Mi hermano es chofer de transporte urbano de pasajeros. Hace años, como recordaremos, los camiones eran responsabilidad de sus dueños y los choferes -en ocasiones- se llevaban estos a sus casas, por lo general cuando terminaban su ruta tarde y les tocaba iniciarla.
Él vivía por allá de Los Altares, le tocaba venirse para poder agarrar ruta a las 3-4 de la mañana en el centro de Hermosillo.
Transcurría el mes de diciembre del año 1997, era una noche muy oscura; venía a las 3:00 de la mañana, transitaba por el Bulevar de los Ganaderos de sur a norte.
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No había absolutamente nada de tráfico, mucho menos personas caminando. Al circular a la altura de “La Peni”, observó por el espejo retrovisor que se acercaba por detrás un tráiler a alta velocidad por el mismo carril de él, se orilló para tomar el carril de la derecha y el trailero hizo lo mismo y se le pegó a escasos metros.
No pudo más que pensar que venía una persona drogada manejando aquella unidad y decidió acelerar para perderlo.
Llegó a la altura de la presa y casi al llegar al vertedor le empezó a sonar la estruendosa bocina del claxon; aceleró a fondo pensando en lo peor y, al llegar al semáforo de La Sauceda para tomar rumbo al centro, se quedó observando muy atento para ver a aquel endemoniado tráiler.
Pero, ¡oh sorpresa!, ya no salió a la curva del vertedor, era como si se hubiera esfumado de la nada, (cabe señalar que entonces no estaba en funcionamiento el puente deprimido que cruza por el humedal de La Sauceda y no pudo haber tomado otra ruta).
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Quedó impactado porque no era la primera vez que escuchaba que le pitaba un tráiler a esa altura del vertedor. Esa manifestación que tuvo fue como la despedida de aquel tráiler ya que jamás volvió a escuchar ni ver nada.
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