El libro de cuentos Pájaros en el cielo se presentará en el Encuentro de Escritores Bajo el asedio de los signos, en Ciudad Obregón, el viernes 11 de noviembre, y en la Feria del Libro en Hermosillo, el martes 15 de noviembre. Hoy les compartimos un par de capítulos para que conozcan su escritura y sigan su trayectoria literaria.
Hace unos días salimos del pueblo en el que nací y, por primera vez, he visto otros atardeceres, cielos de un azul distinto y unas montañas tan altas que cubren el horizonte. El de mi familia y el mío no es un viaje de placer, ni siquiera voluntario. Las circunstancias nos obligaron, como dice mamá. No es bonito salir de casa sabiendo que nunca volverás. Papá lo dejó muy claro. Nos iremos y no volveremos nunca, así lo dijo. No había tristeza ni angustia en sus palabras, él estaba convencido de que nuestro viaje era hacia un futuro mejor. Yo ni siquiera entiendo bien el significado de la palabra futuro. Hay quienes buscan un lugar para alejarse y permanecer ocultos, nosotros sólo queremos un lugar para vivir.
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Me llamo Alicia y me gusta comer tierra. Sé que es una fea costumbre, asquerosa dirían algunos, pero en mi defensa diré que hace mucho tiempo que no lo hacía, desde que tenía como tres años. Ya tengo diez años cumplidos y las circunstancias, como las llama mamá, me recordaron esos antojos de bebé.
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El día que salimos del pueblo el sol estaba en lo más alto. Mamá repartió todo lo que pudo entre los vecinos, ropa y utensilios de cocina, cucharas, platos y la olla de barro ennegrecida, su favorita para ciertos guisos. A su hermana mayor le encargó su jardín, sus flores, sus plantas. Papá regresó cuando yo regaba una flor que cuidaba desde hace días. Vendió algunos animales a un compadre, otros se quedarían en el terreno de un tío y se veía feliz por el trato que había logrado. Cargamos lo más esencial para el viaje, así que mi muñeca con un solo brazo y sin ojos se quedó en casa. Esa noche dormimos en un caserío cercano al pueblo y en la madrugada partimos hacia el norte. Mamá se dolía diciendo todo lo que dejábamos al irnos así. Yo dejé una flor a punto de brotar en el jardín y una muñeca con las cuencas de los ojos vacías.
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Cruzamos la frontera con México en pleno día. A papá lo convencieron de que era más fácil, ya que los oficiales de migración vigilaban más por las noches. Yo no entendía nada, ni de guardianes ni de migración ni de fronteras. Mamá se veía más asustada que yo. Éramos como seis familias, todas de distintos lugares. Todos hablábamos español, pero con acentos diferentes, aunque no por mucho. Después conocería otros acentos, esos sí muy distintos al mío, con modulaciones a veces graciosas o muy fuertes, otras tan difíciles de entender que parecía que hablaban en otros idiomas. En un par de pueblos las personas se comunicaban casi a gritos, y en unos más apenas levantaban la voz, como si hablaran con miedo o timidez. Mamá decía que eso era la sabiduría del callado. En algunas partes no nos vieron con buenos ojos, pero en donde sí lo hacían olvidábamos los malos tratos. Conocimos a personas generosas, de tan buen corazón que no queríamos abandonarlos, pero nuestro destino era el norte, siempre fue el norte. Había sólo un pájaro en el cielo cuando dejamos mi país atrás.
Víctor Hugo Barrera (Pueblo Viejo, Sonora). Periodista cultural, productor y conductor de radio, editor y promotor cultural. Fundador de ediciones altanoche. Autor de Pequeñísimos planetas (Editorial Universidad de Sonora), Loulou y ¿Por qué las arañas comen moscas? (ediciones altanoche). Imparte talleres de escritura en el Valle del Mayo y realiza labores de corrección y edición.