La Navidad no recuerda a los fantasmas que acampan a las afueras de la ciudad sobre las vías del ferrocarril, rostros sin expresión estacionados en chozas harapientas esperando la oportunidad de ganar unos pesos que mitiguen la miseria durante unos segundos.
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Juan Cortés Izaguirre pertenece a este clan y cada día espera el transporte que habrá de reclutarlo para emprender labores en la pizca de uva o cargando bolsas de fertilizante de 50 kilos para ganar unos 500 pesos, sin embargo el trabajo nunca es una garantía.
A sus 50 años de edad, el hombre proveniente de Sinaloa indicó sin un ápice de tristeza en su voz que pasará la Nochebuena y Navidad de la misma forma que lo ha hecho durante los cinco años que ha permanecido en Hermosillo: vagando por la calle.
Pese a la resignación que implica el vivir permanentemente en la desesperanza, Juan señala que cada año se acercan organizaciones civiles para brindarles comida durante las fechas decembrinas, por lo que no todo está perdido.
“Se la pasa feliz uno porque mucha gente viene a regalar aquí, de perdida le regalan comidita a uno, en eso está esperanzado uno nomás porque si no fuera así anduviera muriendo de hambre uno aquí, pero gracias a Dios hay gente bondadosa”, manifestó.
A pesar que en Navidad los albergues de la ciudad estarán abiertos para quien desee llegar, el hombre descartó el poner pie en alguno durante la fecha, pues no tiene interés en permanecer en un sitio donde se le impida fumar marihuana.
El principal problema que atraviesan los hombres como él no es muy diferente al que enfrentan las personas con hogar, según relata, pues la inseguridad no hace distinciones; todo el tiempo debe mantenerse alerta, a veces sin siquiera dormir.
Tan sólo hace unas semanas asesinaron a un indigente en las mismas vías del tren, hecho que mantiene alerta a la población del campamento, quienes esbozan sonrisas cordiales para ocultar su inquietud al respecto.
Juan vino a parar a Sonora luego de ser deportado de Estados Unidos tras pasar 11 años en prisión por conducción bajo el influjo del alcohol, allá dejó a tres hijos, dos mujeres y un varón, mismos que tuvo con tres mujeres distintas.
De acuerdo con su testimonio, él podría volver cuando quisiera a su hogar de origen en Los Mochis, no obstante la idea de encontrarse nuevamente con su padre, quien debería tener entre 70 y 80 años de edad, lo embarga de pena, pues no puede permitir que su progenitor lo vea en ese estado.
“Yo sé que le daría gusto (verme), ¿a qué padre no le daría gusto? Pero como quiera yo sé que a mi padre Dios me lo va a cuidar”, argumentó para descartar el reencuentro, mientras miraba las líneas paralelas de metal extenderse hacia Sinaloa.
La historia de Juan, tan calamitosa como es, es sólo una de un incontable cúmulo de narrativas que convergen a las afueras de la ciudad, donde los hombres esperan con mochilas el llamado del trabajo mientras combaten el frío con fuego mal logrado.
En ese lugar, la Navidad es cualquier otro día.