Paréntesis | In memoriam Luis Rey Moreno Gil

Abrimos el espacio a varios autores que nos comparten sus recuerdos, un regalo que se aprecia y nos permite conocer un poco más sobre un poeta sonorense

Agencia Narrativas / Colaboradores

  · lunes 22 de julio de 2024

Maestro Luis Rey Moreno Gil/ Foto: Cortesía | @luisrey.morenogil

El jueves 18 de julio de 2024 falleció el maestro Luis Rey Moreno Gil, quien nació el 25 de agosto de 1953 en Cananea, Sonora. Además de dejar asentada aquí la nostalgia por un integrante de la comunidad artística sonorense, sirva este espacio para contar quién fue, qué hizo y por qué es importante mantener vivo el recuerdo de quienes dejan su huella.

De acuerdo al “Diccionario biográfico y hemerográfico de la literatura sonorense” (inédito), de Josué Barrera, Luis Rey realizó estudios en la Escuela Nacional de Música en la UNAM y de Artes Plásticas en la UNISON. Fundó el grupo cultural Germen, Acequias y Brecha. Se dedicó a la producción de radio y televisión en Sonora. Se le reconoce por ser de las primeras personas en el estado en realizar performance donde combinó diferentes disciplinas artísticas y por su tenaz compromiso político. Obra publicada: En este exilio de luz (Acequia, poesía), La chimuela y otros ratones (Unison) y El amor impreciso (Mora-Cantúa, 2003, poesía).

En este número de Paréntesis, abrimos el espacio a varios autores que nos comparten sus recuerdos, un regalo que se aprecia y nos permite conocer un poco más sobre la humanidad de un poeta sonorense que forma parte de nuestra historia. Gracias por eso.

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Luis Rey Moreno Gil fue un personaje importante dentro del ámbito cultural sonorese por más de 50 años / Foto: Cortesía / José Luis Jara


Frente a un artista de muchos talentos

Ricardo León / Colaborador

Empezó a decir un poema y yo tenía la guitarra en la mano. Conforme se apoderaba de la atención de los allí reunidos no pude resistir el impulso de acompañarlo con unos acordes que yo improvisaba mientras él, de memoria, decía su poema: “ ...un día descendí de la órbita inconsciente” -recuerdo-.

Así conocí a Luis Rey, aunque él ya me conocía, al menos de nombre, por mi participación en Malasangre. Conocí a Luis Rey como se conoce a todas las personas que valen la pena: trabajando. Desde el principio tuve la impresión - luego certeza- de que estaba frente a un artista de muchos talentos: no solo su voz, la canciones que escogía cantar eran para mí un indicativo de mayor talento aún; los poemas que escribía y leía o decía de memoria a la menor provocación; la reflexiones que hacía sobre muchas cosas y frases con que resumía una idea que te quería transmitir, regalar… enseñar; sus aportaciones a guiones multidisciplinarios y muchos de sus razonamientos escénicos de eventos en los que participamos ambos como integrantes del Grupo Acequia. Parecería una relación de maestro-alumno, pero el que lo regañaba era yo: era mi forma de aprender de él.

Lo retaba, lo acicateaba, lo hacía discutir, lo desesperaba… pero nunca desertamos.

La vida nos llevó por lugares, proyectos y tiempos muy distintos, pero siempre que nos veíamos de nuevo, lo hacíamos con particular gusto y afecto, con cariño de hermanos y seguíamos con nuestras furiosas diferencias. Esos tiempos y sus intensidades y compromisos no han vuelto. La violenta siesta cultural en que nos sumergió el Estado desde la época de Salinas de Gortari empezaba a hacer sus efectos.

Personas con talentos son personas con obligaciones y yo hubiera deseado que Luis Rey tuviera más tiempo y recursos personales y de contexto para realizar todo el universo que vibraba en su cabeza. Las nuevas generaciones carecen de una historia cuyo impulso vital no los alcanzó: algo no hicimos bien. Y es penoso retomar estas reflexiones a partir de la muerte de un compañero: si lo que vivimos no nos une y reúne, la muerte y el olvido darán cuenta de nosotros uno por uno y nos volveremos solo tinta de obituarios que todos olvidarán con rapidez.

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Poesía: El desierto, el poeta, el cronista y la barbacoa

Francisco Luna / Colaborador

Dedicada a Luis Rey Moreno Gil


En el monte es sabido, que aúllan los coyotes.

Se oye el más mínimo de sus silencios.

Propicio de hogueras, asados, licores

y un mar de estrellas.

El poeta, tentado por los dioses, canta al infinito y su voz apaga,

con aliento afinado y sereno,

el vacío imperfecto del desierto y el río.

El cronista grita y escandaliza

hasta la divina perfección

de las constelaciones.

Nada armoniza de su corazón al firmamento;

sólo el olor del puerco rebotando

en la espesura del recaudo y el aderezo

de chile colorado.

Los poetas y los cronistas no se rasgan

vestiduras:

a unos les salen flores y palomas del corazón;

a los otros cascajo y humo por las narices.

El vate sueña y se ilumina.

Tucídides va de lo real a la revelación.

¿Quién gana?

Ambos se abren de capa y roncan.

Entre la cerveza y el consomé,

la brillantez del alba

les regresa el asombro y la fantasía

de ver animales raros - mitológicos-,

al chupar cabras y pollas,

en la sombra del chaparral

y el jardín japonés donde comen,

de ver, un cochi cebado

con ajos y alegatos sentimentales.

El poeta y el cronista comen barbacoa

y chicharrones

a cuarenta grados a la brava.

Sólo ellos conocen lo caliente del desierto

cuando exhalan su bondad y los sapos

que tienen dentro de su alma (im)pura

y radical.

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