Han transcurrido 41 años desde aquel fatídico sábado 19 de febrero de 1983 que transformó la vida y los recuerdos de cientos de familias en Sonora.
Hasta la fecha, no se ha cuantificado el número de víctimas mortales del accidente ferroviario más terrible de la historia de la entidad. Tampoco se determinó a los responsables de lo que fue una negligencia.
Estación Moreno, sitio perteneciente al municipio de Empalme, se convirtió en pocos minutos, y a toda velocidad, en el escenario mortuorio más grande que se recuerda en accidentes ferroviarios.
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¿Qué ocurrió en la vía del ferrocarril de Sonora?
Nadie lo esperaba, cientos de familias se trasladaban de Nogales al sur de Sonora; El Burro, el tren de pasajeros número 4, que presentaba fallas en su trayecto, fue alcanzado por un tren de carga a poco menos de 2 kilómetros de llegar a Estación Moreno. Después de una curva.
Nadie sabe a ciencia cierta qué pasó; lo que se supone, y lo que el reglamento ferroviario indica es que, al haber fallas, el banderero o garrotero, tiene que colocar varias señalizaciones para indicar que el tren está detenido. Sólo así puede prevenirse una desgracia.
En 1983 no ocurrió; se piensa que “el garrotero” no colocó las luces, banderines y petardos que debieron usarse para evitar la colisión.
¿Cuántas víctimas hubo en el trenazo de Empalme?
El operador del carguero no se enteró que había un tren de pasajeros detenido adelante, cuando se dio cuenta, no pudo hacer nada para evitar la muerte de 300 o 400 personas. No hubo cifras oficiales del “trenazo”.
Testigos de los hechos y los rumores posteriores que se compartieron entre conocidos y personas que sobrevivieron al trenazo describen una mole de acero y una escena imborrable de personas heridas, quemadas y calcinadas. Hay, incluso, quienes han querido bloquear ese recuerdo de sus vidas, aunque hayan “vuelto a nacer”. Fue un infierno.
Algunos cuerpos, o partes de éstos, pudieron ser reconocidos por un anillo, por la hebilla de palo fierro de su cinto; otras personas ni siquiera pudieron ser reconocidas; mientras que -muchos años después- había familias que buscaban a los familiares no registrados como muertos.
Pensaban que podían estar vivos, asustados, desorientados. Si no los hallaron muertos, quizás pudieron perder la razón y andar deambulando en alguna ciudad, lejos; con las secuelas del severo accidente.
En el lugar, donde hubo cientos de voluntarios, familias que buscaban a los suyos, y curiosos que se acercaron al lugar aquella tarde del sábado, hay una capilla con la que se les recuerda.
El choque de trenes quizás pudo evitarse, así suceden los accidentes, por una distracción, una falla mecánica, por la falta de actuación oportuna.
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Muchas familias se dijeron adiós para siempre en un andén, sin imaginar que sería su último viaje; otras se quedaron esperando a su hijos, a sus nietos, a sus compañeros de vida, quienes no llegaron a su destino.
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