En la esquina de Garmendia y Doctor Noriega, en pleno Centro de Hermosillo, se encuentra un negocio que ha perdurado a través del tiempo y que, a pesar de la modernidad, ha logrado mantenerse activo durante casi cinco décadas.
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“El negocio tiene aproximadamente 48 años, mi mamá fue la que lo fundó. Nos dedicamos a la reparación de calzado, ya sea de tapitas, pegar, coser suelas, costuras en bolsas, zippers, cualquier cosa que tenga zipper; venta de material, si ustedes lo quieren arreglar o darle el servicio de limpieza”, explicó para El Sol de Hermosillo, Alejandro Portillo.
Desde hace tres años el joven se hace cargo del negocio familiar, Reparación de Calzado Valenzuela, junto a sus compañeros Rafael Córdova y Luis Enrique, quienes se han dedicado al oficio de zapateros desde hace más de 25 años.
Sus padres aprendieron a reparar zapatos desde pequeños, cuando aún se enseñaba en algunas escuelas; además de que trabajaron en algunas fábricas de zapatos. Fue así como, con el paso de los años decidieron abrir su propio negocio.
Un oficio en peligro de extinción
Al negocio de Alejandro le va bien, principalmente por la ausencia de otros zapateros y talabarteros en la ciudad, ya que cada vez son menos y el oficio tiende a desaparecer al igual que muchos otros que solían ser muy frecuentados por la ciudadanía.
“El oficio, al igual que los sastres está en peligro de extinción, ya no hay tantos zapateros, se batalla para tener un zapatero y si lo hay no muchos son de calidad; antes había escuelas de zapatero, pero ese oficio ya lo quitaron, y ahora es algo que ya va en peligro de extinción”.
Mencionó que otra de las limitantes es que el calzado que se utiliza hoy en día está diseñado para ser desechado en poco tiempo, por lo que las personas suelen comprar un nuevo par de zapatos antes que repararlos.
Sin embargo, las zapatillas y los bolsos, así como las botas vaqueras siguen siendo los productos que más reciben para hacer reparaciones.
“Sí nos va bien, siempre hay demanda porque como ya no hay tantos zapateros, a veces sí nos rebasa el trabajo. Aunque haya zapatos de mala calidad, de todos modos, viene la gente y trae a reparar calzado, bolsas o mochilas. Antes eran mucho las suelas vaqueras; zapatillas siempre nos traen, también para arreglar costuras en bolsas”.
Manos artesanas
Don Rafael lleva 30 años en el negocio; la reparación de calzado la aprendió del maestro Francisco ‘Paco’ Saavedra, y es el único de su familia que se ha dedicado al oficio, donde lo que más disfruta es reparar calzado.
“Reparar las botas, ponerles suela, cambiarles el cerco, todo”.
Reparar un calzado le puede tomar entre dos y tres horas, dependiendo la dificultad que tenga. A lo largo del día suele arreglar entre ocho y diez botas o zapatos. La piel de lagarto es de las más duras para trabajar, dijo.
Por otro lado, Luis Enrique se enfoca en los productos que requieren un toque de pintura, donde el tono café y el negro son de los más utilizados para todo tipo de artículos como chamarras, bolsas, botas, zapatos, tenis, entre otros.
“Pues para mí el color más fácil para trabajar es el negro porque se batalla menos. Pero todos los colores son bonitos. De hecho, se hacen las combinaciones de color para que te den los tonos exactos. Igualamos colores, más bien; si nos traes una muestra igual te la hacemos”.
Mantenerse en pie
Alejandro Portillo es el integrante más joven de su familia que se dedica al negocio y espera poder mantener en pie el oficio por muchos años más. Una de las cosas que más disfruta es el olor de las pieles, de la vaqueta, pues siempre le trae buenos recuerdos de su infancia y el negocio de sus padres.
Por ello invita a quienes requieran de alguna reparación y algún tipo de producto, para que acudan a buscarlos.
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“Aquí pueden encontrar cualquier producto para su calzado, como cordones, plantillas; tenemos diferentes modelos, de piel, de aumento, para pie plano; pintura de cualquier color o grasa, crema para bolear, cepillos, todo lo que necesiten para el calzado lo tengo aquí, botones para pantalón, broches, todo”.
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