En Sudáfrica, el ambientalista Lawrence Anthony era conocido como “el susurrador de elefantes”. Fue una figura clave para promover la unión de tierras tribales a reservas de caza para darles un interés en la conservación.
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Fue también creador de dos nuevas reservas de caza africanas y dirigió su reserva, donde se ganó el sobrenombre por rescatar una manada de elefantes rebeldes que iban a ser asesinados.
Lawrence nació el 17 de septiembre de 1950 en Johannesburgo a donde emigró su abuelo en 1920 para trabajar en las minas de oro; su padre inició un negocio de seguros y, mientras establecía oficinas en el sur de África, él se crió en pequeños pueblos de las zonas rurales de Rhodesia, Zambia, Malawi y, finalmente, Zululand, Sudáfrica.
Anthony siguió a su padre en el negocio de seguros y luego trabajó en desarrollo inmobiliario, pero el llamado que recibí era el de la selva africana en la que se crió cuando era niño.
Se involucró en el trabajo con las tribus zulúes para tratar de reconstruir su relación histórica con el monte, y a mediados de la década de 1990 decidió convertir su pasatiempo en una carrera, comprando la reserva de caza Thula Thula de 5 mil acres en KwaZulu-Natal.
Después, fundó la Organización de la Tierra, nuevas reservas que han dado empleo e ingresos seguros a la población local por medio del turismo al tiempo que aseguraba el futuro de la vida silvestre en esta región.
¿Cómo llegaron los elefantes?
Aunque los elefantes no formaron parte de su proyecto, En 1999 lo llamó una organización para preguntarle si estaría dispuesto a enfrentar a una manada de nueve animales que escapaban de cada recinto en los que se encontraban, causando daños.
Los elefantes fueron considerados altamente peligrosos y si se negaba a este llamado les dispararían. Por eso aceptó darles un hogar.
Al respecto, expresó que se trataba de un grupo difícil que había pasado por un momento con este mismo calificativo y que estaban todos asustados, aunque no por ello dejaron de protegerse unos a otros. Agregó que eran “delincuentes” pero que vio cosas buenas en ellos.
Los trató como niños errantes, los persuadió con palabras y gestos; así les indicaba que no debían portarse mal y les decía que podían confiar en él.
Se concentró en la matriarca de la manada, Nana, a la que le pedía que no derribara la cerca; más que esperar que la elefanta identificara el idioma, confiaba en que el tono de su voz y el lenguaje corporal fueran sus aliados; hasta que logró que ella dejara de hacerlo y en cambio, quisiera acercarse y tocarlo.
Pasado el tiempo, fue tal la compenetración con la manada y Anthony y su esposa Françoise, que en algunas ocasiones tuvieron que echarlos de su estancia.
Cuando Nana dio a luz a un hijo, salió de entre los arbustos para mostrarle al recién nacido a su amiga humana; en correspondencia, Anthony le regresó la atención cuando nació su primer nieto, pero su nuera dejó pasar tiempo para volver a hablarle.
Rehabilitó el zoológico de Saddam Hussein
La fama del susurrador de elefantes llegó a los titulares de todo el mundo en 2003, cuando rescató a los animales del zoológico de Saddam Hussein. Veía a los animales en la televisión durante el bombardeo en Bagdad y recordó que en esa ciudad estaba el zoológico más grande de Medio Oriente.
No pudo soportar este impacto y se puso en contacto con los estadounidenses y británicos para preguntar si había un plan para su rescate y evitar que murieran en sus jaulas. Entonces, nadie estaba interesado.
Pocos días después estaba en la frontera entre Kuwait e Irak con un auto rentado y suministros veterinarios; los norteamericanos le negaron el paso pero los guardias de la frontera de Kuwait sí lo dejaron y con ayuda de dos kuwaitíes, se unió a los tanques y convoyes que se dirigían a Bagdad.
Al llegar al zoológico encontró una historia de terror que casi lo hizo darse por vencido: había animales muertos cubiertos de nubes de moscas, mono corriendo libres, loros y otras aves volaban en círculos por encima y algunos leones habían escapado.
Un oso había matado a unos saqueadores del zoológico y los animales que sobrevivían estaban hambrientos y traumatizados ante los bombardeos, la falta de agua y de comida.
Fue así como inicio el trabajo de rescate urgente en medio de una ciudad destruida; arrastraron baldes de agua desde un canal; compraron burros en la calle, dejando las carretas que llevaban por lo que quedaba de la ciudad.
Lawrence trabajó en Bagdad durante seis meses, transformó el zoológico con ayuda de algunos soldados estadounidenses e iraquíes que antes se estuvieron matando entre ellos en el campo de batalla.
Al marcharse, los animales que sobrevivieron estaban recuperados, sanos, sus jaulas limpias y el lugar volvía a operar.
Por estas acciones, Anthony recibió la medalla del Día de la Tierra en la ONU; también recibió, por su valentía, la medalla del regimiento de la Tercera División de Infantería del Ejército de los Estados Unidos.
Además, contó su historia en Babylon's Ark (2007, coescrito con Graham Spence). Cuando un estudio de producción de Los Ángeles anunció que había encargado una importante película de Hollywood sobre el rescate del Zoológico de Bagdad, Anthony sugirió que se le debería pedir a Brad Pitt interpretar su papel, por su apariencia muy delgada y por barbuda.
Salvó otra especie
También salvó al rinoceronte blanco del norte, en Uganda, uno de los animales más raros del mundo de “las garras” del (LRA) Ejército de Resistencia del Señor, relacionado con el gobierno en una lucha sangrienta por más de dos décadas.
El LRA, conocido por el uso de niños soldados y acusado de numerosas atrocidades, había establecido un bastión en el Parque Nacional Garamba en la República Democrática del Congo, hogar de los últimos cuatro miembros de la especie de rinocerontes blancos que vivían en estado salvaje.
Los elefantes lloran
Lawrence Anthony falleció el 2 de marzo de 2012; tras su muerte, algunas manadas de elefantes llegaron a su casa a despedirse.
Durante 12 horas, dos manadas de elefantes sudafricanos salvajes se abrieron paso lentamente a través de la selva de Zululandia hasta llegar a la casa de quien les salvó la vida.
Durante dos días, los elefantes que fueron etiquetados como violentos y que pudieron ser fusilados como plagas si él no los rescataba holgazanearon en la reserva de Anthony.
Algunos escritores han consignado esta historia, así como el testimonio del hijo de Anthony, Dylan, quien señala que durante año y medio los elefantes no se acercaban a la casa, y que el viaje debió tomarles alrededor de 12 horas.
En noticieros locales, Dylan señaló: “El primer rebaño llegó el domingo y el segundo rebaño, un día después. Todos se quedaron durante unos dos días antes de regresar al monte”.
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Se sabe desde hace mucho tiempo que los elefantes lloran a sus muertos. En la India, los elefantes bebés a menudo se crían con un niño que será su “mahout” de por vida. La pareja desarrolla lazos legendarios y no es raro que uno se consuma sin ganas de vivir después de la muerte del otro.