/ jueves 24 de marzo de 2022

El experimento del pequeño Albert, la prueba a un bebé de 11 meses que la historia no olvidará

La historia del pequeño Albert es uno de los experimentos más controversiales en la historia de la psicología

La historia de la psicología como ciencia y campo de experimentación no está libre de capítulos oscuros, cuando el ser humano se ha reducido a un mero objeto para ser analizado sin consideración por las consecuencias.. Aunque algunos estudios cuestionables ayudaron al avance de la comprensión de la mente humana, no se puede negar que fueron demasiado lejos para lograrlo.

Lee también: Mileva Maric, la mujer a la que Einstein le debe su éxito y Premio Nobel

Existen pues, en la historia, estudios que serán recordados ya sea por la crueldad de sus métodos o lo perturbador de sus hallazgos, como el experimento de la obediencia de Milgram, en el que participantes accedían a torturar a otros si una figura de autoridad se los ordenaba; o el experimento de la cárcel de Stanford, que se salió de control por la extrema crueldad entre sus participantes.

Como el experimento de la cárcel de Stanford, la psicología ha tenido varios estudios que traspasan la barrera de lo ético / Foto: Cortesía | Pexels

El experimento del pequeño Albert es conocido por ser uno de los más controversiales de la psicología debido a la corta edad del sujeto estudiado, menor de un año, y el objetivo de aterrorizarle lo suficiente para producirle fobias severas.

Un científico en búsqueda de un bebé

John Broadus Watson es un nombre de suma importancia para la psicología, se le considera como uno de los creadores de la rama conductista, una de las más importantes para esta ciencia en la actualidad; también es uno que está eternamente ligado al experimento del pequeño Albert junto a su pareja, Rosalie Rayner.

Watson y Rayner conocían los trabajos de Ivan Pavlov, famoso por sus experimentos sobre el condicionamiento: El ganador ruso del premio Nobel descubrió que cuando era hora de alimentar a sus perros estos comenzaban a salivar. Al notar esto empezó a hacer sonar una campanilla cada vez que servía la comida, intentando relacionar la reacción de la saliva con este nuevo estímulo.

En poco tiempo de repetir esta rutina de hacer sonar la campanilla a la hora de la comida, Pavlov logró que los perros salivaran solamente por escuchar el ruido, sin necesidad de presentarles alimento. Así quedó establecido lo que en psicología se conoce como el condicionamiento clásico, la noción de que los animales y humanos aprendemos a través de un estímulo que carga una respuesta.

Era el año de 1920 y Watson quería construir sobre lo encontrado por Pavlov, para él la conducta humana podía explicarse a través de los comportamientos aprendidos mediante el condicionamiento, no existían los instintos o los rasgos heredados. Para probar su teoría necesitaba un “lienzo en blanco”, una mente muy joven que pudiera condicionar a voluntad sin otras influencias externas al experimento, y un bebé era la opción perfecta para ello.

Un bebé, pensaba el investigador, no tendría influencias previas al experimento, por lo que podría condicionarle de cualquier forma que quisiera. La forma que eligió fue la de crear una respuesta fóbica, hacer que tuviera miedo a un estímulo particular y luego trasladar este miedo a objetos similares, creando una fobia en el pequeño. Al final el plan era corregir esta respuesta para “reparar” el daño causado por el experimento, pero esta fase nunca llegó para Albert.

El pequeño Albert tenía 8 meses y 26 días cuando fue seleccionado, era hijo de una nodriza que trabajaba en el orfanato Harriet Lane Home, donde estaba muy ocupada para atenderlo. John B. Watson y Rayner pensaron que resultaba perfecto dado que su madre pasaba poco tiempo con él y había recibido pocos estímulos a lo largo de su corta vida.

Creando una fobia

El pequeño Albert fue expuesto a varios estímulos para verificar si ya les tenía miedo desde antes del experimento, como animales y una fogata, a los cuales el bebé no reaccionó de manera negativa. A lo que sí resultó tenerle miedo de forma instintiva fue al ruido del fuerte golpe de una barra metálica, que hizo que el niño llorara del susto.

Con el transcurso de los meses el experimento inició oficialmente, fue cuando a Albert le presentaron una rata blanca, a la que se mostró curioso, incluso intentó tocarla. Ante esta reacción Watson volvió a hacer sonar la barra metálica, asustando al pequeño y haciéndolo llorar de nuevo. Al igual que Pavlov, los investigadores tenían un sujeto, dos estímulos y una reacción.

La primera fobia que fue "creada" en Albert fue a una rata blanca, pero se extendió a otros animales y objetos peludos / Fotos: Cortesía | Pixabay

Esta actividad se repitió varias veces, hasta que dejó de ser necesario hacer sonar la barra metálica para que el bebé se asustara, solo era necesario enseñarle la rata blanca.

La pareja de investigadores pasó de la rata a otros objetos similares, encontrando que, aunque no los hubiera visto antes, Albert ya les tenía miedo; así empezó a llorar de terror ante un conejo, un perro e incluso una máscara de Santaclaus, todos peludos y blancos, todo lo que se pareciera a una rata blanca le llenaba de miedo.

El destino de Albert

Antes de que pudiera iniciar la última fase del experimento, en la que presuntamente Watson y Rayner “curarían” de sus miedos a Albert, este fue adoptado por otra familia que se llevó al bebé lejos de ellos. Además, cuando la Universidad Johns Hopkins se dio cuenta de lo que estaban haciendo canceló el experimento y despidió a la pareja inmediatamente.

Poco se sabe con certidumbre sobre el destino del pequeño Albert después de este oscuro capítulo; una de las investigaciones sobre su paradero estima que vivió hasta el 2007 bajo el nombre de William Barger, un hombre cuya familia aseguraba que tenía una fuerte fobia a los animales peludos y coincidía con la documentación de adopciones de la época.

Otra hipótesis, más triste, es que el pequeño Albert nunca dejó de ser pequeño, ya que pudo haber muerto cuando solo tenía seis años a causa de hidrocefalia congénita, un padecimiento que también puede alterar la respuesta a estímulos sensoriales, lo que de comprobarse dejaría el experimento de Watson completamente inválido, ya que él lo realizó pensando que se trataba de un bebé sano.

La historia de la psicología como ciencia y campo de experimentación no está libre de capítulos oscuros, cuando el ser humano se ha reducido a un mero objeto para ser analizado sin consideración por las consecuencias.. Aunque algunos estudios cuestionables ayudaron al avance de la comprensión de la mente humana, no se puede negar que fueron demasiado lejos para lograrlo.

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Existen pues, en la historia, estudios que serán recordados ya sea por la crueldad de sus métodos o lo perturbador de sus hallazgos, como el experimento de la obediencia de Milgram, en el que participantes accedían a torturar a otros si una figura de autoridad se los ordenaba; o el experimento de la cárcel de Stanford, que se salió de control por la extrema crueldad entre sus participantes.

Como el experimento de la cárcel de Stanford, la psicología ha tenido varios estudios que traspasan la barrera de lo ético / Foto: Cortesía | Pexels

El experimento del pequeño Albert es conocido por ser uno de los más controversiales de la psicología debido a la corta edad del sujeto estudiado, menor de un año, y el objetivo de aterrorizarle lo suficiente para producirle fobias severas.

Un científico en búsqueda de un bebé

John Broadus Watson es un nombre de suma importancia para la psicología, se le considera como uno de los creadores de la rama conductista, una de las más importantes para esta ciencia en la actualidad; también es uno que está eternamente ligado al experimento del pequeño Albert junto a su pareja, Rosalie Rayner.

Watson y Rayner conocían los trabajos de Ivan Pavlov, famoso por sus experimentos sobre el condicionamiento: El ganador ruso del premio Nobel descubrió que cuando era hora de alimentar a sus perros estos comenzaban a salivar. Al notar esto empezó a hacer sonar una campanilla cada vez que servía la comida, intentando relacionar la reacción de la saliva con este nuevo estímulo.

En poco tiempo de repetir esta rutina de hacer sonar la campanilla a la hora de la comida, Pavlov logró que los perros salivaran solamente por escuchar el ruido, sin necesidad de presentarles alimento. Así quedó establecido lo que en psicología se conoce como el condicionamiento clásico, la noción de que los animales y humanos aprendemos a través de un estímulo que carga una respuesta.

Era el año de 1920 y Watson quería construir sobre lo encontrado por Pavlov, para él la conducta humana podía explicarse a través de los comportamientos aprendidos mediante el condicionamiento, no existían los instintos o los rasgos heredados. Para probar su teoría necesitaba un “lienzo en blanco”, una mente muy joven que pudiera condicionar a voluntad sin otras influencias externas al experimento, y un bebé era la opción perfecta para ello.

Un bebé, pensaba el investigador, no tendría influencias previas al experimento, por lo que podría condicionarle de cualquier forma que quisiera. La forma que eligió fue la de crear una respuesta fóbica, hacer que tuviera miedo a un estímulo particular y luego trasladar este miedo a objetos similares, creando una fobia en el pequeño. Al final el plan era corregir esta respuesta para “reparar” el daño causado por el experimento, pero esta fase nunca llegó para Albert.

El pequeño Albert tenía 8 meses y 26 días cuando fue seleccionado, era hijo de una nodriza que trabajaba en el orfanato Harriet Lane Home, donde estaba muy ocupada para atenderlo. John B. Watson y Rayner pensaron que resultaba perfecto dado que su madre pasaba poco tiempo con él y había recibido pocos estímulos a lo largo de su corta vida.

Creando una fobia

El pequeño Albert fue expuesto a varios estímulos para verificar si ya les tenía miedo desde antes del experimento, como animales y una fogata, a los cuales el bebé no reaccionó de manera negativa. A lo que sí resultó tenerle miedo de forma instintiva fue al ruido del fuerte golpe de una barra metálica, que hizo que el niño llorara del susto.

Con el transcurso de los meses el experimento inició oficialmente, fue cuando a Albert le presentaron una rata blanca, a la que se mostró curioso, incluso intentó tocarla. Ante esta reacción Watson volvió a hacer sonar la barra metálica, asustando al pequeño y haciéndolo llorar de nuevo. Al igual que Pavlov, los investigadores tenían un sujeto, dos estímulos y una reacción.

La primera fobia que fue "creada" en Albert fue a una rata blanca, pero se extendió a otros animales y objetos peludos / Fotos: Cortesía | Pixabay

Esta actividad se repitió varias veces, hasta que dejó de ser necesario hacer sonar la barra metálica para que el bebé se asustara, solo era necesario enseñarle la rata blanca.

La pareja de investigadores pasó de la rata a otros objetos similares, encontrando que, aunque no los hubiera visto antes, Albert ya les tenía miedo; así empezó a llorar de terror ante un conejo, un perro e incluso una máscara de Santaclaus, todos peludos y blancos, todo lo que se pareciera a una rata blanca le llenaba de miedo.

El destino de Albert

Antes de que pudiera iniciar la última fase del experimento, en la que presuntamente Watson y Rayner “curarían” de sus miedos a Albert, este fue adoptado por otra familia que se llevó al bebé lejos de ellos. Además, cuando la Universidad Johns Hopkins se dio cuenta de lo que estaban haciendo canceló el experimento y despidió a la pareja inmediatamente.

Poco se sabe con certidumbre sobre el destino del pequeño Albert después de este oscuro capítulo; una de las investigaciones sobre su paradero estima que vivió hasta el 2007 bajo el nombre de William Barger, un hombre cuya familia aseguraba que tenía una fuerte fobia a los animales peludos y coincidía con la documentación de adopciones de la época.

Otra hipótesis, más triste, es que el pequeño Albert nunca dejó de ser pequeño, ya que pudo haber muerto cuando solo tenía seis años a causa de hidrocefalia congénita, un padecimiento que también puede alterar la respuesta a estímulos sensoriales, lo que de comprobarse dejaría el experimento de Watson completamente inválido, ya que él lo realizó pensando que se trataba de un bebé sano.

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