Sonora se distingue por sus fiestas tradicionales y la vida ceremonial de su gente, tanto a nivel nacional cómo en Latinoamérica, ya que cuenta con representaciones comunitarias, no teatrales, de las etnias del estado sobre la Cuaresma y la Semana Santa, principalmente entre los grupos indígenas Yaqui y Mayo.
Como históricamente se conoce, la Cuaresma es una representación de la pasión de Cristo, y es resultado de la evangelización iniciada por los sacerdotes jesuitas en Sonora hace 300 años.
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Estas tradiciones, lejos de ser una fiesta, como muchos manifiestan, se trata de una conmemoración religiosa que es vivida intensamente llena de ritos y símbolos que se respetan con fervor.
Sin embargo, estas tradiciones han ido presentando cambios o modificaciones, motivados o empujados por la aculturación entre los yoris (el hombre blanco o no yoreme) y los descendientes de las etnias originales, lo cual ha permitido, durante las últimas décadas, cierto grado de flexibilidad.
Tonatiuh Castro Silva, investigador de la Dirección General de Culturas Populares, Indígenas y Urbanas, de la Secretaría de Educación y Cultura (SEC) de Sonora, explicó que algunas partes de estos rituales religiosos han tenido transformaciones, tanto en reglas o prohibiciones, así como en elementos físicos de la vestimenta de quienes integran la cuaresma, como es el caso de los fariseos o como se les conoce entre los Yaquis, “los chapayecas”, quienes salen a las calles, para cumplir mandas, cada miércoles de ceniza.
Explicó que los hombres que se vuelven chapayecas fariseos en Cuaresma, son gente normal, con un trabajo, familia, que ven televisión, usan la tecnología, pero con un profundo sentido de pertenencia a sus tradiciones, por lo que, llegado el momento, piden permiso en sus trabajos para ausentarse por cuarenta días; pueden darles permiso sin goce de sueldo, pero también la gran mayoría renuncian para poder cumplir con su manda, porque para ellos es más importante la vida ceremonial.
Castro Silva, quien lleva más de 30 años observando y estudiando los usos y costumbres de las etnias en Sonora, señaló que los chapayecas representan a la vez a dos grupos que menciona la liturgia, los fariseos que eran la élite religiosa y a los soldados romanos.
Ataviados con tenábaris, cinturones de carrizo y cobijas, los fariseos en la capital sonorense portan además un accesorio que cada año es diferente y original, pero que llegado el tiempo debe ir a las llamas, una vez cumplido el cometido de la manda.
Se trata de la máscara que en el caso de las etnias Mayo y Yaqui tienen rasgos diferentes.
En lo que respecta a Mayos, originalmente se caracterizaba por ser de piel, con pelos de animal, y un rostro con grandes orejas puntiagudas, mientras que las máscaras Yaquis son un tanto diferentes.
En el caso de la cultura Yaqui las máscaras son elaboraciones plásticas por completo, se crea un personaje y en los últimos 25 años se observan pocas elaboraciones tradicionales, de hecho se convierten en casos extraordinarios.
El especialista indicó que estas máscaras tradicionales se caracterizan por tener pelo, como la de los Mayos, pero con un rostro con mayor aditamentos que crean una boca gruesa y la nariz más prominente, de madera de chilicote y llevan también grandes orejas pintadas con flores rojas, como recordatorio de la sangre que derramó Jesús en la Cruz sobre los soldados romanos.
“Sí se pueden observar estas máscaras tradicionales en los pueblos Yaquis, allá (Cajeme) sí es común, pero acá en Hermosillo se ha venido alterando, entonces ahora nos encontramos con personajes mediáticos que nos recuerdan personajes de caricaturas, películas, personajes políticos públicos”, dijo, creaciones que son elaboradas por jóvenes artesanos abocados a la Cuaresma, que son vecinos de los barrios a los que pertenecen los fariseos, creándose así un nuevo oficio que antes era innecesario, pues el chapayeca debía elaborar su atuendo.
Con esto, la vida ceremonial ha elevado su costo, expresó el investigador, ya que además de la inversión general que hace la comunidad para la ceremonia, está el aspecto individual y pagar o conseguir su propio ajuar, para lo cual se preparan a lo largo del año.
“Se van preparando durante todo el año, los tenábaris es costo por metro, el pantalón y la camisa blanca, la máscara es lo más costoso y el cinto también, esto en caso de que no lo elaboren ellos mismos, podemos hacer un cálculo de la inversión individual que debe ser alrededor de 5 mil pesos, dependiendo de la sofisticación de la máscara”, apuntó.
Pese a lo elevado del costo, año tras año lo realizan; esto sumado a que al final de la Cuaresma deben quemar todo su ajuar, pues según sus creencias, de no hacerlo, el mal los perseguirá el resto del año, afectando tanto a ellos, como a su familia.
“Con el paso del tiempo ha cambiado, se ha relajado, entonces ya se tolera no quemar algunas partes del ajuar como los tenábaris, algunos cinturones, lo que si se quema invariablemente es la máscara, es impensable que un chapayeca la conserve porque incluso toda la comunidad está viendo el ritual y hay cierto disfrute porque esta parte representa, lo que en términos teóricos/antropológicos, es el cierre del ciclo ritual”, señaló.
Cualquier persona puede acudir a ver estos rituales que realizan en las tradicionales ramadas o “contis”, pero debe de realizarlo con respeto, seriedad y sólo observando lo que para los fariseos es una ceremonia religiosa.