A lo largo del tiempo, se han contado diversas versiones sobre la historia oficial del mandato de Francisco Villa, sin embargo para las familias que residen al Norte del país, este personaje fue más que un héroe nacional y ejemplo de lucha social, un asesino y violador.
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Muchos desconocen la verdadera historia, ya que hace un siglo Villa mandó a asesinar a todos los hombres de un pueblo dejando mujeres viudas y huérfanos, por lo que ahora sigue en la memoria de los pobladores como un criminal; el norte de México cuenta con cientos de relatos que ni la política, ni la historia oficial podrán desvanecer.
Una de las historias que no podrán borrar de la memoria y el corazón de los pobladores fue lo sucedido en San Pedro de la Cueva, un municipio perteneciente a Sonora, el cual de la noche a la mañana se convirtió por obra y gracia de Pancho Villa en el trágico “pueblo de las viudas”.
Cabe recordar que para esta fecha la División del Norte estaba reducida a su mínima expresión; después de la derrota en el Bajío frente a Álvaro Obregón, Villa decide replegarse hacia el norte en donde sufre nuevos fracasos que lo llevan a recorrer Sonora mientras considera su próximo paso.
Era conocido que en esta región operaran bandas dedicadas a saquear todo a su paso, por lo que organizar patrullas armadas de autodefensa se convirtió en una práctica común y necesaria entre los pobladores.
Durante la mañana del primero de diciembre de 1915, cuando los vecinos de San Pedro abrieron fuego a un grupo de hombres armados que se dirigían a la zona, estos no contaban con que se trataba de una pequeña avanzada del ejército de Francisco Villa, siendo claramente superados, los defensores del pueblo huyen, dejando muertos a cinco villistas.
Al haber transcurrido algunas horas, la agraviada fracción villista entró al pueblo bajo el mando de Macario Bracamontes, quien rápidamente encarceló a los varones del pueblo y cobró cuantiosos rescates a los más ricos.
Las madres, esposas, hermanas e hijas su reunieron para dar una explicación sobre el incidente, posteriormente Bracamontes terminó por perdonarlos y conociendo el carácter de Villa, decidió omitir el incidente en su reporte.
Sin embargo, alguien de la tropa le informa de la muerte de sus soldados, a lo que Villa reacciona enfurecido advirtiendo que llegaría “a matar a nacidos y por nacer”, además de quemar el pueblo hasta sus cenizas.
A la mañana siguiente llega Francisco Villa y ordena capturar a todos, hombres, mujeres, ancianos y niños; entre los que sumaban alrededor de 300 personas, también los mismos integrantes de la tropa aprovecharon la visita para despojar a las familias de sus pertenencias.
Cuando reunió al todo el pueblo, Villa les avisó que pasaría a todos por las armas, sin distinción de sexo, edad o condición, y agrega, frente a los rezos y suplicas de las mujeres: “Ahorita no hay quien los favorezca porque Dios está escondido en un cucurucho y nada puede hacer por ustedes”, sin imaginarlo el pueblo entero cargaba con la responsabilidad del incidente, pues no delataron a los miembros del grupo que disparó a sus hombres.
Al dar la orden, Martín Orozco y otros hombres de confianza hicieron recapacitar a su general, alegando que una matanza de esa naturaleza contra mujeres y niños traería desprestigio y repudio innecesarios a lo que quedaba de la División del Norte y al mismo Villa, es por ello que aceptó dejar con vida a las mujeres y aquellos niños sin edad para combatir, pero dejó claro lo que haría con los hombres.
Ha transcurrido más de un siglo y los habitantes de San Pedro De la Cueva no olvidan la tragedia del 2 de diciembre de 1915, ni el nombre de Andrés Avelino Flores, el joven párroco que pasó las últimas horas de su vida suplicando por la de sus feligreses y que finalmente fue asesinado directamente por Francisco Villa.
El Padre Flores imploraba clemencia, por lo que Villa accedió a que cada esposa llevara 100 pesos por el hombre que quisieran liberar y le advirtió al sacerdote que no regresara a suplicar de lo contrario no respondería por su vida.
Algunas mujeres pudieron conseguir el dinero, pero se les arrebató sin liberar a nadie; ante esto el Padre Flores insiste con Villa quien responde a golpes, saca su pistola y dispara, el padre logró bendecirlo con su mano antes de recibir dos balazos, uno de ellos en la cabeza; mientras el presbítero seguía en agonía, Villa les ordena a sus hombres que pasen sus caballos por encima del cura moribundo para cubrirlo de estiércol. En los registros de la diócesis quedó asentado el vil asesinato del Padre Flores a manos de Pancho Villa.
Si bien es cierto que a las mujeres del pueblo se les perdonó la vida, sin embargo, su tormento no acabó ahí, pues vieron como torturaban y asesinaban a sus esposos, padres, hermanos e hijos; que mientras unos soldados de Villa se encargaban del fusilamiento, los otros pasaron la noche violando a todas las mujeres sin importar la presencia de niños.
Dicha masacre continuó por horas, hasta que un coronel villista no pudo más y exigió a su general, con pistola en mano, que parara la acción, a lo que accedió a terminar el fusilamiento, dejando vivos a por lo menos 14 adultos que vivieron para contarlo, junto a un par de hombres que se habían escondido en un sótano y otro par que habían huido vestidos de mujer.
Otros pudieron correr con suerte y sobrevivieron al fingir estar muertos debajo de cadáveres mientras los villistas picaban con sus espuelas los cuerpos e iban rematando a quienes quedaban vivos.
Al día siguiente San Pedro de la Cueva amaneció como el pueblo de las viudas, de los huérfanos, de las madres sin hijos; al tiempo colocaron un humilde monumento, una placa y el imborrable trauma narrado entre generaciones, que recuerdan los cientos de crímenes y actos salvajes atribuidos a Francisco Villa mientras ventajosamente abanderaba la causa de la Revolución Mexicana.