La mayoría de los sonorenses que consumen carne de res, quienes contribuyen a difundir su fama y cuando es posible hasta la transportan a otras ciudades para compartirla, deben conocer la historia de quién y cómo lo hizo posible.
Antonio Muro Reveles, nació en Villanueva, Zacatecas en 1923; fue un hombre trabajador y visionario, de los que ahora llamamos de la cultura del esfuerzo, quien desde muy joven comenzó a trabajar, y así fue como inició la historia del oficio que lo hizo emprendedor a miles de kilómetros de su ciudad natal.
Su historia
Fue el segundo de tres hijos; su padre, Jesús Muro, fue un hombre estricto quien le enseñó a contribuir a la economía familiar y a trabajar en donde tuvieran oportunidad; fue así que Antonio se incorporó a aprender y ayudar en la matanza y destace de reses en el patio central del Palacio Municipal de Villanueva. Tenía 17 años.
La búsqueda de mejores oportunidades lo hizo llegar a Hermosillo, donde fue empleado de Boliches Pitic, que se encontraba en la curva del Bulevar Rodríguez que conduce al Luis Encinas.
Su hijo Arturo Muro Dávila, compartió que don Antonio estudió seis años de educación básica, aprendió inglés, era autodidacta y “era muy bueno para leer”. Estas aptitudes fueron vistas por el dueño del boliche, un señor de apellido Astiazarán, quien no solo estaba pendiente de las necesidades de la alta sociedad hermosillense y algunos norteamericanos que tenía como clientes, sino también del trabajo de sus empleados y vio en nuestro protagonista su potencial para destacar.
Al ver su desempeño, le preguntó si le gustaría tener un negocio propio y le ofreció un préstamo de palabra; don Antonio le confesó que había visto un expendio que vendía productos de la marca Mezquital del Oro y que le gustaría tener uno.
Llegó a la independencia
El señor Astiazarán se ofreció a contactar a los dueños del expendio que hablaban porque se trataba de una marca establecida; el negocio mencionado se encontraba frente a la escuela primaria Leona Vicario en el Centro y los dueños, de apellido Gutiérrez, también eran originarios de Zacatecas, donde hay una población con el nombre Mezquital del Oro.
Se hicieron los acuerdos y el patrón preguntó a Antonio qué necesitaba para materializar su negocio, la respuesta fue una vitrina y un localito. Fue así que con estructura metálica y láminas de asbesto, facturadas en 1964, comenzó a hacerse realidad su deseo.
Él quería vender pollo, huevo y carne de una marca específica, y eligió la acera oriente de la calle Monteverde entre Rafaela Rodríguez y José María Mendoza, para abrir el Expendio Mezquital del Oro # 2.
En ese lugar, donde ahora hay un negocio de fotografía, una relojería y otros establecimientos solo existía Billares El Cairo, y el dueño de todo el terreno le rentó una fracción del gran baldío que poseía para construir el local.
Antonio Muro tenía el permiso, el lugar, la estructura, la posibilidad de crecer y un muy buen patrón que lo impulsó a independizarse.
Lo que ahora identificamos popularmente como Mercado # 2, o “el mercadito”, al principio era una yarda, “como una central de abastos a donde llegaban los tráileres que venían del sur del país con fruta y verdura y ahí se estacionaban y vendían directamente, como es ahora el Francisco I. Madero”, explicó Arturo Muro.
Alrededor había diversos comercios que han ido desapareciendo en casi sesenta años, como la botica La Moderna, la Ferretería Matamoros, la maderería con el mismo nombre y una bodega muy grande de papas, entre otros.
“Mi papá instaló un negocio en la Monteverde entre Rafaela Rodríguez y José María y pidió permiso a los dueños del expendio que había porque él quería vender sus productos, que eran huevos, pollo en partes, asado, rostizado, de muchas formas; vísceras de esa marca, después fue la leche, chocolate, paletas súper famosas eran una delicia: tres sabores -fresa, vainilla y chocolate-, pero no hay nada que se les compare”, detalló el entrevistado.
Un emprendedor apoyado por su familia
Arturo Muro tenía cinco años cuando comenzó la historia de independencia laboral de su padre y de su familia, ya que sus hijos, de la manera en que su edad se lo permitía, contribuían con las actividades del negocio.
Recordó que cuando su padre instalaba el expendio, como todavía lo identifican algunos de sus clientes de antaño, también “era el inicio en la Costa de Hermosillo, del poblado Miguel Alemán; habían construido el IMSS y no había negocios”, recordó.
Aprovechando esta oportunidad, los hijos mayores de Antonio Muro -Jesús, Antonio y Manuel-, diariamente cargaban un pick up Dodge Fargo que tenían, le ponían racas para tener mayor capacidad y lo llenaban con hieleras y cajas de pollo, huevo y carne, “iba súper rebasado; madrugaban hasta allá y regresaban en la tarde sin nada”, detalló.
Se instalaban a un lado de la carretera, a donde comenzaban a llegar los carros de los campos con patrones y trabajadores que compraban mercancía a diario, y siempre se les terminaba.
En ese tiempo, Bahía de Kino solo era una colonia de ciudadanos norteamericanos, le llamaban Kino bay.
Mientras que en Hermosillo, los más chicos ayudaban a empacar, como vendían pollos vivos, los cuidaban y revisaban cómo estaban, limpiaban y les ponían agua. En la escuela a los más pequeños les decían “los pollitos”.
Antesala a la modernidad
Mientras el expendio de don Antonio prosperaba en la acera de enfrente, el 5 de julio de 1965, el presidente municipal Roberto Astiazarán Espinoza anunció la construcción del nuevo mercado, donde se encontraba la yarda; sería el segundo mercado de la ciudad pues ya estaba el Mercado Municipal # 1 en el Centro de Hermosillo.
“Veinte días después del anuncio, el Presidente Municipal murió de un infarto; por eso, al terminar la construcción se le puso Mercado Municipal Roberto Astiazarán”, señaló Muro Dávila.
Se inauguró el mercado y don Toño rentó tres locales, uno por la entrada norte, otro en la puerta sur y el puesto número 20, en ellos puso dos carnicerías y una refresquería. Era un mercado muy moderno, muy vivo, con demasiada actividad pues la gente del norte y del poniente ya no se dirigía hasta el centro de la ciudad.
El hijo de Antonio Muro recordó que en 1967 el gobernador Faustino Félix Serna y su secretario de Ganadería, Alfonso Reyna Celaya, tuvieron la visión de impulsar la ganadería a la par de la agricultura.
Se comenzó a programar la engorda de ganado y a ver la posibilidad de vender cortes tipo americano, por lo que se prepararon los corrales, la planta donde se sacrificarían las reses, se capacitó a gente para la clasificación en Tucson y Phoenix y se buscó a interesados en aprender este tipo de corte.
En agosto de 1969 se inauguró el programa de clasificación de carne, se realizaría una frigorífica y una empacadora en Sonora, que estaba donde hoy es plaza El Patio; se pusieron los corrales de engorda y se mandaron hacer a Chicago los sellos de carne de alta calidad Sonora, además de buscar a quien quisiera integrarse al plan piloto, y don Antonio Muro estuvo interesado.
Ofreció la carnicería que atendía su hijo Jesús, la de la entrada sur del Mercado # 2, misma que fue transformada ya que tuvo que adecuarse con paredes de azulejo blanco, nuevas vitrinas, muy luminosas, donde se usaba la sierra y no una hacha y había que vestir con uniforme blanco y casco del mismo color.
“Lo recuerdo todo perfectamente, todo, todo”, expresó Arturo.
Así comenzó el proceso de clasificación de carne y el 10 de abril de 1970 fue inaugurada en el mercado Roberto Astiazarán la primera súper carnicería, la Súper Carnicería Muro, concepto con el que se distinguían de los negocios que venían producto de campo.
En esa fecha entregaron a Antonio Muro Reveles el permiso para la inauguración y operación, por parte del Teniente Coronal Arturo Quiñones Adame, de la 4ta. Zona Miliar.
Ese día se inauguró la primera súper carnicería de todo México, porque el programa piloto no fue solo en Sonora; luego, ese mismo día, se fueron a inaugurar la Súper Carnicería Castellanos, en el Mercado # 1, y después la Súper Carnicería Mange en Veracruz y Enrique García Sánchez. Esta última fue la que su foto salió publicada en la prensa.
Comenzó la venta de la carne clasificada en todo el país. Para el programa piloto se eligió Sonora por su cercanía con Estados Unidos; las diferencias de este tipo con la carne de campo es que para esta última se mataban las reses en el rastro municipal, donde ahora están las oficinas de la Unión Ganadera, se cortaba en dos partes y le llamaban medios canales.
“Los carniceros se la echaban a la espalda, cargaban media res, ¡era impresionante, imagínate, calcúlale unos 150 kilos arriba!”, señala Arturo Muro.
En cambio, con la carne clasificada se cortaba el canal en cuatro partes: dos paletas y dos partes traseras, y cada carnicero sacaba los cortes: el lomo, el t-bone, el sirloine, el rib steak; todo lo que ahora venden en cajas.
El entrevistado señaló que actualmente es más fácil tener carnicería porque compras lo que vendes más y no hay mermas ni tienes que congelar lo que se va quedando; mientras que con la carne de campo a veces había que comprar la res que iba a sacrificarse en el rastro y vender todo.
Arturo Muro comentó que la gente cree que la carne de Sonora siempre ha sido famosa por su calidad y sabor, pero antes de la clasificación era mejor la carne de Veracruz, Tabasco, Puebla, Tamaulipas, de todos los lugares donde hay mucha lluvia y mucho pasto.
Además, el proceso de aceptación -al menos en Hermosillo- no fue inmediato, la gente veía las vitrinas iluminadas y los cortes y se reían y se asustaban, decía que era cara y grasosa, y los clasificadores comenzaron a enfrentarse a la merma, a tener que congelar y, en el caso de Antonio, a la necesidad de buscar nuevos clientes.
Recorrió el sur del país, comenzó en Mazatlán y terminó en Cancún, visitó hoteles y restaurantes, hasta que colocó los cortes en los hoteles Camino Real, Las Brisas (famoso porque Ringo Starr le compuso una canción), Hilton y otros negocios reconocidos.
Entonces se terminó el problema de la merma y Antonio Muro comenzó a enviar por avión cargamentos de hasta media tonelada diaria, dependiendo del destino del vuelo; ¡y tuvo que comprar cortes, con lo que podía ser su competencia para completar sus pedidos!
Luego, llegó la competencia más onerosa, el pez grande se comió al chico y los empresarios que tenían los recursos y vieron la oportunidad de acrecentar su capital invirtieron en restaurantes, en sus propios corrales, cría, engorda y comercialización del producto. Llegaron las marcas Valmo y Carranza.
Pero el trabajo, el esfuerzo y el sueño materializado del jovencito que aprendió el oficio fue posible; sus negocios fueron tan buenos que hasta la esposa del gobernador Luis Encinas los frecuentaba y compraba cortes finos.
Don Antonio Muro murió en 1983 con la idea de que todo es posible si se trabaja para lograrlo.
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