¿Cultura de la cancelación? Para algunos este término es un atentado en contra de la libertad de expresión, para otros es la única forma de obtener justicia, pues usualmente se acusa a personalidades en una posición privilegiada.
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Que alguien pueda perder su trabajo o su influencia por una denuncia o acción inapropiada, a cierto sector le parece escandaloso o exagerado, sin embargo para los grupos minoritarios o desfavorecidos, esto es un ejercicio de contrapoder, pues las instituciones no suelen representarlos o si lo hacen, es en circunstancias desiguales.
Esta justicia en manos de las minorías ha sido útil para cambiar la perspectiva social, generar una conversación, poner en la mira pública una gran cantidad de injusticias históricas, pero de ninguna manera debe ser entendida como la culminación, ya que muchas de las personalidades “canceladas” siguen ejerciendo su profesión o poder, pues no hay un proceso legal sólido en contra de ellas.
Ejemplo de lo anterior son los casos de Kevin Spacey, Woody Allen o Roman Polansky (por mencionar algunos). El primero, actor ganador de dos Oscar que tras ser señalado por múltiples abusos sexuales, tiene un nuevo proyecto en Europa. El segundo, un poderoso director es acusado de abusar de su hijastra durante años, pero no tiene ningún proceso judicial firme.
Polansky es un poco diferente, el cineasta huyó de Estados Unidos a Europa en 1978, luego de admitir una violación de una niña de 13 años, desde entonces se hicieron varios intentos de extraditar al director, no hubo ningún resultado.
En junio de 2017 la víctima de Polansky solicitó que se cerrara el caso, pues ya quería dejar ir ese capítulo de su vida, por el bien de ella misma y su familia.
Como se puede observar, es un ejemplo de hasta dónde llega y hasta dónde no la cultura de la cancelación, pues estas tres personalidades eran grandes de la industria cinematográfica.
Por otro lado, tenemos los dos casos de Harvey Weinstein o Bill Cosby, cancelaciones importantes que a base de múltiples voces reconocidas, fueron procesados y declarados culpables de múltiples violaciones y acoso sexual.
En otras situaciones sin duda hay un desplome de popularidad, tal es el caso de la reconocida autora J. K. Rowling cuando publicó un tuit donde se burlaba de la expresión “persona menstruante” en vez de “mujer”.
Después de la polémica, la escritora continuó “Si el sexo no es real, no hay atracción por personas del mismo sexo. Si el sexo no es real, la realidad vivida por las mujeres a nivel mundial se borra. Conozco y amo a las personas trans, pero borrar el concepto de sexo les quita la capacidad a muchos de discutir sus vidas de manera significativa. No es odio decir la verdad”.
A la creadora de Harry Potter la tildaron de transfóbica y en redes sociales llamaron a hacer un boicot en su contra y a su obra. En julio, publicó junto a 150 académicos y escritores, una carta abierta defendiendo el “debate abierto”. Estadísticas señalaron que hubo un desplome en las ventas de los libros. Sin embargo al final las consecuencias fueron menores: una librería australiana retiró sus libros.
Mientras no haya canales de justicia que garanticen sentencias para aquellos en posiciones de poder, la cultura de la cancelación seguirá existiendo. El caso de Rowling es más un asunto moral, donde depende de la población qué consumir y legitimar. Sin embargo, los otros nombres vistos en este artículo, son personas que deberían estar en prisión pero supieron servirse del sistema para zafarse o prolongar su abuso por mucho tiempo.