/ domingo 7 de julio de 2024

Paréntesis | La vieja orejona y el arte de contar en dos idiomas

La investigadora y promotora de lectura, Magda Rivera recupera las historias de personas jornaleras migrantes en reconocimiento a sus raíces

Entre abuelas, mujeres adultas, jóvenes, niñas y niños formamos un círculo de sillas. Preparamos el terreno para la contada. Vamos a calentar motores dando la bienvenida. Es momento de afinar los oídos, prepararnos para escuchar las voces de los antiguos que nos vienen a contar una historia que ha viajado por la cápsula del tiempo, de boca en boca, de familia en familia, de comunidad en comunidad. Es la celebración del Día de San Juan, el patrón de las lluvias, venerado por las comunidades indígenas y no indígenas. Vamos a quedarnos quietecitos pero despiertos cuando la abuela Felipa se acomode en la silla y hurgue en la memoria. La abuela narra oralmente un cuento en su lengua materna, el triqui de San Juan Copala, hace pausa a la contada, para dar oportunidad a la maestra Bietarina Santiago Martínez, para que lo cuente en español. “La vieja orejona” es una leyenda triqui que dice así:

Lee también: Paréntesis | Crónica de aquellos días en la Academia de Arte Dramático de la Unison

“Cuenta la leyenda que hace muchos años, allá en un pueblito de San Juan Copala, allá con los triquis, vivía una familia; una mamá, un papá, una niña de 8 años y un bebé recién nacido. Entonces, un día salió a trabajar el señor y se quedó la señora a hacer los quehaceres de la casa; se quedó con su niña, se puso a hacer tortillas y la comida para su esposo. En eso tocan la puerta y la señora abre, y ve frente a ella una abuelita, era la vieja orejona, que tenía sus transformaciones en la noche pero en el día era una persona mayor.

Le dice a la señora que tiene mucha hambre y no tiene donde llegar, entonces lo que hace la señora es con mucho respeto pasarla a la casa y sigue haciendo tortillas. En eso la vieja orejona ve que hay un bebé llorando, y le dice –veo que tu niño está llorando ¿me permites ayudarte a cuidarlo en lo que tú terminas de hacer las tortillas? Entonces la señora se confía y le dice –está bien. La vieja se fue directo donde estaba el recién nacido, entre lo que le cantaba se iba comiendo una parte del bebé; se comió un piecito, se comió una manita, se comió otro piecito, y otra manita, hasta dejarle la pura cabecita.

/ Foto: Cortesía | Bietarina Santiago

La mamá ocupada en los quehaceres no se dio cuenta. La vieja orejona envolvió bien al bebé y lo dejó en la hamaca, le dijo a la señora que el niño se había dormido y que se iba a retirar En eso se va y se queda la señora, termina de hacer todo en su casa y se da cuenta que su bebé no llora, dice -que raro, entonces va a donde está el pequeño y se da cuenta que nomás está la pura cabecita y empieza a gritar, en eso sale la niña y pregunta -¿qué pasa?, entonces ven que está la pura cabecita del bebé y entre gritos y sollozos aparece otra vez la vieja orejona y esta vez mata y se come a la mamá, pero la niña alcanza a esconderse en una olla que estaba arriba, pegada al techo, y desde ahí alcanza a ver todo lo que hizo la vieja.

En el atardecer llega el papá; toca la puerta y nadie le abre. Cuando logra entrar a la casa, la niña de 8 años tiene mucho miedo, está descontrolada, escondida dentro de la olla, pero se baja y le platica a su papá todo lo que hizo la vieja orejona con su mamá y con su hermanito. Como ya era de noche, el señor ya desesperado no sabía qué hacer. Entonces estaba pensando, pensando, todo lo que le pasó a su hijo y esposa, en eso vuelven a tocar la puerta otra vez, el señor abre y vuelve a aparecer una abuelita que con mucho respeto le dice –buenas noches hijo, tengo mucha hambre y frío y no tengo donde quedarme. La niña reconoce a la vieja orejona y con mucho miedo le dice en voz baja a su papá –esa es la señora que mató a mi hermanito y se comió a mi mamá, pero en eso momento para no evidenciar a la vieja, el señor pensó -la voy a pasar y aquí la voy a matar. La vieja orejona entra a la casa, el señor se va a la cocina, le trae algo de comer y en eso el señor se pone a pensar en un plan para acabar con ese monstruo.

El señor hace una fogata grande, grande, grande, y al momento de dormir le da un petate a la vieja, pero ella le dice que tiene mucho frío que si no le prestaba a la niña para dormir con ella, a lo que la niña aunque temerosa, se niega. El papá le dice que no, que la niña no estaba acostumbrada a dormir con otras personas. La vieja orejona se acuesta y del otro lado se acuesta el papá y la niña, entonces, entre lo que dormía y roncaba, la vieja orejona se jalaba una oreja, se le estiraba, se la estiraba, se la estiraba, repitiendo esta frase: - a media noche me comeré a la niña, al amanecer a su papá-. El señor y la niña escuchaban y más miedo les daba.

La vieja se estiró de nuevo una oreja y se acostó sobre ella y se estiró y estiró otra oreja y se tapó con ella. Arropada como estaba, se quedó profundamente dormida. Entonces el señor aprovechó y se levantó con mucha cautela, tomó un fierro, lo metió al fuego y este empezó a arder mucho y con él atravesó la espalda de la vieja orejona quien de un brincó salió corriendo dejando su sangre regada por todas partes.

/ Foto: Cortesía | Bietarina Santiago

Al amanecer el señor rápidamente se organizó con la gente del pueblo; les platicó todo lo que les había pasado y tenían que ir a buscar a la vieja orejona para acabar con ella. La gente enojada, armada con machetes y palos salió a buscarla, siguiendo la sangre que había dejado en el monte hasta que llegaron al pie de una cueva. Antes de entrar a la cueva, le hablaron a un señor para que entrara ahí donde estaba la vieja orejona. Entonces con mucho cuidado el hombre se asomó y vio que había muchas, muchas viejas orejonas iguales. Al salir, contó a la gente del pueblo que era el escondite de las viejas orejonas y la gente empezó a hacer una enorme fogata en la entrada de la cueva; esto sacó mucho humo que entró a la cueva y las viejas fueron saliendo despavoridas. Pero la gente ya estaba preparada y las que iban saliendo las iban cortando por la mitad y las iban echando al fuego. Al final salió la vieja que se había comido a la señora y al bebé. El señor dijo –Yo me voy a encargar de ella. La vieja le suplicó que no la matara. –¡No me mates, no me mates!...nos podemos casar; vamos a tener más hijos… pero el señor no le hizo caso y de lo enojado que estaba la cortó por la mitad y la tiró al mar. Por eso cuando llueve y la marejada es alta, para asustar a la gente les dicen no salgan de sus casas, se dan cuenta que se les puede aparecer la vieja orejona”. (Traducción: Bietarina Santiago Martínez, maestra triqui).

Al concluir la narración damos las gracias y nos regalamos un aplauso. Este ejercicio nos permite detonar la conversación sobre las experiencias sobrenaturales, relatos de espantos y otros tópicos y hacer el registro escrito para conocimiento de las generaciones presentes y futuras. Constancia de esto es la versión de la leyenda de “La vieja orejona” que recuperó la maestra Santiago.

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El ejercicio de la oralidad es lo que mantiene vivas las lenguas, en tanto haya espacios para la oralidad, los conocimientos de las culturas van a convivir con el presente de las personas y van a seguir proyectándose hacia el futuro. Es importante recuperar las historias de las personas jornaleras migrantes porque eso implica un reconocimiento y valoración de sus raíces. Hay personas que por la discriminación imperante ocultan sus historias y cultura e incluso llegan a prohibir a sus hijos hablar en sus lenguas originarias. Este ocultamiento ha sido normalizado entre las familias, las comunidades y las instituciones del Estado, lo que contribuye a la pérdida de las lenguas indígenas. La oralidad es la forma primigenia de la literatura; es importante compartir cuentos, leyendas, mitos, recuperar las historias familiares y de las comunidades indígenas y no indígenas, porque son las raíces culturales que pueden germinar en otros territorios como las ciudades para que formen parte del patrimonio cultural de la humanidad.

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Entre abuelas, mujeres adultas, jóvenes, niñas y niños formamos un círculo de sillas. Preparamos el terreno para la contada. Vamos a calentar motores dando la bienvenida. Es momento de afinar los oídos, prepararnos para escuchar las voces de los antiguos que nos vienen a contar una historia que ha viajado por la cápsula del tiempo, de boca en boca, de familia en familia, de comunidad en comunidad. Es la celebración del Día de San Juan, el patrón de las lluvias, venerado por las comunidades indígenas y no indígenas. Vamos a quedarnos quietecitos pero despiertos cuando la abuela Felipa se acomode en la silla y hurgue en la memoria. La abuela narra oralmente un cuento en su lengua materna, el triqui de San Juan Copala, hace pausa a la contada, para dar oportunidad a la maestra Bietarina Santiago Martínez, para que lo cuente en español. “La vieja orejona” es una leyenda triqui que dice así:

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“Cuenta la leyenda que hace muchos años, allá en un pueblito de San Juan Copala, allá con los triquis, vivía una familia; una mamá, un papá, una niña de 8 años y un bebé recién nacido. Entonces, un día salió a trabajar el señor y se quedó la señora a hacer los quehaceres de la casa; se quedó con su niña, se puso a hacer tortillas y la comida para su esposo. En eso tocan la puerta y la señora abre, y ve frente a ella una abuelita, era la vieja orejona, que tenía sus transformaciones en la noche pero en el día era una persona mayor.

Le dice a la señora que tiene mucha hambre y no tiene donde llegar, entonces lo que hace la señora es con mucho respeto pasarla a la casa y sigue haciendo tortillas. En eso la vieja orejona ve que hay un bebé llorando, y le dice –veo que tu niño está llorando ¿me permites ayudarte a cuidarlo en lo que tú terminas de hacer las tortillas? Entonces la señora se confía y le dice –está bien. La vieja se fue directo donde estaba el recién nacido, entre lo que le cantaba se iba comiendo una parte del bebé; se comió un piecito, se comió una manita, se comió otro piecito, y otra manita, hasta dejarle la pura cabecita.

/ Foto: Cortesía | Bietarina Santiago

La mamá ocupada en los quehaceres no se dio cuenta. La vieja orejona envolvió bien al bebé y lo dejó en la hamaca, le dijo a la señora que el niño se había dormido y que se iba a retirar En eso se va y se queda la señora, termina de hacer todo en su casa y se da cuenta que su bebé no llora, dice -que raro, entonces va a donde está el pequeño y se da cuenta que nomás está la pura cabecita y empieza a gritar, en eso sale la niña y pregunta -¿qué pasa?, entonces ven que está la pura cabecita del bebé y entre gritos y sollozos aparece otra vez la vieja orejona y esta vez mata y se come a la mamá, pero la niña alcanza a esconderse en una olla que estaba arriba, pegada al techo, y desde ahí alcanza a ver todo lo que hizo la vieja.

En el atardecer llega el papá; toca la puerta y nadie le abre. Cuando logra entrar a la casa, la niña de 8 años tiene mucho miedo, está descontrolada, escondida dentro de la olla, pero se baja y le platica a su papá todo lo que hizo la vieja orejona con su mamá y con su hermanito. Como ya era de noche, el señor ya desesperado no sabía qué hacer. Entonces estaba pensando, pensando, todo lo que le pasó a su hijo y esposa, en eso vuelven a tocar la puerta otra vez, el señor abre y vuelve a aparecer una abuelita que con mucho respeto le dice –buenas noches hijo, tengo mucha hambre y frío y no tengo donde quedarme. La niña reconoce a la vieja orejona y con mucho miedo le dice en voz baja a su papá –esa es la señora que mató a mi hermanito y se comió a mi mamá, pero en eso momento para no evidenciar a la vieja, el señor pensó -la voy a pasar y aquí la voy a matar. La vieja orejona entra a la casa, el señor se va a la cocina, le trae algo de comer y en eso el señor se pone a pensar en un plan para acabar con ese monstruo.

El señor hace una fogata grande, grande, grande, y al momento de dormir le da un petate a la vieja, pero ella le dice que tiene mucho frío que si no le prestaba a la niña para dormir con ella, a lo que la niña aunque temerosa, se niega. El papá le dice que no, que la niña no estaba acostumbrada a dormir con otras personas. La vieja orejona se acuesta y del otro lado se acuesta el papá y la niña, entonces, entre lo que dormía y roncaba, la vieja orejona se jalaba una oreja, se le estiraba, se la estiraba, se la estiraba, repitiendo esta frase: - a media noche me comeré a la niña, al amanecer a su papá-. El señor y la niña escuchaban y más miedo les daba.

La vieja se estiró de nuevo una oreja y se acostó sobre ella y se estiró y estiró otra oreja y se tapó con ella. Arropada como estaba, se quedó profundamente dormida. Entonces el señor aprovechó y se levantó con mucha cautela, tomó un fierro, lo metió al fuego y este empezó a arder mucho y con él atravesó la espalda de la vieja orejona quien de un brincó salió corriendo dejando su sangre regada por todas partes.

/ Foto: Cortesía | Bietarina Santiago

Al amanecer el señor rápidamente se organizó con la gente del pueblo; les platicó todo lo que les había pasado y tenían que ir a buscar a la vieja orejona para acabar con ella. La gente enojada, armada con machetes y palos salió a buscarla, siguiendo la sangre que había dejado en el monte hasta que llegaron al pie de una cueva. Antes de entrar a la cueva, le hablaron a un señor para que entrara ahí donde estaba la vieja orejona. Entonces con mucho cuidado el hombre se asomó y vio que había muchas, muchas viejas orejonas iguales. Al salir, contó a la gente del pueblo que era el escondite de las viejas orejonas y la gente empezó a hacer una enorme fogata en la entrada de la cueva; esto sacó mucho humo que entró a la cueva y las viejas fueron saliendo despavoridas. Pero la gente ya estaba preparada y las que iban saliendo las iban cortando por la mitad y las iban echando al fuego. Al final salió la vieja que se había comido a la señora y al bebé. El señor dijo –Yo me voy a encargar de ella. La vieja le suplicó que no la matara. –¡No me mates, no me mates!...nos podemos casar; vamos a tener más hijos… pero el señor no le hizo caso y de lo enojado que estaba la cortó por la mitad y la tiró al mar. Por eso cuando llueve y la marejada es alta, para asustar a la gente les dicen no salgan de sus casas, se dan cuenta que se les puede aparecer la vieja orejona”. (Traducción: Bietarina Santiago Martínez, maestra triqui).

Al concluir la narración damos las gracias y nos regalamos un aplauso. Este ejercicio nos permite detonar la conversación sobre las experiencias sobrenaturales, relatos de espantos y otros tópicos y hacer el registro escrito para conocimiento de las generaciones presentes y futuras. Constancia de esto es la versión de la leyenda de “La vieja orejona” que recuperó la maestra Santiago.

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El ejercicio de la oralidad es lo que mantiene vivas las lenguas, en tanto haya espacios para la oralidad, los conocimientos de las culturas van a convivir con el presente de las personas y van a seguir proyectándose hacia el futuro. Es importante recuperar las historias de las personas jornaleras migrantes porque eso implica un reconocimiento y valoración de sus raíces. Hay personas que por la discriminación imperante ocultan sus historias y cultura e incluso llegan a prohibir a sus hijos hablar en sus lenguas originarias. Este ocultamiento ha sido normalizado entre las familias, las comunidades y las instituciones del Estado, lo que contribuye a la pérdida de las lenguas indígenas. La oralidad es la forma primigenia de la literatura; es importante compartir cuentos, leyendas, mitos, recuperar las historias familiares y de las comunidades indígenas y no indígenas, porque son las raíces culturales que pueden germinar en otros territorios como las ciudades para que formen parte del patrimonio cultural de la humanidad.

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