/ viernes 12 de febrero de 2021

Beverley Allitt: Asesinos seriales que impactaron al mundo

El caso de Beverley Allitt se considera uno particularmente atroz, pues sus víctimas eran niños pequeños, algunos recién nacidos; esta es la historia

El término “Ángel de la muerte”, se implementó en la criminología para identificar a un tipo específico de asesino en serie, para aquellos que son doctores o enfermeras que matan por placer, aprovechando su condición como pseudoprofesionales de la salud y con un obsesivo pensamiento con controlar la vida y la muerte.

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A lo largo de la historia, varias personas han sido nombradas con este apodo, sin embargo, el caso de Beverley Allitt se considera uno particularmente atroz, pues sus víctimas eran niños pequeños, algunos recién nacidos.

El Ángel de la muerte

Beverley Gail Allitt nació el 4 de octubre de 1968 en Nottingham, Inglaterra, criada en una familia de clase media compartía con dos hermanas y un hermano con quien tenía buena relación, según sus allegados, tuvo una infancia completamente normal.

Cuando era adolescente Beverley comenzó a cambiar, por alguna razón que los demás no comprendían, pasaba cada vez más tiempo en la enfermería de la escuela, acusando dolores de cabeza, espalda o estómago.

Asistía a clases con vendas, parches e incluso algún brazo enyesado, algo que sus profesores y compañeros notaron, pues no había un día en el que no dijera sentirse mal, pero todos sabían que estaba mintiendo.

No pasaba una semana sin que le ocurriera algo, un hecho que al principio sus compañeros miraban con cierta condolencia y la elogiaban por su fuerza de voluntad, pero con el paso del tiempo, las evidencias de que era una mentirosa patológica eran más evidentes, todos comenzaron a evitarla.

Foto: Cortesía | @deadstrangeblog

Aunque ellos pensaron que Allitt cambiaría, la chica subió el nivel y comenzó a autoflagelarse en las manos, brazos y piernas, buscando causar una mayor impresión.

El trastorno facticio o también llamado síndrome de Münchhausen, es aquel que se caracteriza por la aparición de diversas lesiones o síntomas que son provocados por el mismo paciente, el cual busca recibir atención médica y que se le asuma con un rol de alguien enfermo.

Todo paciente con este trastorno, busca tener la atención de su entorno, algo que se había convertido prácticamente en una obsesión para Beverley.

Cuando se graduó, tomó un curso de enfermería en Grantham College, pero era alguien sin mucha motivación por estudiar. Faltaba a clase casi todas las semanas con sus viejas excusas de sentirse enferma, tenía pésimas calificaciones y visitaba diversos hospitales donde pedía que se le realizaran exámenes médicos que siempre salían negativos a sus “enfermedades”.

Sin embargo, insistió tanto en que le dolía el apéndice que terminó por lograr que se lo extirparan. Por si fuera poco, para mantenerse en estado de convalecencia, se rasgaba los puntos de la herida algo que le produjo una infección.

Su vida diaria era un completo caos, entre sus diversas enfermedades ficticias y autoinfligidas, tuvo varias relaciones amorosas que terminaron mal. Era alguien manipuladora y constantemente chantajeaba a sus novios diciendo que estaba embarazada, incluso acusó a uno de haber sido violada y contagiada con VIH.

Con 20 años de edad, Beverley no se sentía conforme con su vida, había ganado algo de peso y debido a sus constantes faltas a clases, su titulación académica pendía de un hilo.

Foto: Cortesía | @CaledonianTweet

Sumado a esto, un suceso donde ella realizaba sus prácticas consternó a todos. Allitt acudía a prácticas en una residencia para gente mayor, pero un día, se presentó un amago de incendio y el perpetrador, metió heces humanas en un refrigerador, además de embarrarlas en las paredes. Aunque a ella no se le pudo comprobar nada, tras marcharse, nunca volvió a ocurrir algo similar.

La joven pudo conseguir un título de pre-enfermería en 1990, pero fue rechazada de quedarse en el Hospital Grantham por sus pésimas calificaciones, tenía informes académicos que no daban buena sensación y su entrevista dejó mucho que desear, frustrándola a nivel personal.

Sin embargo, en 1991 la sala cuatro del área pediátrica del lugar se encontraba con una clara escasez de personal. El invierno era crudo y los problemas respiratorios en los pequeños iban en aumento. Allitt, quien se había postulado por segunda vez, por fin consiguió un contrato por seis meses a prueba, pues tenía nula experiencia con niños.

Dos meses de terror

El 20 de febrero de 1991, el pequeño Liam Taylor de siete semanas, ingresó por una leve neumonía.

A pesar de que había reaccionado bien en las primeras horas al tratamiento, el bebé terminaría falleciendo por fallas respiratorias un día más tarde. El hecho consternó no sólo a los padres, sino a todo el personal hospitalario.

Dos semanas más tarde después de este suceso, Timothy Hardwick, de once años de edad, ingresó a la sala 4 de pediatría.

El chico que sufría de parálisis cerebral y era ciego de nacimiento, fue internado tras padecer un caso de epilepsia. Tan sólo unas horas después, sufrió complicaciones respiratorias para finalmente fallecer.

Aunque fue un hecho extraño, el tiempo de vida de un niño con este padecimiento, suele ser corto, por lo que su familia ya estaba preparada.

Foto: Cortesía | @caosurente

Tres días más tarde, Kayley Desmond, de un año de edad, sufrió dos ataques respiratorios, pero logró ser reanimada y transferida a otro hospital, donde pudo recuperarse.

Ya con tres incidentes similares, la junta directiva del hospital, puso manos a la obra, pues temían que un peligroso virus se haya estacionado en las instalaciones del área pediátrica, por lo que se desinfectó y fumigó todas las salas.

El 20 de marzo, Paul Crampton, de cinco meses de edad, ingresó a la sala 4 por una infección en el pecho (bronquitis) y después de tres días de tratamiento, el menor había mejorado y estaba cerca de salir de alta.

Pero de un momento a otro, comenzó a sufrir graves problemas respiratorios, por lo que tuvo que ser reanimado. Los médicos realizaron análisis y dieron sorpresivamente con que el pequeño había sufrido dos ataques hipoglucémicos.

Crampton no era diabético ni recibía tratamiento para controlar la glucosa, de hecho, cuando fue ingresado ningún estudio presentó algo similar, esto puso en alarma a los doctores, quienes ordenaron que el niño fuera trasladado de urgencia a otro hospital, donde logró recuperarse.

Uno de los médicos decidió realizar un análisis completo a las muestras del niño, el cual estaría listo en un par de días, pero en la sala 4, la situación volvió a tornarse tensa.

El 21 de marzo, Bradley Gibson, de cinco años y Yik Hung Chan, de dos años, tuvieron que ser reanimados de urgencia por el personal médico y enviados a otro hospital. Gibson había ingresado por neumonía y Chan por fractura de cráneo. Ninguno presentó problemas cardiacos, no hasta ser ingresados en el Hospital Grantham.

El 1 de abril, Becky Phillips, de dos meses, fue ingresada por gastroenteritis, tras dos días de tratamiento, fue dada de alta y sus padres la llevaron a casa. Como si de una horrenda broma se tratara, la pequeña fallecería esa misma noche.

Los padres sospechaban de algún tipo de virus, por lo que aunque su otra hija no presentaba ningún síntoma, la internaron en el hospital, sólo por precaución.

Estando en el lugar, la niña tuvo que ser reanimada en dos ocasiones por problemas cardiorrespiratorios, la situación se salió de control y fue trasladada a otro sitio, donde pudo ser estabilizada y sobrevivir, aunque con un daño cerebral irreversible, sorda, parcialmente ciega y sin poder mover una parte del cuerpo.

El ambiente en la sala cuatro de pediatría del Hospital de Grantham, era de desesperación, todos se sentían culpables y no sabían qué podía estar sucediendo.

En un año, de todos los casos que recibían, eran si acaso dos hechos los que debían de derivar, sin embargo, en menos de dos meses, todo se había vuelto un caos y eso incluía a tres pacientes muertos.

Los doctores decidieron redactar una carta a la directiva del hospital, donde explicaban sus más siniestras sospechas. A pesar de no contar con pruebas, era evidente que algo extraño estaba sucediendo en la sala 4.

Al poco tiempo, otra carta sería redactada, pero ahora por el Queen’s Medical Centre, el cual había salvado la vida de algunos de los niños trasladados, pues ellos también habían dado seguimiento a los casos.

Foto: Cortesía | @LostJohnny

El 22 de abril, la muerte de la pequeña Clarie Peck, de quince meses, volvió a golpear al hospital. La niña había sido ingresada por ataques de asma, falleció después de sufrir dos paros cardiacos. Este suceso, fue la gota que derramó el vaso y la junta directiva, decidió llamar a la Policía una semana más tarde.

Para el especialista que revisó los 13 casos, concluyó que no había nada extraño en los expedientes, quitando el caso de Paul Crampton.

Después de revisar los minuciosos análisis que se realizaron con su sangre, notó que en ellos salían niveles de insulina extremadamente altos, 500 milésimas por litro de sangre, mientras que lo normal serían 10 milésimas.

Al mismo tiempo, los agentes descubrieron que las llaves de la taquilla donde se guardaba la insulina, habían desaparecido poco antes del inicio de los sucesos, el jefe de Policía, comprendió que algo no estaba bien en ese lugar.

Pero por más que éste insistió, no contó con mucho apoyo, pues tanto los padres de los niños, como el mismo personal, no podían creer que aquellos sucesos fueran intencionales, simplemente se negaban a creer en esa posibilidad.

No había nada sospechoso y algunos policías renegaban de la investigación, pues costaba dinero y tiempo y creían que no había nada que investigar.

Cuando parecía ser un callejón sin salida, el equipo de investigación dio con un dato que les llamó poderosamente la atención, pues en los trece casos presentados en el área pediátrica, el nombre de una enfermera, había aparecido, ese era el de Beverley Allitt.

Tras investigar sobre Allitt, se dieron cuenta que llevaba tan sólo dos meses laborando en el hospital, de hecho, había ingresado dos días antes del primer incidente.

Foto: Cortesía | @skhunt92

También fue la última en ser vista con las llaves donde se guardaba la insulina y cuando se comprobó los altos índices de esta en el cuerpo de la pequeña Becky Phillips, pasó a ser la principal sospechosa, aunque no se contaba con evidencia.

Durante el interrogatorio, Allitt negó cualquier participación en estos sucesos, sin embargo, las evidencias comenzaban a hacerse presentes y cada vez los crímenes cometidos en el hospital se vinculaban con la enfermera de 22 años.

De igual manera, se descubrió que el cuerpo de Katie Phillips, hermana de la fallecida Becky, presentaba un par de costillas rotas y varias marcas de pellizcos y en otra superviviente, le habían inyectado aire debajo de una de sus axilas.

Decidieron volver a investigar nueve muestras de sangre de los bebés afectados, donde todas presentaron cantidades de insulina sumamente elevadas, así como potasio, lidocaína y otras drogas.

Pero los resultados del pequeño Crampton, eran los más alarmantes. Si bien en un principio se habían descubierto 500 milésimas por litro de sangre, al arrojar 47 mil, la Policía se quitó cualquier duda de su cabeza, aquello había sido totalmente intencional.

Captura y juicio

A pesar de no tener ninguna prueba en su contra, las investigaciones se centraron en la joven, quien sería suspendida de manera indefinida de sus labores, hasta que se comprobara su inocencia.

Estas acciones causaron confusión y el malestar por parte de los padres de familia, todos la consideraban alguien amable y trabajadora y sumamente allegada a las familias afligidas.

De hecho, los padres de las gemelas, se sentían tan agradecidos por el cariño y dedicación que mostró Allitt con sus hijas, que le pagaron un abogado para su defensa. Incluso, llegó a ser la madrina de Katie en una muestra de total cinismo por parte de la asesina.

Pasaron cinco meses hasta que una llamada definió el caso. Allitt se había mudado a la casa de una amiga para evitar el acoso de la prensa. Al poco tiempo, el perro de la familia comenzó a sufrir diversos ataques y a soltar espuma por la boca, para después fallecer.

Foto: Cortesía | @deadstrangeblog

Unos días más tarde, el hermano de Tracy (la amiga) perdería el conocimiento por un ataque hipoglucémico que fue provocado por un juego que Allitt le había dado.

Tracy no dudó en dar aviso a las autoridades y Beverley Allitt sería detenida sin oponer resistencia, incluso, se le pudo ver sonriendo y emocionada, pues era el centro de atención mediática.

Tiempo después, se supo que Allitt también intentó asesinar a una anciana en un hospital para adultos mayores.

Sería juzgada y encontrada culpable el 28 de mayo de 1993 por el asesinato de cuatro niños y el intento de homicidio de otros nueve y condenada a 13 cadenas perpetuas.

Allitt buscaba atención y ser aceptada, inyectaba la insulina en los niños y después daba la alarma, como una manera de dar a entender al resto del personal que estaba atenta en su trabajo.

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Actualmente se encuentra recluida en el Rampton Secure Hospital en Notthinghamshire, debido a su condición, el juicio también recomendó que Allitt pasara un mínimo de 40 años en prisión y después volver a revisar el caso, por lo que podría salir en 2032.

El término “Ángel de la muerte”, se implementó en la criminología para identificar a un tipo específico de asesino en serie, para aquellos que son doctores o enfermeras que matan por placer, aprovechando su condición como pseudoprofesionales de la salud y con un obsesivo pensamiento con controlar la vida y la muerte.

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A lo largo de la historia, varias personas han sido nombradas con este apodo, sin embargo, el caso de Beverley Allitt se considera uno particularmente atroz, pues sus víctimas eran niños pequeños, algunos recién nacidos.

El Ángel de la muerte

Beverley Gail Allitt nació el 4 de octubre de 1968 en Nottingham, Inglaterra, criada en una familia de clase media compartía con dos hermanas y un hermano con quien tenía buena relación, según sus allegados, tuvo una infancia completamente normal.

Cuando era adolescente Beverley comenzó a cambiar, por alguna razón que los demás no comprendían, pasaba cada vez más tiempo en la enfermería de la escuela, acusando dolores de cabeza, espalda o estómago.

Asistía a clases con vendas, parches e incluso algún brazo enyesado, algo que sus profesores y compañeros notaron, pues no había un día en el que no dijera sentirse mal, pero todos sabían que estaba mintiendo.

No pasaba una semana sin que le ocurriera algo, un hecho que al principio sus compañeros miraban con cierta condolencia y la elogiaban por su fuerza de voluntad, pero con el paso del tiempo, las evidencias de que era una mentirosa patológica eran más evidentes, todos comenzaron a evitarla.

Foto: Cortesía | @deadstrangeblog

Aunque ellos pensaron que Allitt cambiaría, la chica subió el nivel y comenzó a autoflagelarse en las manos, brazos y piernas, buscando causar una mayor impresión.

El trastorno facticio o también llamado síndrome de Münchhausen, es aquel que se caracteriza por la aparición de diversas lesiones o síntomas que son provocados por el mismo paciente, el cual busca recibir atención médica y que se le asuma con un rol de alguien enfermo.

Todo paciente con este trastorno, busca tener la atención de su entorno, algo que se había convertido prácticamente en una obsesión para Beverley.

Cuando se graduó, tomó un curso de enfermería en Grantham College, pero era alguien sin mucha motivación por estudiar. Faltaba a clase casi todas las semanas con sus viejas excusas de sentirse enferma, tenía pésimas calificaciones y visitaba diversos hospitales donde pedía que se le realizaran exámenes médicos que siempre salían negativos a sus “enfermedades”.

Sin embargo, insistió tanto en que le dolía el apéndice que terminó por lograr que se lo extirparan. Por si fuera poco, para mantenerse en estado de convalecencia, se rasgaba los puntos de la herida algo que le produjo una infección.

Su vida diaria era un completo caos, entre sus diversas enfermedades ficticias y autoinfligidas, tuvo varias relaciones amorosas que terminaron mal. Era alguien manipuladora y constantemente chantajeaba a sus novios diciendo que estaba embarazada, incluso acusó a uno de haber sido violada y contagiada con VIH.

Con 20 años de edad, Beverley no se sentía conforme con su vida, había ganado algo de peso y debido a sus constantes faltas a clases, su titulación académica pendía de un hilo.

Foto: Cortesía | @CaledonianTweet

Sumado a esto, un suceso donde ella realizaba sus prácticas consternó a todos. Allitt acudía a prácticas en una residencia para gente mayor, pero un día, se presentó un amago de incendio y el perpetrador, metió heces humanas en un refrigerador, además de embarrarlas en las paredes. Aunque a ella no se le pudo comprobar nada, tras marcharse, nunca volvió a ocurrir algo similar.

La joven pudo conseguir un título de pre-enfermería en 1990, pero fue rechazada de quedarse en el Hospital Grantham por sus pésimas calificaciones, tenía informes académicos que no daban buena sensación y su entrevista dejó mucho que desear, frustrándola a nivel personal.

Sin embargo, en 1991 la sala cuatro del área pediátrica del lugar se encontraba con una clara escasez de personal. El invierno era crudo y los problemas respiratorios en los pequeños iban en aumento. Allitt, quien se había postulado por segunda vez, por fin consiguió un contrato por seis meses a prueba, pues tenía nula experiencia con niños.

Dos meses de terror

El 20 de febrero de 1991, el pequeño Liam Taylor de siete semanas, ingresó por una leve neumonía.

A pesar de que había reaccionado bien en las primeras horas al tratamiento, el bebé terminaría falleciendo por fallas respiratorias un día más tarde. El hecho consternó no sólo a los padres, sino a todo el personal hospitalario.

Dos semanas más tarde después de este suceso, Timothy Hardwick, de once años de edad, ingresó a la sala 4 de pediatría.

El chico que sufría de parálisis cerebral y era ciego de nacimiento, fue internado tras padecer un caso de epilepsia. Tan sólo unas horas después, sufrió complicaciones respiratorias para finalmente fallecer.

Aunque fue un hecho extraño, el tiempo de vida de un niño con este padecimiento, suele ser corto, por lo que su familia ya estaba preparada.

Foto: Cortesía | @caosurente

Tres días más tarde, Kayley Desmond, de un año de edad, sufrió dos ataques respiratorios, pero logró ser reanimada y transferida a otro hospital, donde pudo recuperarse.

Ya con tres incidentes similares, la junta directiva del hospital, puso manos a la obra, pues temían que un peligroso virus se haya estacionado en las instalaciones del área pediátrica, por lo que se desinfectó y fumigó todas las salas.

El 20 de marzo, Paul Crampton, de cinco meses de edad, ingresó a la sala 4 por una infección en el pecho (bronquitis) y después de tres días de tratamiento, el menor había mejorado y estaba cerca de salir de alta.

Pero de un momento a otro, comenzó a sufrir graves problemas respiratorios, por lo que tuvo que ser reanimado. Los médicos realizaron análisis y dieron sorpresivamente con que el pequeño había sufrido dos ataques hipoglucémicos.

Crampton no era diabético ni recibía tratamiento para controlar la glucosa, de hecho, cuando fue ingresado ningún estudio presentó algo similar, esto puso en alarma a los doctores, quienes ordenaron que el niño fuera trasladado de urgencia a otro hospital, donde logró recuperarse.

Uno de los médicos decidió realizar un análisis completo a las muestras del niño, el cual estaría listo en un par de días, pero en la sala 4, la situación volvió a tornarse tensa.

El 21 de marzo, Bradley Gibson, de cinco años y Yik Hung Chan, de dos años, tuvieron que ser reanimados de urgencia por el personal médico y enviados a otro hospital. Gibson había ingresado por neumonía y Chan por fractura de cráneo. Ninguno presentó problemas cardiacos, no hasta ser ingresados en el Hospital Grantham.

El 1 de abril, Becky Phillips, de dos meses, fue ingresada por gastroenteritis, tras dos días de tratamiento, fue dada de alta y sus padres la llevaron a casa. Como si de una horrenda broma se tratara, la pequeña fallecería esa misma noche.

Los padres sospechaban de algún tipo de virus, por lo que aunque su otra hija no presentaba ningún síntoma, la internaron en el hospital, sólo por precaución.

Estando en el lugar, la niña tuvo que ser reanimada en dos ocasiones por problemas cardiorrespiratorios, la situación se salió de control y fue trasladada a otro sitio, donde pudo ser estabilizada y sobrevivir, aunque con un daño cerebral irreversible, sorda, parcialmente ciega y sin poder mover una parte del cuerpo.

El ambiente en la sala cuatro de pediatría del Hospital de Grantham, era de desesperación, todos se sentían culpables y no sabían qué podía estar sucediendo.

En un año, de todos los casos que recibían, eran si acaso dos hechos los que debían de derivar, sin embargo, en menos de dos meses, todo se había vuelto un caos y eso incluía a tres pacientes muertos.

Los doctores decidieron redactar una carta a la directiva del hospital, donde explicaban sus más siniestras sospechas. A pesar de no contar con pruebas, era evidente que algo extraño estaba sucediendo en la sala 4.

Al poco tiempo, otra carta sería redactada, pero ahora por el Queen’s Medical Centre, el cual había salvado la vida de algunos de los niños trasladados, pues ellos también habían dado seguimiento a los casos.

Foto: Cortesía | @LostJohnny

El 22 de abril, la muerte de la pequeña Clarie Peck, de quince meses, volvió a golpear al hospital. La niña había sido ingresada por ataques de asma, falleció después de sufrir dos paros cardiacos. Este suceso, fue la gota que derramó el vaso y la junta directiva, decidió llamar a la Policía una semana más tarde.

Para el especialista que revisó los 13 casos, concluyó que no había nada extraño en los expedientes, quitando el caso de Paul Crampton.

Después de revisar los minuciosos análisis que se realizaron con su sangre, notó que en ellos salían niveles de insulina extremadamente altos, 500 milésimas por litro de sangre, mientras que lo normal serían 10 milésimas.

Al mismo tiempo, los agentes descubrieron que las llaves de la taquilla donde se guardaba la insulina, habían desaparecido poco antes del inicio de los sucesos, el jefe de Policía, comprendió que algo no estaba bien en ese lugar.

Pero por más que éste insistió, no contó con mucho apoyo, pues tanto los padres de los niños, como el mismo personal, no podían creer que aquellos sucesos fueran intencionales, simplemente se negaban a creer en esa posibilidad.

No había nada sospechoso y algunos policías renegaban de la investigación, pues costaba dinero y tiempo y creían que no había nada que investigar.

Cuando parecía ser un callejón sin salida, el equipo de investigación dio con un dato que les llamó poderosamente la atención, pues en los trece casos presentados en el área pediátrica, el nombre de una enfermera, había aparecido, ese era el de Beverley Allitt.

Tras investigar sobre Allitt, se dieron cuenta que llevaba tan sólo dos meses laborando en el hospital, de hecho, había ingresado dos días antes del primer incidente.

Foto: Cortesía | @skhunt92

También fue la última en ser vista con las llaves donde se guardaba la insulina y cuando se comprobó los altos índices de esta en el cuerpo de la pequeña Becky Phillips, pasó a ser la principal sospechosa, aunque no se contaba con evidencia.

Durante el interrogatorio, Allitt negó cualquier participación en estos sucesos, sin embargo, las evidencias comenzaban a hacerse presentes y cada vez los crímenes cometidos en el hospital se vinculaban con la enfermera de 22 años.

De igual manera, se descubrió que el cuerpo de Katie Phillips, hermana de la fallecida Becky, presentaba un par de costillas rotas y varias marcas de pellizcos y en otra superviviente, le habían inyectado aire debajo de una de sus axilas.

Decidieron volver a investigar nueve muestras de sangre de los bebés afectados, donde todas presentaron cantidades de insulina sumamente elevadas, así como potasio, lidocaína y otras drogas.

Pero los resultados del pequeño Crampton, eran los más alarmantes. Si bien en un principio se habían descubierto 500 milésimas por litro de sangre, al arrojar 47 mil, la Policía se quitó cualquier duda de su cabeza, aquello había sido totalmente intencional.

Captura y juicio

A pesar de no tener ninguna prueba en su contra, las investigaciones se centraron en la joven, quien sería suspendida de manera indefinida de sus labores, hasta que se comprobara su inocencia.

Estas acciones causaron confusión y el malestar por parte de los padres de familia, todos la consideraban alguien amable y trabajadora y sumamente allegada a las familias afligidas.

De hecho, los padres de las gemelas, se sentían tan agradecidos por el cariño y dedicación que mostró Allitt con sus hijas, que le pagaron un abogado para su defensa. Incluso, llegó a ser la madrina de Katie en una muestra de total cinismo por parte de la asesina.

Pasaron cinco meses hasta que una llamada definió el caso. Allitt se había mudado a la casa de una amiga para evitar el acoso de la prensa. Al poco tiempo, el perro de la familia comenzó a sufrir diversos ataques y a soltar espuma por la boca, para después fallecer.

Foto: Cortesía | @deadstrangeblog

Unos días más tarde, el hermano de Tracy (la amiga) perdería el conocimiento por un ataque hipoglucémico que fue provocado por un juego que Allitt le había dado.

Tracy no dudó en dar aviso a las autoridades y Beverley Allitt sería detenida sin oponer resistencia, incluso, se le pudo ver sonriendo y emocionada, pues era el centro de atención mediática.

Tiempo después, se supo que Allitt también intentó asesinar a una anciana en un hospital para adultos mayores.

Sería juzgada y encontrada culpable el 28 de mayo de 1993 por el asesinato de cuatro niños y el intento de homicidio de otros nueve y condenada a 13 cadenas perpetuas.

Allitt buscaba atención y ser aceptada, inyectaba la insulina en los niños y después daba la alarma, como una manera de dar a entender al resto del personal que estaba atenta en su trabajo.

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Actualmente se encuentra recluida en el Rampton Secure Hospital en Notthinghamshire, debido a su condición, el juicio también recomendó que Allitt pasara un mínimo de 40 años en prisión y después volver a revisar el caso, por lo que podría salir en 2032.

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