Según las diversas creencias religiosas y filosóficas, al morir, los seres humanos se desprenden de su alma para viajar a la vida que existe después de la muerte, o como algunos lo llaman “el paraíso”.
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Por su parte, Aristóteles interpretaba que el alma incorporaría el principio vital o la esencia interna de los seres vivos, gracias a la cual estos tienen una determinada identidad.
Más allá de lo anterior, una de las cosas más sorprendentes sobre el alma es que tiene un peso en específico, el cual fue descifrado por el doctor Duncan MacDougall en 1907.
Para encontrar la respuesta, MacDougall realizó un experimento en el que incluyó a 6 personas pertenecientes a un hogar de ancianos que estaban por morir a causa de enfermedades como la tuberculosis y la diabetes.
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Una vez que su muerte se acercaba, el investigador colocaba a las personas en una cama especial (construida por él mismo) con un marco ligero sobre escalas que eran equilibradas a dos décimas de onza.
Tomando en cuenta la pérdida de los fluidos corporales y las heces, Duncan resolvió que uno de sus pacientes había perdido 21.3 gramos de su peso al morir. Fue así que este resultado se definió como el peso que tiene el alma en realidad.
Asimismo, MacDougall realizó el mismo experimento con 15 perros para averiguar si también tenían algún cambio en su peso a la hora de su muerte, estudio que dio resultados negativos y comprobó su hipótesis sobre que los animales no tenían alma.
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Con todo y sus múltiples experimentos, los resultados del Doctor no fueron del todo tomados en serio por la ciencia, ya que aseguraban que el estudio no era preciso y tenía diferentes irregularidades. No obstante, la idea de que el alma humana tiene un peso definido, prevalece aún en el presente.
Publicada originalmente en El Sol de la Laguna.