Esta imagen me traslada a aquellas tardes cuando mi papá estaba en el patio de mi casa, sentado en su “poltrona” bajo la sombra de un árbol y en su mano una taza de humeante café y en alguna ocasión entre sus dedos un cigarro “Delicados” o “Fiesta”.
Mientras mi mamá atizaba para hacer unas ricas tortillas de harina nosotros la chamacada no dejábamos de corretear jugando a la “roña” o a los “encantados” y casi siempre atrás de nosotros ladrando y meneando la cola el “Duke” un perro que mi hermano había encontrado en la calle y se lo llevó a la casa.
Ya después de andar chiruteando un buen rato mi mamá nos gritaba ¡Chamacos váyanse a correr a otro lado!, esto por temor a que le tiráramos la bandeja que tenía bolitas de masa listas para hacer las tortillas, la cual estaba sobre una mesa improvisada que mi papá, hizo de tablas que habían sobrado de alguna cama vieja o de pedacería de madera y en una de las esquinas había empotrado un molino de color rojo para moler café o nixtamal (Uff terminábamos bien cansados de los brazos).
Y así con las manos llenas de tierra sin lavárnoslas (Por cierto nunca nos enfermamos por eso) nos sentábamos a un lado de la mesa y mientras escuchábamos platicar a los grandes, mis hermanos y yo nos preparábamos para ver quién era el más abusado y pescaba en el aire la “primer tortilla” la cual no alcanzaba a llegar a la mesa.
El ganador con su tortilla en la mano, como si fuera un gran trofeo, se acercaba al tambo de 200 litros improvisado como hornilla y con toda solemnidad agarraba la cuchara de peltre de color azul por cierto ya toda despostillada, agarrando con ella frijoles, los cuales ya se encontraban bien refritos con mucha manteca “Inca” y haciéndose un burrito, le daba la primer mordida escurriéndosele entre los dedos aquel rico manjar.
Ya mi mamá después de tanto hacer tortillas y nosotros agarrando y comiéndolas, terminaba cansada y se servía café en su taza, se ponía a platicar con mi papá, “Estos chamacos no se aguantan, me van a sacar canas verdes, pero qué le vamos hacer” y luego venía el regaño... ¡Chamacos hagan caso o me voy a ir de la casa a ver qué fregados hacen ustedes solos!... Como por arte de magia nos calmábamos.
Así transcurría el día con juegos, aventuras y regaños y que al paso del tiempo han quedado como anécdota y muy bellos recuerdos.