/ viernes 18 de octubre de 2019

HMO Cuéntame tu historia | Hermosillo… siempre Hermosillo

Cuando muera quiero llevarme en los ojos la belleza sin par de sus atardeceres, que aún perduran, en el olfato el dulce aroma de azahares

“Como un remanso tranquilo, un breve momento de reposo dentro del tráfago de las crisis, de las estridencias políticas y de las preocupaciones de la vida diaria, le ofrezco a usted estas remembranzas de la ciudad que me tocó vivir, cuando Hermosillo era joven… y yo también”

Cuando muera quiero llevarme en los ojos la belleza sin par de sus atardeceres, que aún perduran, en el olfato el dulce aroma de azahares que alguna vez llegó a resultar realmente embriagador, y en la mente el recuerdo de la alegría y sencillez de su gente, lo mejor que Hermosillo siempre ha tenido en cualquier época.

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Quiero llevar conmigo, empaquetados junto con mis sueños, todos los recuerdos que el Supremo Hacedor me permita, entre los cuales ocupan un lugar preponderante los años dorados de mi juventud, cada vez más lejana y por lo tanto más preciosa. Esos años fueron los de la década de 1950 a 1960. Diez años durante los cuales Hermosillo dejó de ser un pueblo grande para empezar a convertirse en la ciudad moderna y en pleno desarrollo que hoy es. Fueron quizá los últimos de paz, tranquilidad y convivencia armónica. Hoy la situación es totalmente diferente, los problemas se han multiplicado y Hermosillo ha crecido enormemente, pero no es una ciudad tranquila, ordenada, y amable.

Una importante característica del Hermosillo de entonces era su limpieza. Nuestra ciudad llegó a ser considerada por un largo período de tiempo la ciudad más limpia de México. Empezaban a pavimentarse muchas de sus viejas calles y callejuelas, pero quedaban aún muchas calles de terracería que, al ser regadas todas las tardes por las pipas del Ayuntamiento, despedían un rico olor a tierra mojada. Tardes que luego se convertían en noches serenas y estrelladas, muy frecuentemente amenizadas con las serenatas que los novios les llevaban a las novias.

Otra característica era la hospitalidad que se ofrecía a los visitantes, y la forma sana en que los hermosillenses vivían su vida en aquellos años. La alegría era el sello y siento que aún hoy que tanto han cambiado las cosas, el hermosillense —nativo o adoptivo— sigue siendo gente alegre, despreocupada y sencilla… hasta cierto punto. Antes no existía ese condicionante “hasta cierto punto” que pone un freno a las visiones más optimistas.

Al iniciar la década de los cincuenta yo iba camino hacia mis quince años —¡Imagine usted nada más!— Al borde de lo que llaman “la flor de la vida”, mis preferencias eran la música y el baile. Mi papá —que en su juventud fue un gran bailarín, aunque usted lo dude— me enseñó la forma clásica de bailar, deslizándose por la pista haciendo que los hombros se mantuvieran siempre a la misma altura, en una perfecta línea horizontal. “Se baila con los pies y las piernas, y ahí está el secreto del buen bailarín” me decía. Luego se empezó a poner de moda el contoneo, los zangoloteos, el “perreo” y toda esa gama de contorsiones procaces que algunos consideran baile, pero que de acuerdo con los cánones clásicos no lo es.

Los carnavales fueron durante muchos años un evento esperado con ansia por los hermosillenses de ayer. Fueron la fiesta de las fiestas en nuestra ciudad y, aún después de tantos años de haber desaparecido, muchos viejos hermosillenses suspiramos con nostalgia al recordarlos. Así como Guaymas tenía sus Fiestas de la Pesca y Nogales sus Fiestas de Mayo, Hermosillo tuvo sus carnavales… ¡Y qué carnavales, amigo lector! Días de bullicio, bailes, mascaritas por las calles, paseos de carros alegóricos y toda clase de eventos que culminaban con la quema del Malhumor y el baile de coronación de la reina. Si mal no recuerdo la reina del último carnaval fue Puppy Cubillas, hoy de Larrínaga, que se impuso en una cerrada votación a Isela Vega, que tiempo después llegara a ser estrella de cine.

Nuestra generación —y las de un poco antes y después— se agrupaban en clubes sociales, a veces integrados por puros hombres, a veces solamente por chicas, y también hubo diversos clubes mixtos. No importaba la forma, lo que importaba era organizarse para compartir momentos de alegría y sana diversión, y en ocasiones para realizar obras de beneficio social. Esa interesante forma de asociarse y de convivir, ha desaparecido irremediablemente. Es otra de las cosas que el viento se llevó.

Los primeros clubes de que tengo noticia son el “Club de las Ondinas” y el “Club de la Costura”, obviamente ambos de puras señoritas. El de los muchachos fue el “Club Marino”. Estos clubes existieron en la década de los 30 del siglo XX. Tiempo después y más o menos en forma cronológica de aparición llegaron el “Club Tribilín”, el “Blue Moon”, el “Glú-Glú” (el grupo al que yo pertenecí y pertenezco), el “Jaeac”, el “Jacaranda”, el “Skokiaan”, el “Aqua”, el “Imperial”, el “Amper”. Hubo algunos muchos otros que lamento no recordar porque yo ya me había ido a estudiar fuera, y solo venía a mi casa a pasar vacaciones.

A mi generación en el Tec de Monterrey (1956-1961) le tocó organizar las primeras Convenciones de Estudiantes que tenían un formato completamente diferente al de hoy. Eran Convenciones más cortas y menos aparatosas. La primera de ellas fue, desde luego, aquí en Hermosillo. En aquellos años la Aesmac se componía exclusivamente de estudiantes del Tec de Monterrey.

En aquella época hice mis primeros “pininos” en el periodismo, dirigiendo el Boletín de la Aesmac (que circulaba exclusivamente entre los sonorenses que estudiábamos en el Tec y sus familas). Escribía ahí una columna que llamé “Sopa de Víbora” bajo el seudónimo de Míster O’di Oso, y ya desde entonces empecé a ganarme mis primeros enemigos por las bromas que en ese espacio les jugaba a mis compañeros de generación… botana pura… ¡Qué tiempos aquellos!

El Casino de Hermosillo era nuestro cuartel del baile. Ubicada en la esquina de las calles Comonfort (o Callejón del Burro) y Dr. Pesqueira, la vieja “Muralla” fue testigo de infinidad de noches y tardes de alegría y amistad compartida. Competíamos con nuestras habilidades en la danza y puedo recordar algunos de los buenos bailarines de entonces, como Arturo Pelayo (+), Mario Haro (+) y otros. Y varias de las parejas más sensacionales de entonces: Alberto Torres-Myriam Caire (Cha Cha Cha), Manuel Agraz-Marcelle Caire y Tombo Búrquez-Lourdes Sotelo (Mambo) y otras que lamento tener que omitir.

En aquel recinto se fraguaron centenares de noviazgos que luego se convirtieron en matrimonios que hoy son abuelos y bisabuelos. Los bailes Blanco y Negro en el Palacio de Gobierno fueron por muchos años el evento social por excelencia. Año con año se traía una orquesta famosa de México que alternaba con la de Manuelito García que ante el reto se esmeraba, superando muchas veces a su famoso rival.

La de Manuelito García fue siempre “nuestra” orquesta. Domingo a domingo en las tardeadas de la Muralla, baile tras baile de los clubes locales. Antes de que la calaca nos lleve deberíamos hacerle un homenaje póstumo a Manuel García Rivera, nuestro amigo y fiel compañero en mil y una noches de diversión. El “Chino” Medina y su orquesta son un digno reemplazo de las viejas y excelentes orquestas de mediados del siglo pasado en nuestra ciudad.

Aparte de los bailes y tardeadas “casineras”, había lugares donde solíamos bailar con las muchachas cualquier día de la semana, como por ejemplo el Copacabana que se localizaba en la calle Serdán frente a los billares de don Ángel Ramos, el salón chico del Country Club y desde luego en las fiestecitas caseras que abundaban. Los tocadiscos y las rockolas eran los aparatos reproductores favoritos que utilizábamos para bailar, y primero los discos de 78 r.p.m., y luego los de 45 y 33 r.p.m. eran el medio por los que nos llegaban las últimas grabaciones de las orquestas y cantantes de la época.

Las tiendas de discos más conocidas de esos tiempos fueron La Casa Oloño (costado Norte del Mercado Municipal) y la Mueblería América de Salazar Erbe (frente a lo que hoy es Woolworth), y luego vendrían otros negocios de música como los que establecieron los hermanos Rafael y Juventino Montoya, y poco a poco se fue generalizando más y más este tipo de comercios que por desgracia han desaparecido entre las polvaredas del tiempo y los cambios.

En muchas otras ocasiones he dicho que Hermosillo se caracterizaba, entre los aspectos que he mencionado, por su afinidad con la música. Había música por todos lados, a todas horas… inclusive en las madrugadas con las serenatas de enamorados. Recuerdo con añoranza aquellos concursos de aficionados que organizaba la radiodifusora XEBH que regenteaba don Remigio Agraz, los domingos a medio día con el programa de la Cervecería de Sonora que amenizaba el conjunto de “Los Viejitos”… Hermosillo de mi niñez y juventud, y de toda mi vida… Hermosillo hermoso, limpio como cucharita de plata, amigable y hospitalario, alegre y bailador…. ¿Cuándo y por qué cambiaste? ¿Dónde te fuiste?

Podría seguir y seguir, pero usted sabe que el espacio es finito y la paciencia de los lectores ni se diga, y por ello debo concluir, esperando haber despertado en su memoria —si usted es un hermosillense “de aquellos”— algunos viejos ecos que quizá se encontraban adormecidos en cualquier rincón de su memoria, y si es de los que han llegado después, que sepa que esta ciudad que hoy es presa del desorden, el deterioro, la suciedad, el descuido y la violencia, vivió épocas mejores, cuando era una comunidad auténtica y no una selva en la que prevalece la ley del más fuerte, del más duro, del más despiadado, y donde la risa y la música y el baile y la camaradería y amabilidad poco a poco se esfuman entre las brumas del tiempo.

En Twitter soy @ChapoRomo

Mi dirección de correo es oscar.romo@casadelasideas.com

“Como un remanso tranquilo, un breve momento de reposo dentro del tráfago de las crisis, de las estridencias políticas y de las preocupaciones de la vida diaria, le ofrezco a usted estas remembranzas de la ciudad que me tocó vivir, cuando Hermosillo era joven… y yo también”

Cuando muera quiero llevarme en los ojos la belleza sin par de sus atardeceres, que aún perduran, en el olfato el dulce aroma de azahares que alguna vez llegó a resultar realmente embriagador, y en la mente el recuerdo de la alegría y sencillez de su gente, lo mejor que Hermosillo siempre ha tenido en cualquier época.

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Quiero llevar conmigo, empaquetados junto con mis sueños, todos los recuerdos que el Supremo Hacedor me permita, entre los cuales ocupan un lugar preponderante los años dorados de mi juventud, cada vez más lejana y por lo tanto más preciosa. Esos años fueron los de la década de 1950 a 1960. Diez años durante los cuales Hermosillo dejó de ser un pueblo grande para empezar a convertirse en la ciudad moderna y en pleno desarrollo que hoy es. Fueron quizá los últimos de paz, tranquilidad y convivencia armónica. Hoy la situación es totalmente diferente, los problemas se han multiplicado y Hermosillo ha crecido enormemente, pero no es una ciudad tranquila, ordenada, y amable.

Una importante característica del Hermosillo de entonces era su limpieza. Nuestra ciudad llegó a ser considerada por un largo período de tiempo la ciudad más limpia de México. Empezaban a pavimentarse muchas de sus viejas calles y callejuelas, pero quedaban aún muchas calles de terracería que, al ser regadas todas las tardes por las pipas del Ayuntamiento, despedían un rico olor a tierra mojada. Tardes que luego se convertían en noches serenas y estrelladas, muy frecuentemente amenizadas con las serenatas que los novios les llevaban a las novias.

Otra característica era la hospitalidad que se ofrecía a los visitantes, y la forma sana en que los hermosillenses vivían su vida en aquellos años. La alegría era el sello y siento que aún hoy que tanto han cambiado las cosas, el hermosillense —nativo o adoptivo— sigue siendo gente alegre, despreocupada y sencilla… hasta cierto punto. Antes no existía ese condicionante “hasta cierto punto” que pone un freno a las visiones más optimistas.

Al iniciar la década de los cincuenta yo iba camino hacia mis quince años —¡Imagine usted nada más!— Al borde de lo que llaman “la flor de la vida”, mis preferencias eran la música y el baile. Mi papá —que en su juventud fue un gran bailarín, aunque usted lo dude— me enseñó la forma clásica de bailar, deslizándose por la pista haciendo que los hombros se mantuvieran siempre a la misma altura, en una perfecta línea horizontal. “Se baila con los pies y las piernas, y ahí está el secreto del buen bailarín” me decía. Luego se empezó a poner de moda el contoneo, los zangoloteos, el “perreo” y toda esa gama de contorsiones procaces que algunos consideran baile, pero que de acuerdo con los cánones clásicos no lo es.

Los carnavales fueron durante muchos años un evento esperado con ansia por los hermosillenses de ayer. Fueron la fiesta de las fiestas en nuestra ciudad y, aún después de tantos años de haber desaparecido, muchos viejos hermosillenses suspiramos con nostalgia al recordarlos. Así como Guaymas tenía sus Fiestas de la Pesca y Nogales sus Fiestas de Mayo, Hermosillo tuvo sus carnavales… ¡Y qué carnavales, amigo lector! Días de bullicio, bailes, mascaritas por las calles, paseos de carros alegóricos y toda clase de eventos que culminaban con la quema del Malhumor y el baile de coronación de la reina. Si mal no recuerdo la reina del último carnaval fue Puppy Cubillas, hoy de Larrínaga, que se impuso en una cerrada votación a Isela Vega, que tiempo después llegara a ser estrella de cine.

Nuestra generación —y las de un poco antes y después— se agrupaban en clubes sociales, a veces integrados por puros hombres, a veces solamente por chicas, y también hubo diversos clubes mixtos. No importaba la forma, lo que importaba era organizarse para compartir momentos de alegría y sana diversión, y en ocasiones para realizar obras de beneficio social. Esa interesante forma de asociarse y de convivir, ha desaparecido irremediablemente. Es otra de las cosas que el viento se llevó.

Los primeros clubes de que tengo noticia son el “Club de las Ondinas” y el “Club de la Costura”, obviamente ambos de puras señoritas. El de los muchachos fue el “Club Marino”. Estos clubes existieron en la década de los 30 del siglo XX. Tiempo después y más o menos en forma cronológica de aparición llegaron el “Club Tribilín”, el “Blue Moon”, el “Glú-Glú” (el grupo al que yo pertenecí y pertenezco), el “Jaeac”, el “Jacaranda”, el “Skokiaan”, el “Aqua”, el “Imperial”, el “Amper”. Hubo algunos muchos otros que lamento no recordar porque yo ya me había ido a estudiar fuera, y solo venía a mi casa a pasar vacaciones.

A mi generación en el Tec de Monterrey (1956-1961) le tocó organizar las primeras Convenciones de Estudiantes que tenían un formato completamente diferente al de hoy. Eran Convenciones más cortas y menos aparatosas. La primera de ellas fue, desde luego, aquí en Hermosillo. En aquellos años la Aesmac se componía exclusivamente de estudiantes del Tec de Monterrey.

En aquella época hice mis primeros “pininos” en el periodismo, dirigiendo el Boletín de la Aesmac (que circulaba exclusivamente entre los sonorenses que estudiábamos en el Tec y sus familas). Escribía ahí una columna que llamé “Sopa de Víbora” bajo el seudónimo de Míster O’di Oso, y ya desde entonces empecé a ganarme mis primeros enemigos por las bromas que en ese espacio les jugaba a mis compañeros de generación… botana pura… ¡Qué tiempos aquellos!

El Casino de Hermosillo era nuestro cuartel del baile. Ubicada en la esquina de las calles Comonfort (o Callejón del Burro) y Dr. Pesqueira, la vieja “Muralla” fue testigo de infinidad de noches y tardes de alegría y amistad compartida. Competíamos con nuestras habilidades en la danza y puedo recordar algunos de los buenos bailarines de entonces, como Arturo Pelayo (+), Mario Haro (+) y otros. Y varias de las parejas más sensacionales de entonces: Alberto Torres-Myriam Caire (Cha Cha Cha), Manuel Agraz-Marcelle Caire y Tombo Búrquez-Lourdes Sotelo (Mambo) y otras que lamento tener que omitir.

En aquel recinto se fraguaron centenares de noviazgos que luego se convirtieron en matrimonios que hoy son abuelos y bisabuelos. Los bailes Blanco y Negro en el Palacio de Gobierno fueron por muchos años el evento social por excelencia. Año con año se traía una orquesta famosa de México que alternaba con la de Manuelito García que ante el reto se esmeraba, superando muchas veces a su famoso rival.

La de Manuelito García fue siempre “nuestra” orquesta. Domingo a domingo en las tardeadas de la Muralla, baile tras baile de los clubes locales. Antes de que la calaca nos lleve deberíamos hacerle un homenaje póstumo a Manuel García Rivera, nuestro amigo y fiel compañero en mil y una noches de diversión. El “Chino” Medina y su orquesta son un digno reemplazo de las viejas y excelentes orquestas de mediados del siglo pasado en nuestra ciudad.

Aparte de los bailes y tardeadas “casineras”, había lugares donde solíamos bailar con las muchachas cualquier día de la semana, como por ejemplo el Copacabana que se localizaba en la calle Serdán frente a los billares de don Ángel Ramos, el salón chico del Country Club y desde luego en las fiestecitas caseras que abundaban. Los tocadiscos y las rockolas eran los aparatos reproductores favoritos que utilizábamos para bailar, y primero los discos de 78 r.p.m., y luego los de 45 y 33 r.p.m. eran el medio por los que nos llegaban las últimas grabaciones de las orquestas y cantantes de la época.

Las tiendas de discos más conocidas de esos tiempos fueron La Casa Oloño (costado Norte del Mercado Municipal) y la Mueblería América de Salazar Erbe (frente a lo que hoy es Woolworth), y luego vendrían otros negocios de música como los que establecieron los hermanos Rafael y Juventino Montoya, y poco a poco se fue generalizando más y más este tipo de comercios que por desgracia han desaparecido entre las polvaredas del tiempo y los cambios.

En muchas otras ocasiones he dicho que Hermosillo se caracterizaba, entre los aspectos que he mencionado, por su afinidad con la música. Había música por todos lados, a todas horas… inclusive en las madrugadas con las serenatas de enamorados. Recuerdo con añoranza aquellos concursos de aficionados que organizaba la radiodifusora XEBH que regenteaba don Remigio Agraz, los domingos a medio día con el programa de la Cervecería de Sonora que amenizaba el conjunto de “Los Viejitos”… Hermosillo de mi niñez y juventud, y de toda mi vida… Hermosillo hermoso, limpio como cucharita de plata, amigable y hospitalario, alegre y bailador…. ¿Cuándo y por qué cambiaste? ¿Dónde te fuiste?

Podría seguir y seguir, pero usted sabe que el espacio es finito y la paciencia de los lectores ni se diga, y por ello debo concluir, esperando haber despertado en su memoria —si usted es un hermosillense “de aquellos”— algunos viejos ecos que quizá se encontraban adormecidos en cualquier rincón de su memoria, y si es de los que han llegado después, que sepa que esta ciudad que hoy es presa del desorden, el deterioro, la suciedad, el descuido y la violencia, vivió épocas mejores, cuando era una comunidad auténtica y no una selva en la que prevalece la ley del más fuerte, del más duro, del más despiadado, y donde la risa y la música y el baile y la camaradería y amabilidad poco a poco se esfuman entre las brumas del tiempo.

En Twitter soy @ChapoRomo

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