No sé por qué esa noche sólo estábamos yo y mi madre, no sé dónde estarían mis hermanos, mi padre aun no llegaba de trabajar, teníamos una cocina larga, con una ventana al fondo, bajo la ventana estaba el zinc, a su derecha una alacena en forma de esquinero y a su derecha la estufa.
Frente a la estufa el refrigerador, en alguna pared estaba un viejo reloj enmarcado con la imagen de la última cena, pasaban de las siete de la tarde, ya estaba oscuro, teníamos una cocina de madera muy bonita, yo notaba que no cualquier vecino tenía una cocina así.
En la estufa un comal negro bien caliente, mi madre masajeaba la masa que había hecho en forma de bolitas, hacía tortillas de harina caseras mientras yo terminaba la tarea de la escuela, yo debo haber tenido unos 10 años.
Yo no quería cenar, andaba haciendo mi berrinche que no quería cenar si no era acompañado de una soda ya que solo cenaríamos frijoles, mi madre no traía ni un solo peso y mi padre no tenía hora de llegada, yo seguía en mi plan de no cenar.
¿Sabes qué? vete a la esquina y cuando pase el Ricardo del trabajo a su casa lo invitas a cenar — dijo mi madre — me gustó la idea, Ricardo era un vecino de la edad de mis hermanos, era delgado, alto y con el pelo largo, como muchos en esa época, como mi hermano mayor.
Me gustaba mucho su compañía, era muy amigo de la familia, siempre que estaba con mis hermanos era reír mucho, él vivía a la vuelta de la esquina, así que salí y me senté en unos viejos escalones que estaban donde en algún momento hubo una puerta.
No esperé mucho cuando pasó el Ricardo y le grite para que se acercara, aceptó mi invitación a cenar y cuando camine hacia mi casa me dijo — espera, vamos por unas sodas — ahí fue cuando capté que esa era la intención de mi madre.
Enseguida de mi casa había una tiendita, atendía la Clara, una señora que vivía con su hija y con su madre, pidió dos sodas fiadas y los envases prestados, aún no existían los envases desechables, Ricardo sacó un cartón de su billetera, —la carnet, dijo bromeando.
Le apuntaron el valor de las sodas, volvimos a mi casa, ya nos esperaba en la mesa un altero de tortillas de harina recién hechas a las que aún les salía vapor, nos sentamos y mi madre nos puso dos platos de frijoles calientes y comenzamos a comer.
Ricardo sentado frente a mí muy sonriente en aquel comedor de madera oscura para ocho personas, rápido nos acabamos las tortillas que estaban en la mesa, pero mi madre seguía aventándonos de lejos cada tortilla que iba saliendo, yo estaba muy contento, disfrutaba mucho las visitas, más cuando se quedaban a comer.
Hoy recuerdo con pena mi berrinche de no querer cenar sin soda, tampoco olvidaré como al final de la cena, Ricardo recargó su espalda a la silla y sobándose el estómago dijo: Cenamos como reyes.