Paréntesis | A 20 años del taller generador de un mural comunitario en El Kípur, Sonora

En esta crónica, la historiadora Raffaella Fontanot cuenta cómo fue el proceso de elaboración de un mural en Yécora, en comunidad con el pueblo originario pima (O ́Ob).

Raffaella Fontanot Ochoa | Colaboradora 

  · domingo 21 de julio de 2024

Taller Generador de Mural Comunitario/ Foto: Raffaella Fontanot Ochoa/ Colaboradora de El Sol de Hermosillo

Celebramos casi 20 años de conservación del mural comunitario realizado por integrantes de la comunidad pima de El Kípur, Sonora y facilitado por un equipo interdisciplinario que integramos a partir de nuestra experiencia formativa en el Taller Generador de Mural Comunitario (TGMC), impartido por Checo Valdez en el área de comunicación visual de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), por el año 2004.

Al lado de Susana Petersen, antropóloga egresada de la ENAH y otras compañeras de varios países latinoamericanos como la activista chilena Loreto Bravo, intercambiamos saberes en torno a la experiencia sistematizada de Checo en territorio zapatista, a partir del nuevo paradigma epistémico político construido en colectivo por el movimiento zapatista: “mandar obedeciendo”.

El TGMC también abreva de metodologías del campo de la educación popular dentro de un proceso de transformación de las ciencias sociales que comenzó a fines de la década de 1980 y derivó en fronteras porosas entre teoría y práctica que surgieron durante el paso de las estrategias de intervención comunitaria al interés por los procesos de movilización social en el sur global.

Promotores del Taller Generador de Mural Comunitario/ Foto: Raffaella Fontanot Ochoa/ Colaboradora de El Sol de Hermosillo

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Aplicado a las prácticas artísticas me pareció que era lo que en ese momento estaba buscando después de haber reflexionado sobre mi experiencia como coordinadora de la Casa de las Imágenes, un espacio privado en el centro de Hermosillo, en el que tratamos de impulsar proyectos de artistas individuales por medio de vínculos institucionales, una de tantas estrategias de la política desarrollista de la primera etapa neoliberal en México, en el campo cultural.

En estos lugares, el arte es uno, creación individual y avalado por saberes expertos académicos, herencia de un linaje paterno de autores reconocidos como los grandes muralistas o exponentes de escuelas y corrientes que han logrado el reconocimiento internacional. En contraste, el TGMC parte de dos ejes principales: impulsar la creatividad desde la descolonización del saber y el hacer, además de trabajar la colectividad y su importancia en la construcción de comunalidad.

El lugar

El Kípur, Sonora en el municipio de Yécora, es una comunidad de pueblo originario pima (O ́Ob) en resistencia, a raíz de una guerra alternada de baja y alta intensidad por parte de grupos del crimen organizado en la región y una larga lucha por el agua que ha disminuido su actividad agrícola y con ello facilitado la enajenación y ocupación de su territorio ancestral. En medio de su aislamiento económico, la comunidad halló acompañamiento con LUTISUC, A.C. que ha trabajado por más de 20 años junto a mujeres de la comunidad proyectos productivos, uno de ellos el bordado en textil, con excelentes y bellísimos resultados.

Con el antecedente de que la asociación se encargaba de hacer vínculos y tejer redes para la venta y consumo de los productos culturales de mujeres pimas, solicitamos su espacio comunitario para realizar el TGMC y el apoyo de la beca PACMYC, que obtuvimos en el año 2005. En el mes de junio con algunas provisiones y mucho entusiasmo me dirigí al Kípur, con Susana Petersen y Alexander Goss, alumno de la universidad de York, Canadá en el programa de política y administración.

Para la creación del mural se trabajó en comunidad/ Foto: Raffaella Fontanot Ochoa/ Colaboradora de El Sol de Hermosillo

Al llegar, las mujeres nos externaron su incomodidad de que ocupáramos su espacio como vivienda y para impartir el taller, por lo que pedimos su autorización y les preguntamos si estaban de acuerdo en promover la construcción de un mural comunitario, así comenzamos. La consigna de “pintar obedeciendo” y su principio de cambiar el mundo a través de la acción-reflexión continua, conlleva impedir el extractivismo cultural y evitar las prácticas tanto asistenciales como de tutelaje o paternalismo en las intervenciones.

Para mí no sólo implicó un cambio de conciencia, también interiorizar un lenguaje horizontal, fue una experiencia sin duda transformadora, que obtuve de la interacción cotidiana con el resto del equipo de trabajo, las personas que participaron en el taller y la comunidad que nos recibió. Hasta la fecha, es un método que en forma intermitente y con dificultades he tratado de aplicar tanto a mi vida como a mi práctica docente y laboral, yendo las más de las veces a contracorriente.

La dinámica

Todos los días, al caer la noche Susana, Alex y yo alrededor de la mesa, comentábamos nuestras impresiones del día, escribíamos nuestros diarios de campo, Susana descargaba el material de registro desde su cámara a la computadora, preparábamos el material para el taller del día siguiente, además de asegurarnos que hubiera leña para la estufa.

Durante tres semanas, tuvimos la fortuna de maravillarnos con una estrellada bóveda celeste que observamos desde catres instalados en el patio del centro comunitario, allí nos iluminaron luciérnagas y otro día bailamos al ritmo del granizo que caía del cielo. En su territorio las O ́ob nos mostraron el poder de la integración comunitaria, la esperanza de cada día, la importancia de honrar nuestra ancestralidad; y que las mujeres podemos construirnos una casa con ladrillos de tierra.

El avance del taller fue a su ritmo, las personas que participaron se ajustaron a sus tiempos laborales, de festividades, a la lejanía de sus comunidades desde las que caminaban hasta el centro comunitario, a las lluvias de ese verano. Las imágenes fueron tomando forma y color, todo se decidía en colectivo, se colocaron carteles a la vista de toda la población, al comenzar cada etapa.

Familias pimas participaron en la elaboración del mural/ Foto: Raffaella Fontanot Ochoa/ Colaboradora de El Sol de Hermosillo

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Llegó el momento de escoger en qué lugar quedaría instalado el mural. La respuesta fue casi unánime: en las paredes exteriores del centro comunitario. Pero ¿cómo sería? Si estaban hechas de puro adobe de tierra sin resanar, pensé que aquello era muy difícil.

Pasaron los días. Las mujeres aparecieron con carruchas, cada familia acarreó tierra desde el río cercano, otra comisión fue con el padre David Beaumont, muy querido en la región por su labor humanista y social, a pedirle apoyo para la compra de materiales, ellas se movilizaron e integraron al resto de la población, más las personas que fueron de Maycoba y La Dura. El que sabía de albañilería mezcló y colocó la pasta en el muro, llamó a otros y otras, hasta que quedó la superficie lista para trazar nuestro mural.

La comunidad unidad/ Foto: Raffaella Fontanot Ochoa/ Colaboradora de El Sol de Hermosillo

Creció el bullicio, tantas personas vinieron a combinar los colores, a dibujar, sombrear y pintar siguiendo el croquis que hicimos con las ideas y dibujos de todxs. Nada pudo detener la conclusión del mural en el que está representada parte de la historia, horizontes y prácticas del pueblo pima de El Kípur, entre ellos la festividad del Yúmare, también una tradición por rescatarse, la cerámica realizada por mujeres, en ello se refleja su integración como comunidad que existe y resiste.

Nunca terminaré de agradecer la oportunidad que nos dieron la comunidad del Kípur de implementar una herramienta que se va resignificando con la memoria de tejer resistencias, en imágenes y palabras desde la empatía.

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