Carlos Sánchez es contador de historias oscuras, de tristes realidades que en sus palabras se leen como versos de poesía, versos amargos que relatan la verdad de aquellos que no se atreven a decirla.
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Este 2020 cumple 27 años en la escena, dando voz a los que no tienen, escribiendo lo que pasa en su barrio Las Pilas, lugar que lo vio crecer y del que recogió las historias que se encuentran en algunos de sus ejemplares, todos aunque no lo parezca de la vida real.
Es consolidado como un importante escritor sonorense, ha ganado diversos premios y es aplaudido por sus libros y labor en reclusorios. Y como si fuera parte de su obra Entrevista con el autor, Carlos respondió a unas preguntas para El Sol de Hermosillo.
¿En qué momento te encuentras como escritor?
“Después de un periplo de impotencias. De no saber cómo decir lo que deseaba, contar las otras historias de los morros de mi barrio, esos a los que siguen matando, la precariedad o la violencia jamás pospuesta, inquebrantable. Agarré papel y lápiz y me aferré a contar lo que no se dijo en la nota sobre el deceso de uno de los compas, delincuentes según los titulares, delincuentes que también tuvieron madre y fueron parte de un proyecto de familia. Eso fue en el noventaitrés, siglo pasado”.
¿Cuáles son los logros más importantes que has conseguido en estos 27 años escribiendo?
“Saber lo que soy, reconocer lo que duele y felicita. La escritura como un análisis interior, biográfico, la historia de lo que fuimos y seguimos siendo. Escribir para dosificar las tormentas. ¿Todo eso? Qué demasiado, como dice Joaquín en su rola, me refiero al Sabina, ese loco lleno de libertad”.
¿Actualmente qué retos enfrenta Carlos Sánchez como escritor?
"El reto más implacable debe ser esa posibilidad de seguir escribiendo. Porque la redacción es un lobo indomable, que a veces te guiña el ojo pero de pronto te deja boquiabierto ante la imposibilidad de fluir. Sin embargo y por suerte cuando uno menos se lo espera ya está el otro tema picándole las costillas en la madrugada y es entonces que ocurre el salto de la cama y directo al ordenador. Y escribir es un reto siempre punzante.
Hay un par de libros en corrección, uno es la novela que habla sobre los yaquis del barrio, La Matanza, el otro un aguijón que me clava el nombre de mi abuela madre de mi madre que hace apenas unos meses estuvo dentro de un cajón”.
¿De tus obras, cuál es tu preferida?
“Linderos alucinados lo publiqué por primera vez en el 2000, me satisface de él la reunión de esas historias que confeccioné en mis primeros pasos. Si he de ser honesto, ninguno de los libros que he escrito tiene predilección, pero sí hay un suspiro cada vez que evoco mi única novela publicada que lleva por título En el mar de tu nombre. ¿A ti cuál es el que más te gusta?”
¿Qué es lo que más disfrutas del proceso al escribir un libro?
“La emoción de lo desconocido, lo que está por surgir desde el subconsciente, hablo de la escritura de ficción. Cuando es periodismo, como Matar o Desierto danza, lo más lindo el aprendizaje desde los testimonios de la raza”.
¿Que encontrará el lector en El móvil del crimen y cómo fue y cuánto duró el proceso de escritura?
“Tres textos dramáticos, dos con reparto y un monólogo. Tres textos que escribí hace años, dos de ellos: Carraca y El móvil del crimen, en el 2004, si la memoria no me falla (que sí me falla y muy seguido, y el monólogo Mar de ausencias, textos carcelarios estos tres que recogen la información que he adquirido en estos veinticinco años ya de andar las prisiones impartiendo talleres de escritura y fotografía”
¿En estos momentos estás enfocado en la dramaturgia?
“Es uno de los géneros que mayor reto me representan. Adoro y admiro al teatro y respeto mucho a quienes lo ejercen. Aspiro a que los personajes que pueda yo desarrollar algún día me hablen desde arriba del escenario. Esa es mi pretensión, ojalá ocurra”
Alguna anécdota de El móvil del crimen...
“Regreso poco a los libros ya publicados, pero cuando me ha tocado presentar El móvil del crimen me reencuentro con muchas escenas que he presenciado en el interior de las cárceles, y me es inevitable las nostalgia, los días de patear un balón en las canchas de la prisión o bien comer de la yegua, en un cacharro improvisado, el recipiente de plástico que antes fue un envase de mantequilla o yogur por ejemplo”.