El artista Esteban Lechuga Bringas hace una exploración sobre cómo abordar la temática de la pervivencia de las etnias de Sonora, en cuanto a la relación entre cosmogonía, vida ceremonial y sucesión generacional, con distintas técnicas que lo vinculan a la identidad de estos pueblos.
El artista utiliza materiales como la tela polar, no sólo por su valor simbólico, sino también como una forma de innovar y conectar con materiales contemporáneos.
Sus pinturas sobre este soporte evocan texturas ricas y envolventes, creando un vínculo sensorial que remite a la protección y al abrigo, elementos fundamentales en las experiencias infantiles, remitiendo a las nuevas generaciones de las etnias de la región.
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La elección de la tela polar, además, subraya una intención clara: rescatar y reinterpretar materiales cotidianos ―de uso habitual en confección de mantas o cobijas, sacos, gorros, etc.― para elevarlos a la categoría de arte, conectando así el pasado y, sobre todo, a las nuevas generaciones presentes en un diálogo continuo.
A partir de su estrategia de exploración, la obra de Esteban Lechuga Bringas no sólo se presenta como un ejercicio estético, sino como una declaración de principios sobre la importancia de la conexión emocional y cultural en el arte.
Sus pinturas, cargadas de simbolismo, se convierten en un puente entre generaciones, uniendo a través del arte a quienes buscan reconocer y valorar sus raíces y su identidad.
Como acompañamiento en la curaduría afectiva de este proyecto, puedo observar que el artista aborda las tensiones socioterritoriales y estético-políticas con una perspectiva moderna.
Su planteamiento político no se limita únicamente al contenido de la obra, sino que también implica una revisión crítica de las debilidades y fortalezas de sus propuestas. Al poner en valor la estética indígena como conocimiento sensible, ofrece una vía poderosa para la resistencia y la visibilización en el arte visual.
A través de una cuidadosa selección y presentación de obras, las exposiciones pueden convertirse en espacios de empoderamiento y transformación, donde las voces marginadas encuentran un lugar para ser escuchadas y valoradas.
Mudos testigos de lo trascendental
El investigador de Culturas Populares, Tonatiuh Castro Silva, escribe sobre la obra de Esteban Lechuga a propósito de la exposición de pintura “Mudos testigos de lo trascendental” abierta al público durante junio y julio en el Museo de Culturas Populares e indígenas de Sonora.
Quien conduce su curiosidad a partir del dogma estético, de la poética reinante, es decir, de los cánones occidentales, se asoma al mundo como el marinero que concebía al mar como el límite de la existencia, como el contador de estrellas que únicamente en ilustración gráfica traspasó la bóveda celeste, o como el explorador de la que llamó tierra incógnita. Ese asomo no coloca una mirada prístina sobre el horizonte, sino que lleva las tonalidades que en el mundo desea ver, y esos haces de luz que sus ojos captan son, en realidad, las preconcepciones que le formaron, o deformaron, como persona, antes que ser navegante o un ser explorador.
Ante tal infortunio, la mirada de Esteban Lechuga Bringas (@Lebrinng) procura apartarse de la romantización del horizonte humano del desierto de Sonora que ha implicado un retrato pintoresco y estático por parte de las diversas artes, acerca de quienes le confieren a esta tierra su ontología plural. El trazo del autor tiende un puente hacia una latitud que cruza y supera, también, la tentación del registro etnográfico como precepto suficiente en una época de “reconocimiento” de “la otredad”, y como supuesto recurso infalible para el logro de un arte genuino. Las labores de transfiguración y simbolización de Mudos testigos de lo trascendental prescinden de la “licencia artística”, habitual precepto que en su presunción ha venido arrasando la posibilidad tanto de una obra creativamente contundente, como de un diálogo intercultural en la región.
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Una profusa diversidad étnica y cultural caracteriza al desierto de Sonora, diferenciada por la longevidad de los distintos pueblos ―de entre seis y mil años―, sus cosmogonías y vida ceremonial, sus entornos ambientales, sus filiaciones lingüísticas, sus condicionantes territoriales y económicas. Ante ello, el artista explora la herencia cultural, más allá de las estampas costumbristas de la vida campirana. Su obra se interna en el desierto, la sierra, la costa y los valles; en la presencia de los pueblos originarios: kuapak o cucapá, tohono o’odham, comcáac o seri, o’ob o pima, makurawe o guarijío, yoeme o yaqui, yoreme o mayo y ki wika pa wa o kikapú. Al internarse en sus distintas latitudes, en sus universos, la imagen a la que necesariamente conduce el propósito de valoración de la cosmogonía y la ritualidad de cada nación es aquella en la que distintas generaciones convergen estableciendo un lazo transtemporal, que define la persistencia étnica. Los pueblos originarios, naciones ancestrales y contemporáneas a la vez, son mudos testigos de la prodigiosa pervivencia no sólo de su propio linaje, sino de la humanidad en su conjunto.
*Se pueden solicitar visitas guiadas a través del WhatsApp 6622792774.
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