intereses y de pasiones que una vez tuvimos y compartimos.

Nuestra biblioteca es el lugar en donde se refleja lo que hemos sido y lo que seremos. Más que un espejo, la biblioteca es el reflejo de lo que somos.

La biblioteca ideal es aquella en donde nos podamos ver reflejados dentro de una colectividad.