La historia de la emperatriz Carlota de Bélgica, de romance y aspiraciones, se complicó en su paso por México, un país a donde llegó con su esposo Maximiliano de Habsburgo. No fue precisamente la búsqueda del sueño americano, pero sí hubo ambición de por medio.
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Maximiliano y Carlota desembarcaron en México en el siglo XIX con la consigna de instaurar un imperio francés, el segundo en este país.
El periodo de 1862 a 1867 fue el marco de esta historia que terminó en tragedia.
Conservadores mexicanos viajaron a Europa para buscar un monarca que los gobernara luego de que la iglesia católica perdiera poderes tras la Guerra de Reforma.
Napoleón III, el monarca francés tenía deseos de expandir su poder y la oferta hecha a Maximiliano no fue rechazada, podría reinar acompañado de su joven esposa, inteligente y codiciosa.
Así es como la describe Martha Robles en su libro Carlota, falsa emperatriz de México, coronada el 10 de abril de 1864, convirtiéndose así en Su Majestad Real Imperial, Carlota de México.
La escritora señala que ha sido objeto de análisis históricos, por ser uno de los personajes de la historia mexicana con aspectos sorprendentes, dramáticos y hasta grotescos que han incitado la imaginación colectiva por su reinado fugaz.
María Carlota Amelia Augusta Victoria Clementina Leopoldina de Sajonia-Coburgo-Gotha y Orleans nació el 7 de junio de 1840 como princesa, al ser hija del rey Leopoldo I de Bélgica y su esposa, la princesa francesa Luisa María de Orleans.
Pese a ser la única hija de cinco, para sus tiempos, recibió una educación privilegiada que incluyó conocimientos de artes políticas, diplomáticas, idiomas, filosofía, música y literatura, por mencionar algunos.
A los 16 años era considerada la princesa más bella de Europa, muchos jóvenes estuvieron interesados en ella, pero Carlota puso sus ojos en Maximiliano de Habsburgo, hermano del emperador de Austria: seductor, elegante e influyente en la vida política de Europa. Se casaron en 1857.
Vivían en el Castillo de Miramar, perteneciente a la Italia actual, pero tuvieron la visión de asumir la visión divina de gobernar como habían sido educados; solo que en México no fueron recibidos como esperaban y fue así como comenzó la infelicidad de la joven emperatriz, quien fue coronada en la Catedral de la Ciudad de México.
Los emperadores Carlota y Maximiliano juraron por el bienestar y la prosperidad de la nación, defender su independencia y conservar la integridad de su territorio, pero la actitud que correspondía a Maximiliano no fue como se esperaba; ella argumentaba que eran demasiado jóvenes.
La conducta del emperador, que incluía ausencias en el Castillo de Miravalle, como llamaron al de Chapultepec, hizo que ella tomara la responsabilidad que se les dio, pues por estatuto ella podría fungir como regente.
Sus conocimientos e interés por el tema político le dieron las agallas para gobernar y destacar en la primera parte del gobierno, mientras su esposo iba a Cuernavaca a cazar mariposas, como señala la escritora Sussane Igler. Por su parte, ella emprendía proyectos sociales, de caridad y de infraestructura.
Carlota decretó la Ley de Instrucción Pública que garantizaba la instrucción primaria gratuita y obligatoria, fundó escuelas y academias; mejoró los transportes como la vía ferroviaria de la Ciudad de México a Veracruz y abrió lo que hoy se conoce como Paseo de la Reforma, que en su momento fue el Paseo de la Emperatriz; la calle más icónica de la ciudad.
También limitó los horarios laborales, los castigos corporales y el trabajo infantil; estaba interesada en fundar un conservatorio de música y una academia de pintura, como había en París, en Bruselas y en Amberes; pensaba en guarderías, casas de cuna y asilos.
Pero sus intereses de mejora y transformación no fueron suficientes para mantener la fortaleza del imperio furente a la resistencia de los liberales del presidente Benito Juárez; los franceses comenzaron a retirar sus tropas en 1866 y comenzaba a tambalearse su imperio.
Por si no fuera suficiente, su esposo comulgó con las Leyes de Reforma de los liberales y fue capturado y ejecutado el 19 de junio de 1857 en Querétaro. Tenía 35 años.
En ese momento, Carlota se encontraba en Europa para exigir el apoyo de Napoleón III y del papa Pío IX, quienes ignoraron sus solicitudes. Esta falta de atención desencadenó en ella comportamientos compulsivos como morderse las uñas o el pañuelo, o bien mesarse el cabello. Mismos que derivaron en un trastorno mental.
Llegó al extremo de tomar solo agua de fuentes públicas que ella recogía, no dormía, desconfiaba de quienes la rodeaban, pensaba que la envenenarían y su camarista Mathilde Doblinger debía cocinar frente a ella, incluyendo matar y pelar las gallinas que le ofrecía para alimentarse.
Su padecimiento psiquiátrico fue tratado con aislamiento total, agua fría e inmovilización en su viejo Castillo de Miramar, donde fue recluida y declarada loca a los 26 años; permaneció tras cuatro barrotes viviendo entre las tinieblas.
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Carlota de Bélgica murió a los 86 años, el 19 de enero de 1927, pensando que su encomienda terminó sin éxito.