En la edición pasada de Paréntesis, compartí de manera muy general los antecedentes del Festival Un Desierto para la Danza (UDPD) y la expectativa acerca de su trigésima edición que tuvo lugar en Hermosillo del 21 al 30 de abril. A casi un mes del evento, me permito aprovechar este espacio para comentar algunos de los temas que resultaron relevantes desde mi experiencia como participante.
Lo primero sería reconocer el trabajo de Magda Pesqueira, a cargo de la coordinación de Danza del Instituto Sonorense de Cultura por hacer posible esta edición prácticamente sola, así como en la edición antepasada lo hizo también el entonces coordinador de Artes Escénicas, Manuel Ballesteros.
Para su óptima realización, un Festival de esta naturaleza requiere al menos un año de trabajo para organizar cada edición, con un equipo de profesionales en planeación, gestión, promoción, producción y curaduría. En este aspecto creo importante que la Coordinación de Danza reconsidere la opción del grupo anfitrión que asumía ese trabajo de manera voluntaria o visualizar una nueva estrategia, una especie de consejo conformado por personas pertenecientes a varios sectores que aporten diversidad, experiencia y conocimiento en cada una de las áreas involucradas.
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En cuanto a afluencia de público podemos decir que esta edición superó la pasada, aunque los grupos foráneos no se hayan visto tan beneficiados como los locales. En este sentido hay mucho por hacer, no es suficiente con la difusión desde las redes sociales del ISC y con una escasa presencia en los medios. La labor de promoción podría aspirar a que la ciudadanía en general se entere que este festival existe, proporcionar información atractiva acerca de los grupos seleccionados, generar una campaña publicitaria, hacer convenios de colaboración con las instituciones de comunicación públicas y privadas, y también con las que forman futuros profesionales de la danza (Centro de las Artes y talleres libres de la Unison, Cedart, talleres libres de la Casa de la Cultura, Núcleo Antares, escuelas de educación media y superior con oferta de talleres artísticos, academias, etc.) para promover acciones previas al Desierto, que vinculen, motiven y garanticen, por lo menos, la asistencia de las personas que hacemos de la danza parte de nuestras vidas.
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Por último, y en relación a la experiencia como espectadora, revaloro algunos criterios que se han considerado fundamentales en la historia de UDPD, como el hecho de que el festival asegure un espacio en la programación para las compañías profesionales en activo de la localidad, que las obras programadas ya se hayan probado ante público, que sigan abriendo espacios para jóvenes creadores, que se cuente con la presencia de propuestas internacionales e incluyan cursos de especialización para estudiantes y profesionales de la danza y que la oferta de talleres por parte del festival, implique actividades alternas a la escena que abonen a la creación de públicos como talleres de crítica, apreciación, fotografía para danza, video danza, diseño de iluminación, diseño de vestuario y gestión, por mencionar algunas posibilidades.
Felicito a todas las personas (creadores, audiencias, funcionarios, medios) que le dimos cuerpo, energía, tiempo, recursos y talento al 30 aniversario de nuestro Desierto para la Danza y que cada intento nos acerque a una realidad donde la danza sea una actividad necesaria y legitimada no solo por y para los que la hacemos.