/ domingo 24 de noviembre de 2024

Paréntesis | La necesidad de escribir lo cotidiano

En voz de la propia autora, conoceremos la razón de ser del libro “Aguijón de miel” (Círculo de poesía Ediciones) y de la poesía que habita en su autora

El poemario “Aguijón de miel” intenta ser un libro punzante, pero en lugar de veneno tiene su propia miel. La cocina escritural del libro es dulce. Este es un texto que me llevó más de dos años de amor por entregas al que se le cruzó una pandemia. Angelina Ferrero (poeta peruana), quien prologó el libro, dice que en estos versos “habita un mundo de mieles que hincan, amores a domicilio, estrías de luz y sonrisas detrás de las puertas”; a mí eso de las puertas me pareció muy atinado por el encierro. Yo apenas intenté que esas rutinas se convirtieran en dolores tiernos, pero, para eso, me puse a escribir a mano. Paul Valéry, lo dijo bien: “Los dioses facilitan el primer verso; los demás, los hace el poeta”, y esto tiene un alto grado de verdad: estos versos son un recorrido cotidiano, en los que también borré mucho. Ya lo sabemos: cuándo se trata de escribir no son los dioses o los musos quienes aportan; hay que escribir, pero también hay que suprimir y, en el caso de lo poético, además, intentar quedarse en lo angosto. Si una es presa de la mirada poética, al final hay que ponerse a escribir, pero también estar dispuesta a borrar. La poesía o el poema, no es (sólo) un género literario, sino que es un pequeño pájaro revuelto que toma vuelo, lo más parecido a una bestia amorosa, y cuando aparece, milagrosamente, aunque anuncia su presencia, hay que estar allí para escribir y poder desprenderse de lo que sobra. Se ejerce un desapego del lenguaje, también.

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Gabriela Villa Galindo presentó su libro en la reciente Feria del Libro en Hermosillo, acompañada por la fotógrafa y comunicadora Edith Cota / Foto: Cortesía | Edith Cota

Es cierto que el poema nos habla. Se dirige a nosotros. Nos interpela. Quiere algo, está muy claro. El texto, al final, quiere que lo escribamos. Nos espera. La idea romántica de que los poemas nos los dicta un dios es bonita, pero incierta. Y, sin embargo, sí existe un susurro, una especie de murmuración, pero yo los veo más como unos duendecillos acróbatas descolgados en nuestro oído, el “duende” diría Lorca. Es, si es que algo ha de ser, el lenguaje que cobra forma de poema, que quiere ser dicho.

¿Por qué el poema, entonces? ¿Por qué escribir poesía? Una busca escribir porque tiene ganas infinitas de abrazar el mundo y esas ganas se materializan y facilitan el medio, algo filoso como un aguijón; digamos que no nos queda más que escribir poemas porque solo así se reinventa el mundo. Aquí, en Aguijón de miel, está retratado un tiempo de antes, una punzada que pincha y duele; me gusta creer que es un recuerdo escritural que se hizo libro. ¿Qué cuenta el poemario? Cuenta cuando todo se detuvo, cuando llegó covid y el mundo se nos movió de lugar. En este libro, por ejemplo, con el poema “Biznagas”, viene retratado ese miedo; un texto dedicado a mi madre cuando tuvo el virus, un poema que casi escribí en voz alta porque creí que ella se nos moría. Marguerite Duras diría, y lo dice en su libro Escribir: “Un libro abierto también es la noche. Y agrega: Un escritor es algo extraño. Es una contradicción y también un sinsentido. Escribir también es no hablar. Es callarse. Es aullar sin ruido. Y, además, decía Duras, es imposible hablarle a alguien de un libro que se ha escrito y sobre todo de un libro que se está escribiendo; pero una lo intenta.

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Gabriela Villa Galindo presentó su libro en la reciente Feria del Libro en Hermosillo, acompañada por la fotógrafa y comunicadora Edith Cota / Foto: Cortesía | Edith Cota

En estos días me quedé aguijoneada por estar en Hermosillo, inmóvil un buen rato hasta que comí caldo de queso de mi madre.

Todo aquí es cierto, pero quiero sumar para quienes preguntan acerca de mis proyectos comunes, que sí, que me gusta ser esa que busca: desde el cuentafotos, la narración oral, el poema que no para porque escribimos, porque escribo para atrapar la vida, compartiendo el mismo anhelo; desde afuera, desde dentro, desde la foto, desde el verso angosto, en todas las direcciones posibles. El interés es el mismo: el motor de cazar lo poético y de buscarme y acompañarme en los poemas que aprehenden la vida con la idea puntiaguda y filosa de un aguijón, de preferencia de miel.

Aguijón de miel
Gabriela Villa
Círculo de Poesía Ediciones

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El poemario “Aguijón de miel” intenta ser un libro punzante, pero en lugar de veneno tiene su propia miel. La cocina escritural del libro es dulce. Este es un texto que me llevó más de dos años de amor por entregas al que se le cruzó una pandemia. Angelina Ferrero (poeta peruana), quien prologó el libro, dice que en estos versos “habita un mundo de mieles que hincan, amores a domicilio, estrías de luz y sonrisas detrás de las puertas”; a mí eso de las puertas me pareció muy atinado por el encierro. Yo apenas intenté que esas rutinas se convirtieran en dolores tiernos, pero, para eso, me puse a escribir a mano. Paul Valéry, lo dijo bien: “Los dioses facilitan el primer verso; los demás, los hace el poeta”, y esto tiene un alto grado de verdad: estos versos son un recorrido cotidiano, en los que también borré mucho. Ya lo sabemos: cuándo se trata de escribir no son los dioses o los musos quienes aportan; hay que escribir, pero también hay que suprimir y, en el caso de lo poético, además, intentar quedarse en lo angosto. Si una es presa de la mirada poética, al final hay que ponerse a escribir, pero también estar dispuesta a borrar. La poesía o el poema, no es (sólo) un género literario, sino que es un pequeño pájaro revuelto que toma vuelo, lo más parecido a una bestia amorosa, y cuando aparece, milagrosamente, aunque anuncia su presencia, hay que estar allí para escribir y poder desprenderse de lo que sobra. Se ejerce un desapego del lenguaje, también.

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Gabriela Villa Galindo presentó su libro en la reciente Feria del Libro en Hermosillo, acompañada por la fotógrafa y comunicadora Edith Cota / Foto: Cortesía | Edith Cota

Es cierto que el poema nos habla. Se dirige a nosotros. Nos interpela. Quiere algo, está muy claro. El texto, al final, quiere que lo escribamos. Nos espera. La idea romántica de que los poemas nos los dicta un dios es bonita, pero incierta. Y, sin embargo, sí existe un susurro, una especie de murmuración, pero yo los veo más como unos duendecillos acróbatas descolgados en nuestro oído, el “duende” diría Lorca. Es, si es que algo ha de ser, el lenguaje que cobra forma de poema, que quiere ser dicho.

¿Por qué el poema, entonces? ¿Por qué escribir poesía? Una busca escribir porque tiene ganas infinitas de abrazar el mundo y esas ganas se materializan y facilitan el medio, algo filoso como un aguijón; digamos que no nos queda más que escribir poemas porque solo así se reinventa el mundo. Aquí, en Aguijón de miel, está retratado un tiempo de antes, una punzada que pincha y duele; me gusta creer que es un recuerdo escritural que se hizo libro. ¿Qué cuenta el poemario? Cuenta cuando todo se detuvo, cuando llegó covid y el mundo se nos movió de lugar. En este libro, por ejemplo, con el poema “Biznagas”, viene retratado ese miedo; un texto dedicado a mi madre cuando tuvo el virus, un poema que casi escribí en voz alta porque creí que ella se nos moría. Marguerite Duras diría, y lo dice en su libro Escribir: “Un libro abierto también es la noche. Y agrega: Un escritor es algo extraño. Es una contradicción y también un sinsentido. Escribir también es no hablar. Es callarse. Es aullar sin ruido. Y, además, decía Duras, es imposible hablarle a alguien de un libro que se ha escrito y sobre todo de un libro que se está escribiendo; pero una lo intenta.

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Gabriela Villa Galindo presentó su libro en la reciente Feria del Libro en Hermosillo, acompañada por la fotógrafa y comunicadora Edith Cota / Foto: Cortesía | Edith Cota

En estos días me quedé aguijoneada por estar en Hermosillo, inmóvil un buen rato hasta que comí caldo de queso de mi madre.

Todo aquí es cierto, pero quiero sumar para quienes preguntan acerca de mis proyectos comunes, que sí, que me gusta ser esa que busca: desde el cuentafotos, la narración oral, el poema que no para porque escribimos, porque escribo para atrapar la vida, compartiendo el mismo anhelo; desde afuera, desde dentro, desde la foto, desde el verso angosto, en todas las direcciones posibles. El interés es el mismo: el motor de cazar lo poético y de buscarme y acompañarme en los poemas que aprehenden la vida con la idea puntiaguda y filosa de un aguijón, de preferencia de miel.

Aguijón de miel
Gabriela Villa
Círculo de Poesía Ediciones

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