En el Hermosillo de los años setentas, en esos últimos años de la inocencia infantil y digo esos últimos porque los años setentas fueron el parte aguas entre el mundo antes de la era digital y la era moderna y computacional que es en la actualidad; los niños de entonces no teníamos computadoras, celulares o tablets. Los juegos de video llegaron para finales de ésta década.
Nuestros padres jugaron a la roña, las escondidas, el bote robado (variante de las escondidas), policías y ladrones, la lucha libre, cazar cachoras (Lagartijas del desierto), etc. Y nosotros fuimos la última generación en jugar a lo que jugaron nuestros padres con algunos agregados similares o variantes. Nuestros hijos ya no jugarían a lo que jugamos nosotros.
La vida de los niños que fuimos en aquellos años, todavía la fantasía dominaba nuestras mentes. Era una aventura ver en la tele de bulbos programas como Pérdidos en el espacio que era una serie de diez años atrás, pero para nosotros era toda una novedad al ver esos programas en los dos únicos canales de televisión que había. Ir al cine a la matinée era todo un suceso, recuerdo que nuestros padres nos vestían mejor que de diario y bien bañados nos íbamos a ver aquellas películas que se nos hacían increíbles. El cine que más me gustaba era el cinema 70, porque más que ver la película, jugábamos al pié de la pantalla viendo como esas imágenes gigantes parecían salirse de esta y era nuestro juego de realidad virtual de aquellos años.
Después de salir del cine, llegábamos emocionados y jugábamos con nuestros vecinitos a las aventuras que en la película habíamos visto. Recuerdo que nosotros no entendíamos que era la muerte. Jugábamos a la guerra inspirados por el programa Combate y cuando nos “mataban” otro de los amiguitos venía y hacía como que nos “curaba” y nos decía “listo, ya estás vivo otra vez”. No entendíamos qué era la muerte.
También hacíamos “clubs”, la travesura era robarnos madera de las casas en construcción cercanas y construíamos nuestro club, que en la mayoría de los casos nos duraba el fin de semana, porque el lunes llegaban los albañiles y nos destruían el club para recuperar su madera… era el cuento de nunca acabar.
Cerca de donde yo vivía, había mucho terreno baldío y era donde pasábamos las tardes cazando cachoras a pedrada limpia, con resortera y uno que otro de lana con un rifle de municiones. Éramos los depredadores más peligrosos de los pobres animalitos. También pasábamos horas al rayo del sol tirados en los baldíos haciéndonos los muertos para ver si bajaban los zopilotes a comernos y pensábamos en asustarlos cuando lo hicieran, pero nunca entendimos porque nunca nos pelaron, pero la asoleada no nos la quitaba nadie.
Lo más genial era cuando llegaban las lluvias, en aquel tiempo eran un poco más comunes y en el día de San Juan siempre llovía. Bañarse en la lluvia era de otro mundo y si había rayos, la emoción no tenía límites. Nos tendíamos de panza en los charcos y entre más nos batiéramos de lodo era mejor y ni hablar de las guerras de bolas de lodo aunque dolía nos reíamos hasta que la panza nos dolía… era el paraíso.
La mayor parte del tiempo la pasábamos en la calle ya que el espacio de caricaturas en la tele era de tan solo una hora. Amaba las caricaturas y cuando se terminaban lloraba con desconsuelo… Todos los días lloraba porque se acababan. Luego, me iba a buscar a mis amigos y de nuevo a inventar aventuras, la guerra contra los nazis, santo contra las momias (Con máscaras de luchadores de lucha libre y con una toalla amarrada al cuello como capa) o a los juegos clásicos que ya mencioné, cuando no se nos ocurría otra cosa.
Por esos años nos tocó un tiempo en que aún íbamos a la escuela en la mañana y en la tarde y después nos quitaron la tarde, cosa que nos encantó.
Caminábamos a los cerros de lo que hoy día llamamos La Joya y El Bachoco y éramos exploradores incansables aprueba de deshidratación. Conocíamos palmo a palmo todos esos cerros. Ya por la tarde, después de 12 horas de caminar, subir y bajar cerros, terminábamos la aventura, viendo el atardecer sobre desde uno de esos cerros. Bajábamos casi al anochecer para escuchar como a las 8:00 de la noche salían nuestras madres o padres a gritarnos para que nos metiéramos a la casa y obligarnos con amenazas de castigo a que nos bañáramos, cenáramos y nos fuéramos a la camita, ojo… bajo protesta y a veces mi padre debía ir a regañarnos a mí y mi hermano porque no nos dormíamos por estar riéndonos al recordar todas las aventuras y travesuras de ese maravilloso día. En fin, era simplemente genial.
*Fotógrafo profesional y ciudadano