Como esto no pretende ser una crónica, prescindo ya de datos verificables y me atengo a la memoria que como todos sabemos se manda sola y suele recordar como le da la gana. De cualquier manera, más que el hecho, lo que importa es lo que en su momento significó.
Todo empezó, no podía ser de otra manera, durante un típico verano hermosillense, cuando el estival demonio del mediodía aparece, se instala y hace de las suyas.
Mi memoria que suele dárselas de muy cinematográfica me recuerda, quizá montada en un dron, viéndome a mi vez viendo por la ventana de la entonces dirección general de la Casa de la Cultura. Luego, en un corte al interior, Roberto Casaña entra a la oficina sin que desde mi abstracción lo advierta. Qué miras, Qué ves tú. El emblema de la Ciudad. ¿Y si lo asaltamos?
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Fue la chispa que se tradujo en el programa que ese mismo verano echamos a andar y al que bautizamos en congruencia con las condiciones en las que se desarrollaría y era la intención: En el mero calorón. La idea incluía un homenaje al Sol con la ejecución de una danza que al atardecer, desde la cima del cerro, lo despediría. Los espectadores serían testigos del ritual ante las siluetas de los bailarines vistos a contraluz, despidiendo al Astro Rey. Luego de La danza del Sol ejecutaba con toda puntualidad a la puesta de este por el grupo Espiral, se iluminaba el foro para dar paso a una comedia que nos recordaba a los Clásicos y llevaba justamente el nombre de En el mero calorón, con la adaptación y dirección del Maestro Marcos González quien estaba al frente de la Compañía de Teatro de Casa de la Cultura que para entonces ya habíamos creado.
Enterado de la idea nacida aquel mediodía, el Maestro Roberto Méndez se sumó a ella no sólo con el profesionalismo que lo caracteriza sino con su reconocida y propositiva creatividad. Bajo su coordinación y supervisión, el profesional y entusiasta equipo de técnicos a su cargo se dieron a la tarea de fabricar en el mirador del cerro, un foro, la escenografía de la obra y cien bancos que justo es decir se ocupaban todos y el mismo público acomodaba frente al foro para sentarse a disfrutar del espectáculo con una refrescante bebida, regalada, en mano. Para subir al mirador había que llegar primero a Casa de la Cultura donde se adquiría el boleto que permitía tomar allí mismo una combi que al final regresaba al punto de partida.
En el mero calorón, tuvo su complemento en un espacio reflexivo al que llamamos En el porche de la casa, que no fue otra cosa más que los ahora llamados conversatorios, en el que había un invitado con el que se conversaba sobre la relación entre el calor y el ejercicio de su profesión u oficio. Así se dieron diálogos que quedaron grabados y versaron sobre la relación entre el calor y la arquitectura, la moda, la literatura, la poesía, las artes y con distinguidos invitados entre los que recuerdo a Don Abelardo Casanova, a Carlos Moncada, a Ignacio Cabrera, a Jorge Luis Ibarra, al Paco Luna y a otros.
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Había que hacer algo en medio de aquél calorón. Y fue así como más que enfrentarlo o resignarnos a sufrirlo, nos aliamos con aquel verano del 92 del Siglo pasado. Eran otros tiempos. Y otros calores.
Sergio Galindo Sánchez (Hermosillo, Sonora, 1951) es actor, director de escena y dramaturgo. Fundador y director creativo de la Compañía Teatral del Norte. En 2012 ganó el Premio Nacional de Literatura "Carlos Monsiváis" y en 2016 obtuvo la Medalla Xavier Villaurrutia por su trayectoria y contribución al teatro nacional. Cursó la licenciatura de Filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Inició su carrera en el teatro tomando cursos, talleres y diplomados de dramaturgia y dirección escénica de 1970 a 1980. A partir de 1972 se inicia en el teatro trabajando en los foros bajo la tutela de maestros como Julio Castillo y José Ramón Enríquez. Fue director general de Casa de la Cultura de Sonora. Funda en Hermosillo El Mentidero, espacio escénico en las faldas del gran Cerro de la Campana.
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