¿De dónde surgió la tradición de velar a los muertos? Aunque la respuesta obvia es de la necesidad de llorarles, rezar por ellos o darles un último adiós, una de las razones históricas esconde una historia real de terror y “muertos” vivientes: La catalepsia.
Al exhumar restos de personas enterradas en épocas anteriores a la medicina moderna, no es sorpresa encontrar algunos ataúdes rasguñados o destruidos… desde adentro.
Antes de que se pudiera confirmar la muerte por falta de actividad cerebral, desafortunados pacientes de esta enfermedad despertaron, con suerte, en su propio funeral, algunos no volvieron a ver la luz del sol desde su ataúd prematuro.
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Actualmente la catalepsia, o como se le conocía antes “muerte aparente”, es un fenómeno conocido y estudiado. Se trata de una afección en la que las personas afectadas entran en un estado muy similar a la muerte, perdiendo la capacidad total de moverse y desarrollando una rigidez muscular que fácilmente puede pasar por el rigor mortis.
La piel se pone pálida y las constantes vitales como la respiración y el corazón desaparecen casi por completo cuando los síntomas terminan de asentarse, haciendo que equipo especializado o esperar a que el episodio pase sea necesario en la mayoría de los casos para verificar si de verdad sigues con vida.
Las causas de un episodio de catalepsia son variadas y acompañan normalmente a otros padecimientos como la epilepsia, la adicción a sustancias o el Parkinson; algunos fármacos tienen la catalepsia como uno de sus posibles efectos secundarios.
Catalepsia y tafofobia: Ser enterrado con vida es un miedo antiguo
El terror a ser enterrado vivo se conoce como “tafofobia”, y responde a uno de los peores destinos que puede sufrir un ser humano dado por muerto antes de tiempo. En la antigüedad este miedo era tan grande que diversas formas de enterrar a los muertos (en caso de que no estuvieran tan muertos) se idearon a lo largo de la historia.
Robert Robinson, un excéntrico ministro inglés del Siglo XVIII, pidió que a su muerte se pusiera una pieza de cristal en su ataúd, con un guardia designado para revisar si en algún momento su aliento lo empañaba.
En el cementerio de Wildwood, en Pensilvania, una familia de tafofóbicos diseñó un ataúd con una escotilla que facilitaba escapar en caso de ser enterrados con vida. Los lados estaban acolchados para proteger a la persona de hacerse daño en medio del pánico de ser enterrada con vida.
Aunque los avances en la medicina han hecho mucho menos probable que un entierro prematuro ocurra, estos todavía son una lejana (y aterradora) posibilidad. En 2001 una bolsa conteniendo un supuesto cadáver fue entregada para su cremación en la funeraria Matarese, de Estados Unidos. El mismo director de la funeraria encontró a la mujer viva dentro y llamó a emergencias justo antes de iniciar el proceso de cremación.
Otros dos casos ocurrieron en Grecia en 2014, ambos relacionados con hospitales privados que declararon muertas a dos mujeres, ambas estaban con vida cuando fueron enterradas. La primera fue descubierta poco después de ser enterrada, niños de la zona escucharon los desgarradores gritos viniendo de abajo de la tierra. Para cuando fue sacada dela tierra se encontraba muerta, esta vez de verdad.
Ese mismo año, en la localidad de Peraia, la familia de una mujer que supuestamente murió de cáncer le escuchó gritar desde su ataúd, pero antes de sacarla murió de una falla cardiaca. Investigaciones posteriores encontraron que su medicación pudo haberle ocasionado catalepsia.