Como parte de la tradición para los creyentes católicos, en la víspera del Día de la Virgen de Guadalupe, miles de peregrinos caminan junto a la carretera a Guaymas, por la salida sur de la capital sonorense, hasta llegar al Cerro de la Virgen. Van en grupos, grandes y pequeños, a veces entre familiares, otras entre amigos, incluso hay quienes caminas a solos.
El motivo de su peregrinaje puede importar mucho o poco, depende de a quién le pregunten. Lo cierto es que es en gran parte la devoción a la imagen de la Virgen de Guadalupe lo que mueve sus pies y los hace llegar a las faldas del cerro, donde la música, las luces y la celebración inundan los sentidos.
Sin embargo, para cumplir con sus mandas de milagros o con el fin de renovar su fe hacia La Guadalupana, los que peregrinan cruzan kilómetros para llegar hasta su destino, colmados de sueños e ilusiones, mientras siguen la ruta que año con año han cruzado.
Lee también: Día de la Virgen: Rancho El Sapo conserva una figura de un siglo de antigüedad
Pero no todos los que están a la orilla de la carretera son peregrinos. Hay quienes se encargan de aligerar su trayecto con agua, con un chocolate caliente o un atole de galleta, incluso algunos bocadillos, como Graciela Romo González, quien señala que ayudar a los peregrinos en su camino, es parte de su gratitud hacia la Virgen del Tepeyac.
“Tengo 17 años que vengo a dar chocolate o aguas, dependiendo de mi posibilidad también, pero sí trato de venir año con año, antes venía a caminar, pero ya no puedo. Hace seis años que ya no, pero incluso venimos seguido a pesar de eso. Yo tengo un hijo que cumple 17 años y se lo prometí a la Virgen, que, si me daba a mi hijo, yo vendría todos los años”, dijo.
A su hijo y su mayor milagro, como afirma, lo nombró Alejandro Guadalupe y, desde la colonia Jacinto López, llega junto a su esposo desde las 19:00 horas y, a la orilla de la carretera esperan a los peregrinos hasta que se acabe el chocolate o el agua que regalen.
“Se me ha hecho mucho movimiento este día, incluso el número de personas que vienen a regalar, se me hace muchísimo el número. El año pasado que venimos estaba más tranquilo en cuestión de las personas que venimos a regalar, pero ahora veo muchísimo movimiento”, agregó.
Asimismo, Sonia Arizmendis lleva alrededor de 10 años regalando a los peregrinos un plato de menudo caliente que les reconforte en su viaje hacia el Cerro de la Virgen, como gratitud.
“Casi siempre llego a las 7:00 de la tarde, traemos agua y champurro, pero el menudo yo creo que nos dura pasadito de la media hora, las dos hoyas se van. Traemos 100 vasos de medio litro y todos se van, nada se queda”, relató.
Para ella, es un pequeño, agradecimiento a la Virgen por las pequeñas cosas que se cumplen durante el año y puede que alguno ni siquiera sea consciente de eso.
“Siempre pedimos y se nos olvida dar gracias… Se me hizo muy poca la gente, a estas horas ya pasaba demasiada gente, pero ahorita no se me ha acabado el agua y la soda, pero en otros años todo se iba muy rápido… Pero ahora hay muchísima gente dando agua, comida, se puso una señora enseguida regalando galletas y donas, y nosotros con el chocolate, pues se combinó muy bien”, mencionó.
Mientras tanto, los peregrinos continúan en su viaje hacia el cerro, con los ánimos recargados, pues les hará falta para cumplir con la manda.
Al llegar a las faldas del cerro, el ambiente es de fiesta. Los juegos mecánicos, la música, los juegos de feria, comida en abundancia y algunos truhanes que disimuladamente beben su cerveza, procurando no ser vistos. Quizá no todos quieren verlo así, pero los realmente devotos, saben que la celebración está arriba, a varios metros de altura, a donde se llega subiendo 187 peldaños, a los pies la imagen, para muchos, compasiva e imponente de la Virgen de Guadalupe, inmortalizada en un mural pintado en 1950.
Recibe noticias, reportajes e historias directo a tu celular: suscríbete a nuestro canal de WhatsApp
También hay quienes no pueden subir y se quedan en la misa que se realiza en una de las capillas ubicadas en las faldas del cerro. Quienes deciden hacerlo, observarán las lozas con inscripciones de agradecimiento a la virgen. Llegan a la cima y encienden una veladora, dejan unas flores. Se arrodillan, hay quienes rompen en llanto, hay quienes susurran cabizbajos, pero esperan que sus palabras sean elevadas, que sus peticiones y angustias sean resueltas, o bien, que su gratitud llegue a oídos de su adoración.
Abajo, las luces siguen brillando y la música resuena con menos fuerza, pero los devotos y peregrinos que llegan a encender otra veladora a los pies de la virgen, se persignan y se abrazan prolongadamente cuando se da la medianoche del 12 de diciembre, el Día de la Virgen de Guadalupe.
¡Regístrate y accede a la edición digital de nuestro semanario